A finales de octubre, el Tribunal Constitucional dio por bueno el despido de una trabajadora por cumplir con los días fijados en la ley de la reforma laboral de 2012 del PP de falta de asistencia al trabajo por baja por enfermedad, aunque fuera justificada.
Toda la progresía se echó las manos a la cabeza, pero esto se sabía desde el minuto cero de publicación del real decreto reformista. El TC, ante la denuncia de diputados del PSOE y de la Izquierda Plural, declaró la reforma laboral constitucional, por lo que esa sentencia de octubre estaba cantada, no se iba a contradecir a sí mismo el TC, menos en lo que se refiere a la defensa del empresariado.
Un prestigioso tuitero de la izquierda ridiculizó a los sindicatos de clase mayoritarios por no haber convocado ipso facto una huelga general tras conocerse la sentencia de finales de octubre. Como él, otros muchos encaminaron sus mensajes en ese mismo sentido.
>>La huelga, penúltima arma de los trabajadores en la lucha desigual<<
La izquierda resabiada, ese grupo que forma la vanguardia latente, debería tener los pies en el suelo. Debe saber cuáles son sus fuerzas y con quién cuenta para asaltar el Palacio de Invierno. Y sabe que los cambios políticos no los consiguen los sindicatos sino las fuerzas políticas en las Cortes, habida cuenta de que aún no han convocado la revolución.
Desde 2012 ha habido cuatro elecciones generales, cuatro ocasiones en que el voto obrero podía haber arrasado a los representantes del neoliberalismo. He esperado al resultado de las elecciones del 10 de noviembre para saber si esa vanguardia latente conducía a los votantes obreros a llenar las urnas de sobres con las papeletas de los partidos que llevan declaradamente la palabra comunista en sus siglas, aunque solo fuera por seguir los consejos de Lenin de participar en la democracia burguesa para socavarla desde dentro (evidentemente, los anarquistas movilizan a los suyos a la abstención, pero en estos momentos su presencia en el movimiento obrero es, no testimonial, pero sí escasa).
El análisis objetivo no puede ser otro que el de que los obreros han vuelto a dar la espalda a la vanguardia. Según los analistas políticos, previa consulta al INE, cuanto más pobre, menos movilización votante. Cuanto más rico, más movilización y nada de dispersar el voto, ellos tienen muy claro a quién votar. Y parece que el voto de derechas de los desheredados se ha radicalizado a la inversa de sus interese de clase, hacia la ultraderecha.
>>Diccionario Político: Huelga<<
El acto de votar no comporta ninguna heroicidad ni el más mínimo sacrificio, basta con darse un paseo y mostrar el DNI a los miembros de la mesa. Pues ni ese simple acto moviliza a la clase obrera en masa. Imagínese el lector convocar una huelga general en solidaridad con una trabajadora despedida, por muy injusto que sea el despido, pero legal.
Desde 2012 ha habido miles de despidos injustos, pero legales, sin que provocara la reacción del que se está tratando. Ya se convocó una huelga general por los sindicatos de clase contra el decreto promovido por la CEOE, socavada por las mentiras mediáticas previas y despedida con las portadas impresas desde el mismo día de su convocatoria con la palabra fracaso. No lo fue, pero tampoco se consiguió que la ley que convalidaba el decreto lo suavizara, más bien al contrario.
No se debe alentar a dar el paso más definitivo en la lucha obrera, excepción hecha de la revolución, si no se tiene la garantía de éxito, no vaya a ser que la oligarquía sea aún más consciente de que va ganando la lucha y de una vuelta de tuerca más a las condiciones laborales y materiales de vida de los trabajadores.
Tal vez el posible pacto de gobierno de los liberalsocialistas con la izquierda parlamentaria conceda un respiro a las huestes obreras y consigan entonar músculo para enfrentarse con algo más de fuerza a la oligarquía insaciable y cruel. Esperemos que la vanguardia latente no actúe en paralelo con el poder económico en la sombra, cuya lucha será encarnizada y sin escrúpulos.
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