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El esfuerzo anónimo

Sentado en un vagón del metro, escuchando música, camino al entreno de su equipo. El mismo trayecto dos veces al día cinco veces a la semana. Entreno de media mañana, entreno de noche. Partido los fines de semana.

Bajo tierra, el paisaje urbano se repite las cuatro estaciones del año, cambia la indumentaria de los pasajeros.

Despertar, ir a clase, salir a media mañana. Llegar a las instalaciones. Nadar para calentar, ejercicios específicos en el agua, y para terminar gimnasio. Regresar a casa para comer, descansar, estudiar, y volver al club para continuar con la rutina.

Cuando no entrena con el equipo entrena con la selección, la misma la rutina año tras año.

Ser deportista de élite es una suerte de privilegio y penitencia. La vida consiste en entrenar y viajar, recibir elogios cuando las cosas van bien y caer en el olvido cuando van mal. Se busca tocar el cielo, pero una vez se roza, inmediatamente se inicia el descenso. Toda la vida luchando para lograr grandes objetivos, y, una vez alcanzados, la nada.

Martí Estela nació en el barrio barcelonés de El Clot en 1992, el mismo año en el que el waterpolo español rozó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona.

Casi dos metros de altura, inteligencia silenciosa, talento y trabajo. Portero de cuna, valiente. Martí sube de categorías y llama la atención por su seguridad bajo palos y discreción. Lo es para todo, parece un muro, recibe elogios, aplausos, ofertas, pero sigue con los pies en el suelo. Sin duda es uno de los mejores porteros de su generación.

Trabaja duro, va a la selección, con 16 años le otorgan una beca de deportista de élite para el Instituto Blume en Esplugues de Llobregat. Allí cursa Bachillerato. Y se produce el gran cambio en la vida de todo deportista, el salto de categoría de Júnior a Sénior. Es más fácil destacar con gente de tu edad, pero muy difícil cuando se juega contra los mejores.

Abandona el C.N. Poble Nou y le ficha el C.N. Mediterrani. Sube la rutina de entrenamientos para asentarse en la portería de su nuevo equipo. Así lo hace durante cuatro temporadas, a cada año mayor desgaste. Con la selección gana la medalla de plata en el Mundial Júnior 2011 en la ciudad griega de Volos, algo que España no lograba desde 1993 en El Cairo.

Los objetivos individuales no llegan a materializarse. Dedicar la vida a una actividad que no es profesional quema, no hay compensación económica por tanto esfuerzo y tiempo. Para entonces Martí ha dejado la universidad y está estudiando cocina en la escuela Hoffman, una de las más prestigiosas del país, los horarios se vuelven incompatibles y opta por alejarse de la piscina.

Entre fogones crea su nuevo hábitat, aprende de los mejores y trabaja en restaurantes con estrella Michelin en España y en el extranjero. Decide volver a Barcelona, continúa trabajando y aprendiendo, además le proponen ser profesor para futuros cocineros.

El cocinero Martí, que ahora vive en la Barceloneta, recibe una llamada. Con veintitrés años colgó el bañador y ha cambiado de vida; pasó de ser candidato a defender la portería de los grandes clubs, a ver como su equipo, uno de media tabla baja, fichaba porteros que le tapaban la progresión año tras año.

Descuelga el teléfono y permanece incrédulo ante lo que se le propone. El C.N. Barcelona, uno de los dos grandes clubs del waterpolo español, le ofrece volver a jugar, necesitan un portero que acompañe a una joven promesa y así completar una plantilla con posibilidades de ganarlo todo a nivel nacional y competir a nivel continental.

Martí tiene 27 años y se le presenta una segunda oportunidad. Son muy pocos los deportistas a los que les vuelve a llegar este tren, y a menos todavía, de la mano de un grandísimo club.

Tras unas semanas de entrega máxima consigue recuperar un estado de forma óptimo. Su juego sorprende a técnicos y compañeros, reconocen que está a un nivel mejor de lo que esperaban. Comienza la temporada y disputa la fase previa de la Copa de Europa de Waterpolo.

El C.N. Barcelona se clasifica y Martí brilla, le dedican elogios en la crónica del partido que aparece en la prensa deportiva. La temporada prosigue y los éxitos no cesan, cumpliendo objetivo tras objetivo.

En tres meses Martí ha pasado de ser un ex-jugador desde hace cuatro años, a estar disputando la máxima competición continental de su deporte. En este tiempo ha aprendido un oficio, ha trabajado con grandes chefs y ahora dedica parte de su tiempo a ser profesor en la misma escuela de cocina dónde él inició su trayectoria culinaria.

Esta historia trata de retomar un viejo camino, aunque ahora el protagonista sabe que su papel será acompañar a un joven portero de diecisiete años. Le tocará desempeñar un rol secundario, ayudando a crecer a un gran talento, siendo el compañero que él mismo nunca tuvo.