José Esteban Gonzalo (84 años), es un intelectual y escritor español nacido para las letras al fragor de la lucha por la libertad y la justicia social en tiempos de la dictadura de Franco.
Agitador cultural, como él mismo se define, fue amigo e íntimo de celebridades de la literatura latinoamericana como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Jorge Edwar y Alfredo Bryce Echenique. En esta entrevista, nos narra sus anécdotas y aventuras recorriendo medio siglo de una existencia fulgurante.
¿Cómo se siente, luego de haber trabajado por más de 50 años en la edición y promoción de la literatura en España?
Llevo cerca de 52 años de agitación cultural, de militancia en la izquierda, en el progresismo, y la verdad que me siento muy bien. Mientras haya salud, voy a seguir produciendo y dándole. No he acabado todavía.
Ha publicado Ahora que recuerdo, libro autobiográfico, y hay una parte que nos llama la atención, que es su acercamiento a los escritores peruanos como Vargas Llosa y Bryce Echenique.
Cuando en España llega la libertad y la democracia, acabado el franquismo, pensamos que había que conectar con los hermanos hispanoamericanos, aquellos que hablan nuestro mismo idioma, nuestra misma lengua y que escribían muy bien, y es ahí que decidimos hacer un congreso de escritores. Es allí donde empieza mi amistad con todos estos escritores fogosos y maravillosos de Perú y de América entera. Personalmente, corrí mucho por México, Argentina, y por muchos países.
Su amistad con Mario Vargas Llosa es interesante, porque mientras él venía de un rompimiento con la izquierda, usted se afirmaba en la militancia al Partido Comunista de España, ¿cómo ha logrado mantener una relación de amistad a pesar de las diferencias políticas y que ha perdurado en el tiempo?
Sí, sí, y bueno, yo soy un liberal, intento comprender a la gente, y Mario era un gran escritor. Cuando yo lo conocí, era un jovencito desconocido como yo, entonces, éramos dos jovencitos desconocidos. Luego, él triunfo mucho, yo menos, y escribió unas novelas espectaculares y maravillosas que explicaban no solo el Perú, explicaban tantas cosas de España, del idioma y esa amistad ha continuado a pesar de todo.
En lo personal, yo lo sigo queriendo y admirando. También a Alfredo Bryce Echenique, que es un gran escritor, mi gran “amor” peruano, mi amigo, mi hermano, como él me llamaba. Me siento muy orgulloso que Mario sea amigo mío, y aunque no comulguemos en temas políticos, aún lo llamo al orden, cuando hay que llamarlo al orden.
Y que anécdotas, que recuerdos de la etapa del joven Mario, porque estamos hablando del boom literario en América Latina donde aparecen escritores como Gabriel García Márquez, Jorge Edwar, José Donoso, entre otros.
Recuerdo aquellos años maravillosamente bien. La verdad que muchos de estos tíos vivían en Barcelona y no en Madrid. Barcelona, los últimos años del franquismo era una ciudad europea y ahí se vivía otro ambiente. Madrid era más una ciudad castiza y religiosa. Conocer a aquellos escritores fue muy aleccionador, muy instructivo y con todos ellos me llevé muy bien, porque yo prefiero la amistad a la importancia literaria. Todos ellos fueron amigos míos y me siento orgulloso de su amistad.
¿Y también de las noches de bohemia?
Hubo de todo, mujeres, alcohol, libros, poemas, canciones, porque fíjate que yo sé muchas canciones peruanas, que no me las enseñó Mario, que nunca le he oído cantar, en cambio Bryce fue mi maestro, cantaba valsecitos peruanos maravillosamente bien, cantaba esta: “Ayer tu madrecita, murió en el callejón/ Era la gila más buenamoza del callejón/ Yo la quería patita“, de Los Troveros Criollos.
¿Esos valses peruanos se las aprendieron con Bryce?
Todas con Bryce. Yo le cantaba canciones españolas, tonillas, manchegas, y él me cantaba canciones peruanas.
¿Una buena conversación, acompañada de vodka o de wisky?
Bryce bebía wisky, luego se pasó al vodka. Yo nunca llegué al vodka. Para mí, el vodka es el máximo grado del alcoholismo y debo decir que esa generación era muy alcohólica. También bebía el Gabo. Mario bebía menos, siempre bebía menos. A mí me gusta la gente que bebe. A mí siempre me ha engañado la gente que dice que no bebe. Cuando hago negocios con alguien le pregunto, ¿bebes o no?, ¡Ah no!, hasta luego Lucas, ese me engaña.
