Un apellido ilustre, aunque nada tenga que ver con el pintor de los monocromos.
Es el autor del fundamental libro “New York” (1956), sin el cual es muy difícil entender tanto la definitiva fotografía del siglo XX, como la actual.
Radical y visionario, así lo definen. Tuvo la genialidad y la oportunidad, de estar en el momento preciso en el lugar oportuno y aprovechar esta última. Supo ver y retratar para nosotros el momento preciso del cambio de tendencias y el alumbramiento de algo que pugnaba por eclosionar, esas tendencias que hoy reconocemos como inercias de nuestra sociedad, y que en su momento resultaban bruscas vallas que había que derribar.
Y eso lo consiguió en sitios tan dispares como Nueva York, Roma, París y Moscú, pero si sabéis mirar como él lo hizo, hay rasgos comunes en todas esas ciudades que había que enterrar, y otros nuevos a los que la juventud mundial, sin fronteras, tenía incluso la obligación de agarrarse.
Hay que decir que tuvo la inmensa suerte de que el director artístico de Vogue, Alexander Liberman, le ofreció irse a América y trabajar para la revista; esto lógicamente le permitió dar rienda suelta a su enorme creatividad.
El tipo yo creo que era fundamentalmente pintor (además de director y escritor), es por ello que le vemos disfrutar con los blancos y negros, y también sufrir en su paso al color, y reconocer su admiración por Robert Kapa y su famosa frase “Si tus fotos no son lo bastante buenas es que no te has acercado lo suficiente”.
Este verano, hasta el 22 de septiembre, en la Fundación Telefónica, entrando por la calle Fuencarral, en Madrid, un lugar para los madrileños siempre especial, dado que el edifico de la Gran Vía que la alberga fue el primer “rascacielos” de España, y como creemos haber contado ya en otras ocasiones, objetivo prioritario (e incólume) de la aviación franquista que volando desde la Ciudad Universitaria, durante casi tres años intentó sin éxito derribarlo. Su resistencia y suerte hizo que la plaza situada cien metros más abajo, hoy de Pedro Zerolo, en pleno barrio de Chueca, fuese conocida merced al gracejo y proverbial chulería de los madrileños como la plaza del güa, merced a los socavones que dejaban en la misma los proyectiles que no habían conseguido impactar en el edificio.
Y nuestro agradecimiento y felicitación a la comisaria Raphaëlle Stopin, por haber conseguido este formidable resultado, que denota su intuición, sensibilidad y profesionalidad. Enhorabuena.
Nueva York
Moscú
París
Tokyo
Klein abrazó la hipergrafía, una tendencia artística de los 50 que consideraba la fusión de letras y signos una convergencia natural tanto del arte abstracto como del figurativo.
La exposición da cumplida muestra de este momento
Su trabajo para Vogue, para el que era muy, muy bueno.
Pues ya está, y que el acondicionamiento del edificio es una gozada.
Y que nos da envidia no poder habitar en alguno de los áticos que vemos enfrente.
Salud y trabajo.