Thomas Piketty en su última obra maestra Capital e Ideología, define con vehemencia aquella izquierda que se basa en practicar lo que llamaríamos “pragmatismo“; “el problema es que aquellos que reivindican el pragmatismo absoluto son, con frecuencia, los más “ideológicos” de todos (en el sentido peyorativo.
Su posición supuestamente post-ideológica disimula mal la manca que tienen de interés por los hechos, la magnitud de su ignorancia histórica, la torpeza de sus puntos de partida y de su egoísmo de clase“.
Podríamos resumir las palabras de Piketty en el abandono de la empatía, por muy mal amiga que sea en algunos momentos de la historia de la izquierda.
No se trata ya de hablar de todo aquello en lo que han fallado, incluso traicionado algunos de los grandes movimientos históricos progresistas. Se trata de encontrar sus males en su comportamiento, en su manera de percibir el mundo, y cómo esta percepción que ha pasado de ser ideológica a ser cultural, ha aislado de la realidad a su electorado con matices muy importantes de autoritarismo, corrupción o cabezonería dogmática.
A día de hoy, con unos cuantos añitos en mis espaldas, y creo que con algún conocimiento de lo que es estar a la izquierda de este mundo, continúan sorprendiéndome las transformaciones abismales, dignas de compararse con fenómenos paranormales (X-Files), de la izquierda.
Me refiero a la que mantiene un tipo de discurso de oposición política (con una actitud abierta, popular o populista, con buenos dotes comunicativos), y la izquierda que asume cuotas de poder (que se suele cerrar en una idea elitista de su mundo y su gente, aburrida en su forma de comunicar, que utiliza el estar “conmigo o contra mi” con una facilidad pasmosa).
Entre una posición y otra hay un agujero negro inmenso, no cuadra, no es real entonces el marco mental y político que propone tanto la izquierda tradicional (PSOE, SPD, PSF,) como nuevos proyectos como Unidas Podemos, Syriza, La France insoumise etc.
En este comportamiento y sus tics de superioridad moral que exasperan a mucha gente (también a este humilde articulista), es cuando la extrema derecha “se forra” en recoger, ya no las sobras, si no el primer plato de un electorado que la izquierda se pensaba que era suyo a cambio de nada, como si fuera un patrimonio familiar.
Quizás podríamos enmarcar este descontento con la izquierda (¿o más bien decepción?), en la aparición de la crisis de 2008, pero no es así, la crisis de valores y de identidad de la izquierda viene de lejos.
En ese descontento hacia la izquierda, se observa sobretodo un mal intrínseco en la forma de sostener los daños individuales y la consecuencias personales y colectivas que comporta el sufrimiento, la desigualdad que se perpetúa.
En general, la izquierda se ha acabado creyendo que la forma de transigir con las desigualdades sociales, económicas, políticas era practicando el discurso de la queja, incluso del descrédito contra el enemigo, a discreción.
Sin tener en cuenta los errores propios, los intangibles circunstanciales; todo aquello que no es de los otros si no nuestro. Y en esa práctica cultural se ha olvidado que antes que poner en relieve aquello que nos hace sufrir, es más importante tener en cuenta que la mayoría sufrimos pero queremos sobrevivir, queremos acogida.
Y entonces, por arte divino nos inventamos (la izquierda) un método para crear un vínculo con los nuestros; la participación.
Quizás el profesor de la UPC, Carlos Rico Motos, define mucho mejor lo que uno mismo piensa sobre aquello que significa fomentar la participación sin los pies bien anclados al suelo: “Un modelo democrático que atribuya un peso sustancial a ciudadanos poco o mal informados y movidos por emociones irreflexivas producirá decisiones de baja calidad, las cuales pueden llegar a ser desastrosas si son fruto del cortoplacismo y la demagogia”. (Podemos cuando lo nuevo se hace viejo, editorial Tecnos).
De hecho, existen investigaciones recientes que ponen de manifiesto que en las experiencias participativas de ámbito local, el porcentaje de ciudadanos que toman parte en estas actividades no pasa del 10% (Colino y del Pino, 2008).
Craso error, de nuevo. No es que no se deba fomentar la participación, es que la izquierda se equivoca si piensa que esta crea legitimidad política por ser un acto de participación, universalista y que activa una parte de su electorado.
Antes de participar es necesario pensarse bien quien quiere y quien puede participar, cual es el papel de la política y cual el de las instituciones en todo esto, y sobretodo, repito, sobretodo: cabe pensar si antes que participar se necesita actuar estratégicamente ahí donde existen desigualdades de fondo, poner en relieve aquello que nos es necesario combatir para sobrevivir (acción política y legislativa) antes que pedir medidas para sentirnos vivos (participación).
Asaltar los cielos sin tocar con los pies en el suelo
Se sabe de la popularidad de esta frase gracias a Podemos, aunque la titularidad de ella no es de esta formación política. Y sabemos que sólo es una frase propagandística, pero ha conseguido captar en su mensaje grandes dosis de simbolismo y esperanza.
Simbolismo, sí, en este mundo post todo, todavía, los humanos, incluso los más cultos, siguen caminando acompañados de símbolos. La simbología nos acerca a las emociones, y a imaginar realidades nuevas como propone Gianni Vattimo.
Quizás esto enlaza con el inicio de este artículo pero es que viene a caso pensar la diferencia que construye los marcos mentales de la izquierda que busca conquistar o transformar el poder (asaltar los cielos) y la misma izquierda que se diluye en el mar lleno de porquería, egoísmo y burocracia cuando toca el poder.
Si se “asalta el poder” es porque se toma el poder para algo, con alguna motivación más allá que la de pegar un brinco y gritar bien alto, con voz revolucionaria; “ya estoy aquí, qué hay de lo mío”.
A la izquierda, que se mueve también por simbolismos le queda un largo trayecto para intentar casar poder y legitimidad política.
No le queda otra, a la izquierda, que la de crear nuevos marcos mentales más plurales, no tan simplones en el mensaje, ni incitaciones al Mesías en su finalidad si lo que se quiere es empatizar con el colectivo humano. Se debe poner en práctica nuevas formas de dialéctica simbólica pero también un uso práctico del mismo, sin caer en la marmita de la ignorancia ni el pragmatismo barato.
Hay que tener en cuenta que si la izquierda crea ilusiones falsas con mensajes falsos o poco trascendentes, esta, no podrá sostener un principio básico de la movilización política; la empatía.