La gente que bebe vive en otro mundo, un mundo de ensueños, de otras cosas y se siente más libre, más generosa ¿no? La gente que no bebe es calculadora.
¿Y Mario siempre ha sido así en su vida social, un calculador?
Pues yo creo que sí, pero te diré que fue Mario quién me hizo probar un pisco souer, bebida que para mí ha sido significativa e importante. Esto es lo que le debo a Mario y no a Alfredo, beber pisco souer.
Sus encuentros con Vargas Llosa se remontan al viejo Café Pelayo de Madrid y estamos hablando de la década de los 50.
Sí, algo por ahí. Y a Mario alguien le habló de esas reuniones de escritores antifranquistas que se reunían en el Café Pelayo. Por ese entonces, Mario vivía cerca, por Meléndez Pelayo y es en el Café Pelayo donde empieza a escribir La Ciudad y Los Perros.
Luego, se marcha a París donde trabajaba en la radio para América Latina y ahí volví a verlo. Siempre hemos tenido cierto contacto. Y ahora últimamente que vive en Madrid, y que es madrileño y presume que es español y que le gusta más la Paella que el Ceviche.
¿Ha cambiado bastante Mario no?
Sigo pensando que es más peruano, de derechas, pero peruano. Sabes, él me dijo, Pepe, cuando vayas a Arequipa, tienes que comer chupe de camarones, que para mí resultó ser maravilloso y me pasé toda la semana comiendo chupe de camarones. ¡Y es que me encanta!
Con Mario siempre me he sentido bien, y no es que seamos amigos de todos los días, él lleva una vida de alta sociedad que yo no quiero, ni debo, ni puedo, pero nos llevamos muy bien y su última novela Tiempos Recios me ha reconciliado con su literatura, porque su producción, la de los últimos años, no estaba a la altura de las circunstancias, pero esta sí que lo está. No llega a ser el de La Fiesta del Chivo, pero Tiempos Recios, que es un título de Santa Teresa de Jesús, está buena.
Una de las cosas que siempre ha llamado la atención y ha concitado cierto morbo es el referido a ese puñete histórico de Mario a Gabriel García Márquez. Usted conoce esa historia…
Sí, sí que la conozco. No me voy a meter mucho en la historia pero debo decir a favor del Gabo, que siempre quiso hacer las paces con Mario, y Mario nunca quiso hacer las paces con el Gabo. Es más, Mario tiene un libro sobre el Gabo, sobre 100 años de Soledad, un elogio a este libro que nunca ha querido reeditar. Creo que Mario sigue empecinado, muy íntimamente a mi parecer.
¿Y es verdad que en una oportunidad usted le enrostra a Mario su militancia en Patria Roja?
Naturalmente, como veía que Mario se iba más a la derecha en España, pues le dije: ¡Tío, estáis hablando con un militante de Patria Roja, te enteras! Mario me dijo: ¡Uy que horror, que disgusto, es mentira! Yo le decía, pero es verdad, soy de Patria Roja, hasta que uno de sus amigos le dice por ahí que son los amigos de Pepe en El Escorial, que son muy peligrosos.
Tengo la confianza para decirle muchas cosas a Mario, y él también a mí claro.
¿Y cómo ves en retrospectiva el cambio de postura política, de la militancia en el Partido Comunista a pasar casi a pedir el carnet del Partido Popular o a hacerle ojitos a Abascal de Vox en España?
Es algo lamentable, pero cuando conocí a Mario, en las aventuras que cuenta en Conversación en la Catedral, Mario estaba un poco a la derecha, había roto con la revolución cubana, y ya andaba por peligrosos caminos.
Conversación en La Catedral una de sus obras monumentales…
A mí me gusta mucho La Ciudad y Los Perros, Conversación en la Catedral, La Fiesta del Chivo, y me gusta también esta última, Tiempos Recios, pero hay otras que no me gustan como el Elogio de la Madrastra, Los Cuadernos de Don Rigoberto y otras que me parecen malas y se lo he dicho a él.
Estuvo como invitado el año pasado en la Feria del Libro de Lima, ¿cómo ve a la nueva generación de jóvenes escritores?
La verdad es que no conozco mucho a los jóvenes escritores. Lo que sí me impresionó fue que en la Feria del Libro de Lima había que pagar una entrada. No sé si era pequeña o grande la suma, pero lo cierto es que había cola para entrar. Todos eran gente joven.
