Un artista no procede a la creación de otra manera que no sea la exposición de lo que le rodea. Las ideas, al igual que la materia, ni se crean ni se destruyen, solo se transforman en arte. Y las más auténticas son aquellas que se nos ocurren al sentir y experimentar de primera mano. Este es el caso de la ópera prima de la directora y guionista Lucía Alemany, que nos cuenta en esta cinta (de manera bastante autobiográfica) la vida de una chica de dieciséis años cualquiera en su pueblo en La Inocencia.
El género de adolescentes es bastante manido a la vez que efectivo, ya que, quien más o quien menos, ha vivido situaciones parecidas en entornos similares. Crecer en un ambiente rural y pueblerino forja un carácter y unos valores que permanecen ocultos pero presentes en la adultez, con todo lo positivo y negativo que ello conlleva. La (mala) convivencia con los padres en una edad en la que uno no se encuentra a sí mismo e intenta probar todo lo que puede. Ese sentimiento de pertenencia a tu grupo de amigos de toda la vida y la influencia que ejercen sobre ti y tus decisiones. El enamoramiento hacia alguien que no nos conviene pero que no se puede evitar.
Esta película genera una nostalgia arrolladora, retrotrayéndonos a una época vital que nos es muy reconocible y altamente empatizable. Hasta tal punto en que Traiguera (el pequeño pueblo de Castellón donde sucede la cinta), se convierte en un personaje importantísimo, ya que es todo lo que rodea a esta localidad lo que afecta de manera directa a la “inocencia” de la protagonista, que desarrolla un falso sentimiento de felicidad infinita en el personaje de Lis. Además, debe lidiar con el conflicto del amor más “prohibido” y desastroso que ha tenido hasta ese momento.
Por supuesto, es de vital importancia ocultar a los padres todo esto que está experimentando, ya que cree que en ningún caso podrían entender por lo que está pasando, olvidando que hasta nuestros más serios y responsables progenitores tienen un pasado de inseguridad y desconocimiento. Aunque en realidad, en muchos casos nunca llega a desaparecer, solo se acaba por disimularlo.
No es sencillo crear una atmósfera tan bonita, llena de sentimientos apasionados dignos de la adolescencia. Lucía Alemany realiza un gran ejercicio de pasión y amor hacia una historia propia que, como es lógico, transmite al espectador. Esto es en gran parte gracias a la tremenda actuación de la actriz protagonista, Carmen Arrufat, que hace una labor simultánea de contención y liberación que obnubilan (y que fueron muy alabadas en su estreno en el Festival de San Sebastian). También el resto del elenco, constituido por Sergi López, Laia Marull, Joel Bosqued y demás, contribuyen a caracterizar unos personajes que, aunque sean bastante arquetípicos, no dejan de ser reales como la vida misma.
Recuerda mucho a grandes films como Cinema Paradiso (inalcanzable), Verano 1993 o Las Ventajas de ser un Marginado. Y esto es mucho decir. Además, las cintas de Carla Simón y Alemany son casi gemelas, ya que en ambas se cuentan sus propias historias de juventud de un modo emocional muy similar. Aunque, por poner una nota discordante, en ciertos momentos del metraje presenta conceptos como el que Lis quiera ser artista de circo que nunca llegan a explotar del todo bien. Aun así, solo con las escenas emocionantes que comparte con su madre sobre el entendimiento entre dos generaciones que se quieren y conviven, ya merece la pena la visualización de este ejercicio de introspección llamado La Inocencia.
La cinta ya ha sido reconocida con dos nominaciones a los Premios Goya. Una a la actriz revelación para Carmen Arrufat y otra a mejor canción original por”Allí en la arena”. Ciertamente, mereció bastante más en unos premios que este año van a estar muy competidos pero también muy monopolizados por los grandes nombres de la cinematografía patria.