Si en el periodo que va desde la “crisis de los relatores” a las elecciones del 26M, la palabra del momento fue “sobreactuación”, en el periodo abierto por la investidura fallida la palabra es “saturación”.
Una sensación se extiende, la de “estos ya nos van a dar el verano”. Como en 2016. Salvo por un detalle: entonces todo era nuevo, de estreno. Los partidos, las situaciones, los dispositivos constitucionales. Todo tenía el interés de lo desconocido. Hoy todo suena a episodio repetido. Como ese capítulo de Los Simpson que has visto veinte de veces.
Llevamos más de una década de Gran Recesión y pese a que todos se dan palmaditas en la espalda por la recuperación, nadie las tiene todas consigo. Nadie se fía de nadie y menos de la economía. Conviene recordarlo: a nivel económico, geopolítico y ecológico, todo está cogido con pinzas.
En nuestra piel de toro, aquellos maravillosos años de contestación social frente a la doble crisis doméstica, política y económica, dieron paso a una fase de lucha político-mediático-electoral-
Creo que tienen razón los que afirman que en su actual configuración léxico-biográfica la fuerza de Vox va a estar seriamente limitada. Sus carencias han resultado más obvias en cuanto han quedado más expuestos. Mal asunto para un partido “nuevo” que ya necesite un buen meneo para cumplir con sus expectativas.
Por lo que ya hemos visto en el Parlamento, el repertorio léxico-argumentativo de Vox se compone de arcaísmos políticos (“gobierno del Frente Popular”, “enemigos de España”), recetario neoliberal (“España, infierno fiscal”) y soflamas históricas a lo Florido Pensil. Lo mejor de cada casa. La biografía individual y colectiva de su material humano es un calco de la de cualquier cuadro medio o lobby interno del PP pasado de vueltas. Poco más. Si pretenden ser émulos de Trump, Bolsonaro y ahora Johnson, tienen a su favor que no desentonan en su origen pijo-hortera, pero les falta tanta sinvergonzonería como les sobra esa ridícula y regia apostura que tanto se esfuerzan en cultivar. Les falta barrio, vaya.
También le falta algo a Albert Rivera y sus Ciudadanos. En su caso, son demasiado prêt-à-porter como para parecer auténticos. En el postureo de cristianos viejos está la gracia de Vox. Eso siempre tendrá su público… pero poquito. El drama de Rivera y Ciudadanos es que no se conforman con un nicho electoral al que sacar dividendos, como ya descaradamente hacen los de Vox. Ellos quieren ser cool, se muere por ser cool.
De todos los líderes de los principales partidos, Rivera es el que más claramente continúa instalado en la sobreactuación. Frente a los arcaísmos de Vox, el líder naranja está apostando por los vulgarismos (“banda”, “botín”) a ver si consigue subirse a la nueva ola autoritaria. Sigue aferrado al guión pre-28A, impermeable al resultado que han arrojado las urnas. Pero aun: sigue sin haber superado la moción de censura.
Necesitados como están de momentos fuertes que justifiquen sus aspavientos, Ciudadanos va a la desesperada, intentando extraer su chute de adrenalina de cualquier trifulca. Eso explica la estrambótica sucesión broncas que protagoniza el partido naranja. Una táctica, por otro lado, que les viene de nacimiento.
Tal vez Rivera crea que su dureza léxica y su conversión en el macarra anti-Sánchez del hemiciclo le convertirá en el político favorito de todos los aspirantes a macarras de barra de bar por los que tanto suspira Ciudadanos. Una pena. El partido que parecía el de los yernos/nueras ideales prefirió ser el partido-cuñado, busca-broncas de todas las reuniones. De la sobreactuación a la saturación, si Ciudadanos sigue así lo que le espera es la muerte por sobredosis.
Curioso ha sido, por otro lado, el cambio operado por Pablo Casado. Si con Abascal vemos un claro ejemplo de que no se le pueden pedir peras al olmo y con Rivera un sostenella y no enmendalla en toda regla, Casado está demostrando la solvencia y la profesionalidad que se le debe suponer a un líder del PP. Su giro moderado, su contención, su economía de gestos contrastan con el proto-histrión que padecimos meses atrás.
Para su desgracia, esto tampoco le asegura nada. En otros tiempos, esa actitud hubiera sido el primer pago de un billete a la Moncloa. Ahora, con una situación nacional, comunitaria e internacional como la que hay, con el panorama político, económico, geopolítico y ecológico como el que hay, la moderación puede encumbrarte hoy y matarte mañana. Cuando las pasiones furiosas entran en escena, los talantes moderados son enterrados por el alud de los arrebatos. En todo caso, es de agradecer el cambio de conducta ya que, aunque no soluciona nada, al menos ya no molesta tanto. Rebaja un poco.
Al otro lado del espectro, hablar de saturación es una obviedad innecesaria. Hay definiciones alternativas. Hoguera de las vanidades, congestión de ingenio, empacho de táctica, sobredosis de expectativas. Al paso que van, cementerio de ambiciones será la que mejor lo defina.
No creo que la inclusión del tercer pasajero (Errejón), enemigo íntimo para podemitas, compañero de viaje ideal para socialistas, mejore el panorama. Más bien parece que va a exacerbar las dinámicas ya en marcha: el extremo oportunismo sanchista del PSOE, el posibilismo de postín de Más-lo-que-sea, el ensimismamiento airado de Podemos.
Hay que cuidarse de la saturación, del empacho. Porque luego viene la modorra, el aturdimiento, la falta de reflejos, la guardia baja. Y después, llega la melancolía.