Los actos, el de Mario y en el que yo hablé, estaban llenos, me quedé impresionado, y más cuando en la inauguración el Presidente Vizcarra dijo que en Perú no se va a cobrar por leer. Al libro se le quitan los impuestos.
Bueno, eso es maravilloso, aunque aquí por eso estamos luchando porque por leer no se debiera de pagar. No sé si lo ha cumplido, pero el presidente lo anunció y eso era muy importante, ya que en el mundo hispano, salvo Colombia, en los demás países se paga impuestos por leer.
¿Y de los escritores?
Hay una nueva generación de escritores, lamentablemente es una generación que yo no conozco y de la cual me siento incapaz de juzgarla, pero siento que el porvenir de la lengua española está en Lima, en Bogotá o en cualquier otro lado más que en Madrid. Aunque presumamos que nos encontramos en el culo del mundo.
¿Y qué me cuenta de su relación con Bryce?
Bryce es mi “pata”. Lo quiero mucho y me parece un grandísimo escritor y me parece que debiera beber menos.
¿Es verdad ese corrillo que señala que su señora lo pilló a usted y a Bryce en una juerga en su residencia?
Eso fue algo totalmente inocente. Bryce y yo teníamos mucho éxito, y una de las cualidades de Bryce es que confunde realidad con ficción, pero siempre yo quedaba fatal. Bryce siempre imaginaba historias preciosas. Bryce se hace el pobrecito, decía que estaba solo en Madrid y a las chicas les inspiraba el instinto maternal, era su trampa para “ligar”.
¿Y sus juergas con Bryce eran con pisco souer también?
No, eso fue en la casa de Mario. Pero luego con un amigo peruano, Odilón Mucha, montamos una fábrica de pisco souer maravillosa para recibir a las amistades. Te aseguro que en la reedición de mis memorias habrá un capítulo especial para el pisco souer, porque es el coctel que más me gusta y es el mejor.
No sé hasta ahora quien inventó el pisco souer, porque yo me temo que los cocteles los inventan los cabrones de los americanos, por ejemplo, sé que el daikiri, que es el coctel que más gustaba a Hemingway y a mí lo inventaron los gringos hasta que probé el pisco souer. Prefiero que sea un peruano quien haya inventado el pisco souer que un yanqui.
¿Y cuál fue su lio interno con el dirigente Santiago Carrillo, quien lo acaba expulsando del Partido Comunista de España?
Me considero comunista, y mucho más incluso de los que militan. El problema del partido es que la situación era muy difícil a la muerte de Franco.
Los dirigentes tenían que volver y pactar con la gente de aquí, y yo estaba en contra de que el partido se bajara los pantalones, y sí que se bajaron los pantalones.
Yo seguía los consejos de Jorge Semprún que era mi maestro, y que en España se llamaba Federico Sánchez, por aquel entonces jefe del partido. La policía lo buscaba y jamás consiguieron detenerlo. Se jugaba la vida. Semprún era un valiente, vaya uno a enfrentarse a la policía de Franco, que era la más torturadora que he visto en el mundo.
No seré comunista de partido, pero nunca seré anticomunista y te explico. Yo he sido abogado de obreros, y he visto cómo la policía española los torturaba. Nosotros no luchábamos por el poder, luchábamos por la libertad, por la justicia social. En verdad, soy comunista más por solidaridad, por fraternidad, que por seguir las doctrinas del Partido Comunista que yo no sabía muy bien cuando me hice militante.
Por un espíritu rebelde…
Sí, por espíritu rebelde, y por la libertad. Además por las condiciones en las que vivía la clase obrera. Y cómo voy a ser entonces anticomunista si he visto obreros torturados por la libertad. Ellos no ganaban nada, solo luchaban por la libertad, por eso nunca podré ser anticomunista
¿Y las tertulias en los cafés, eran prácticamente para subvertir al régimen de Franco?
Yo soy un subversivo. Desde mi época de editor de escritores de la república, reivindicamos a los escritores que habían sido fusilados, a los que estaban en el exilio o a los que la dictadura había silenciado.
Y yo que era un cobarde, me he jugado el pellejo muchas veces, ahora me pregunto cómo era yo tan valiente, ¿cómo lo hice?, y no me lo explico, sinceramente. Quizá una explicación sea, porque antes que editor o agitador cultural, fui abogado de formación, y para ese tiempo, ya existía el Colegio de Abogados de Madrid que era la institución que te defendía. Ahora, la verdad, saldría corriendo como una coneja.
¿Qué te ha marcado en todos estos años de vida Pepe?
Creo que los 50 años al servicio de la libertad y la literatura. Me quedo con eso.