Lenín Moreno, presidente vacante, anunció que los ecuatorianos hemos adquirido más deuda, sí, mucha más que la de su predecesor en diez años, pero él solamente en menos de dos años. Esta vez con el Fondo Monetario Internacional (FMI), aquel organismo que entrega dinero a cambio de la soberanía en la dirección de política económica, es decir, a cambio de decirle al Ecuador qué hacer luego de dos años sin ningún plan económico.
Algo es peor que nada en el Gobierno de los ociosos, dirán, no obstante, lo acontecido es una bomba de tiempo. Basta mirar un probable futuro en la Argentina de Mauricio Macri y sus acuerdos con el FMI: subida del Impuesto al Valor Agregado (IVA), subida a los precios de la electricidad, subida al valor del agua, eliminación de subsidios como el del gas, eliminación o reducción de empleo en el sector educación y salud pública, privatización y cero obra pública.
Con bombos y platillos celebraron la deuda que los ecuatorianos y nuestros hijos pagaremos. Una celebración que ya vivimos los más viejos a principios de los noventas y de la cual también sabemos su trágico desenlace. En esta fiesta obscena de halagos y toqueteos de espalda entre los compadres y los amigotes estuvo la fauna usurera del país en pleno, y, como no, mucha de la prensa que poco o nada dijo del destino de aquel dinero o de las condiciones para recibirlo. La alegría de esta gente equivale a que una familia endeudada celebre con el mismo dinero del crédito recién obtenido que va a pagar un poco de los otros créditos que le acosan aunque después no tenga como pagar ninguna de las dos deudas.
La población no es tonta, sin embargo, los medios nos tratan como si lo fuéramos. En titulares de televisión y portadas de diarios celebraron el acuerdo de Servicio Ampliado (SAF) conseguido por uno de los ministros de Moreno, quien ya lo sabemos este momento es su principal cliente publicitario. Sin embargo, obviaron cínicamente comentar el contenido del plan y los eminentes ajustes económicos que se deberán implementar, pues los desembolsos dependerán de su cumplimiento riguroso. Este detalle quedará en pausa, por lo menos mientras duren las elecciones locales. No vaya a ser que si la gente descubre semejante canallada los candidatos del morenismo –los de frente y los debajo de la mesa-, vayan a estar en riesgo de perder sus curules.
Si miramos nuestra propia historia como país, estamos a nada de recibir el anuncio de un “plan de estabilización”. En términos coloquiales esto implica paquetazos o paquetitos –usuales en este régimen- que siempre han tenido un impacto social negativo porque inciden en el deterioro del consumo, restricciones de la demanda, reducción significativa del gasto público y baja del poder adquisitivo o de ahorro. Estas medidas traen consigo el estancamiento de la actividad productiva del país y una profundización de la crisis, con el mayor problema que es el desempleo, la pobreza y la miseria.
Asimismo, remitiéndonos a la historia, la crisis de 1999 con el feriado bancario fueron el resultado de políticas fiscales excesivamente permisivas. Hoy, sin incentivos para la producción nacional o condiciones favorables para la competitividad, se pretende ir a la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. Este proceso se aplica desde el punto de vista de sectores del empresariado y representantes de la lumpen-burguesía ecuatoriana, que obtienen aparentes ventajas al servir de aliados o intermediarios de las grandes transnacionales, pero que de ninguna forma son promotores del desarrollo de la producción nacional.
Así, el país una vez más se ve obligado a priorizar el pago de la cuantiosa deuda que dejan Lenín Moreno y sus gnomos neoliberales, para lo cual se impondrán políticas de austeridad económica asfixiantes. Los requerimientos son sumamente restrictivos y dejan de lado el impacto social de dejar a los sectores de la salud, educación o vivienda abandonados. Esta película ya la hemos visto: se reducen los salarios, crece el desempleo, sufren los servicios públicos y se elimina la inversión social. Para el Ecuador esto significa un retroceso en medidas de protección social de al menos veinte años. En un país que se ha caracterizado por profundas inequidades sociales, étnicas y religiosas el programa que ahora se nos impone tendrá un costo social brutal en el cual se observará un incremento de la desigualdad y la pobreza.
En los veinte meses que lleva en funciones, Moreno ha sido incapaz de presentar una política económica coherente. Hoy, se le somete al país a un nuevo colapso, una nueva crisis de la deuda que sin lugar a duda está atada a una crisis política que de ninguna manera garantizarán la estabilidad o la confianza que los promotores de este desastre pregonan. Al contrario, sus ambiciones mafiosas, sus prácticas especulativas han revelado su contubernio con el capital financiero internacional en detrimento de la inversión productiva nacional. Hasta la fecha no se ha visto la tan mentada inversión extranjera que se supone iba a venir al país, por el contrario, los índices de precariedad económica se incrementan.
Al final del día el nivel de endeudamiento que deje Moreno, alias el cuántico, oscilará el 55% del PIB, niveles insostenibles que condenarán a la población a años de esclavitud y estancamiento. Al margen de aquello, la deuda adquirida irresponsablemente por Lenín Moreno –quien ya tiene asegurado su exilio y el de su esposa en un lujoso apartamento en España– será probablemente la condena de una generación a la que se le habrá arrebatado la oportunidad de salir de la pobreza, de superarse y de la plena realización de sus derechos. Esa deuda no se la perdonará el pueblo ecuatoriano a Lenín Moreno, menos se lo perdonará la historia.