O antiguos (según se mire).
Porque, aparte de que la atracción por el vicio es algo consustancial en el ser humano (y que nadie se me escandalice, una cosa es que te resistas y otra que sucumbas a sus dulces garras, pero eso es ya cuestión de cada uno), fuerza es reconocer que los vicios y actitudes de los ochenta siguen desgraciadamente de rabiosa actualidad.
Y digo desgraciadamente, porque, si repasamos en estos últimos años el comportamiento de la juventud, cuya primera obligación es rebelarse contra lo establecido (y no es que el mundo sea una mierda, que a veces sí, pero vamos, sí que es una obviedad señalar que hay miles de cosas por cambiar), constatamos que desde el ubérrimo siglo XX, pese a los espectaculares avances de este siglo en el terreno de la ciencia, la electrónica y las comunicaciones, por contra en el terreno del arte, de la conciencia social, de las tendencias, casi nada se ha movido desde prácticamente los ochenta (con la salvedad, si queremos, de una mayor preponderancia y generalización de las tendencias ecologistas y conservacionistas).
En particular, la segunda mitad del siglo XX fue muy prolífica. Consiguió rematar (en la mas clara acepción de la palabra) felizmente los últimos rescoldos fascistas (que ahora intentan rebrotar unos pocos nostálgicos supervivientes y unos cuantos jovencitos ignorantes que deberían haber vivido aquellos días en España por ejemplo, durante sólo una semana, en donde en Semana Santa se prohibían “los cuarenta principales” (en la radio solo se permitía música clásica y noticias), y hasta para las reuniones de la comunidad de vecinos era necesario obtener previamente el permiso de la policía). Y todo ello con un impulso tremendo de la juventud, con la ruptura casi total de las ataduras y las normas establecidas, primero en los 50, en EE UU con el Blues y el Rock, en los 60 en Gran Bretaña con el triunfo de la cultura del Pop, los Beatles, la extensión de su influencia en el resto de los países democráticos, Mayo del 68, y en los 80 con, pese a lo nihilista que parezca en ocasiones, con la contracultura y el underground (en cualquier caso procesos rebeldes), culminado por último en el 89 con la caída del muro de Berlín.
Por eso, en lo que abandona un poco el adherido móvil y despierta nuestra valiosa juventud, vamos realmente a disfrutar ahora con Carlos Sánchez Pérez, C.S.P. (CEESEPE).
Admirador en los 70 de Nazario y Xavier Mariscal y El Rollobarcelonés , abrió en 1976, junto al fotógrafo Alberto-García Alix un puesto (Cascorro Factory), los domingos en El Rastro madrileño, germen del cómic, la prosa y el verbo undeground, y de la famosa posterior Movida Madrileña, con la que sin embargo, nunca se sintió totalmente identificado (el suyo era un espíritu demasiado libre).
En La Casa Encendida de Fundación Montemadrid podemos ver 300 obras de aquellos tiempos. Vicios Modernos. Ceesepe 1973-1983 . La libertad recién estrenada, la conciencia de sentirse ya adulto y protagonista, la elección de sus compañeros de viaje, las barreras derribadas cada día (y cada noche en Malasaña), y su decisión de pasarse a la pintura.
Todo esto lo tenéis aquí.
Ceesepe empezó a colaborar con la revista Star con tan solo 16 años.
Creó su famoso personaje Slober, un antihéroe ácrata, maduro, amoral, punk, calvo y pese a todo, justiciero.
Sin comentarios…
La belleza y decisión del trazo, tan rotundo, tan limpio, choca con lo sórdido de las historias y el cruel reflejo de sus protagonistas, la gente del Madrid de la movida, especialmente en lo que respecta a Garcia-Alix y al propio Ceesepe, quienes se definían mas o menos así:
“la generación más perdida de todas. Los últimos héroes de una raza de perdedores. Chulos, putas y maricones. No servimos para nada”.
Mayo rojo (1978). Nuestro artista se deslumbra con el color.
Acuarela, gouaches y lapices de color sobre papel.
En 1979 dibuja “Supermarx”, pero no es hasta 1984 en que aparece en “Madriz”. El entonces concejal Alberto Ruiz-Gallardón, lo llamó “porqueria repugnante y pornografica blasfemia” (hay que aclarar que el archirival era nada menos que Superfranki, una cruel caricatura de Franco, el famoso criminal de guerra que en aquellos felices días tenia a mi juicio algunos menos seguidores que en la actualidad, simplemente eran nostalgicos del regimen que tan bien les habia facilitado el pesebre, no como estos tontos de baba de ahora).
Tinta china, acrilico y gouache.
Fifty ways to leave your lover (1982). Tinta china, lapices acuarelables, acetato y cartulina impresa.