La crisis sistémica del capitalismo en Estados Unidos no para. Lo contrario, sigue extendiéndose en diversas “secciones” de la superestructura estatal amenazando con establecer parámetros insospechados.
Casi 22 millones de desempleados (cifra oficial) piden hoy el subsidio por desempleo, golpeando duramente los presupuestos locales. La pandemia del #coronavirus ha relegado al consumo en un 8.7 por ciento para el mes de marzo y no es baladí este dato: el consumo representa dos tercios del Producto Interno Bruto.
Mientras tanto el barril de petróleo sigue en caída libre y supera la debacle económica de la recesión de 1999. Consecuentemente la quiebra de las industrias de petróleo de esquisto (fracking) es el colofón para las manifestaciones secesionistas de algunos gobernadores, la capitulación de New York como estómago cultural del mundo para convertirse en una ciudad zombie, y la tensa relación entre el ejército y el poder central.
>>¿EEUU en colapso por el coronavirus?<<
Los signos del colapso parecen evidentes. Y en el horizonte continuo de esta implosión van a caer las economías de los países satélites: la Unión Europea y algunos países de América Latina.
Otros ya viven el colapso, como Venezuela y Cuba en el caso del contexto caribeño (por obra y gracia del bloqueo impuesto por Estados Unidos y la Guerra de IV Generación que impone en esas tierras), o se encuentran gobernados por líderes más o menos conscientes del peligro amenazante (caso Europeo).
Lo cierto es que hay alternativas que pasan por lo político, por la figura humana como eje pivot de la política pública. Pero van a ser destrozadas o ya están siendo abrasadas por la implosión del capitalismo.
¿Qué nos queda? Por el momento alertar. Porque la transición obligatoria para la supervivencia pasa por la aceptación de la vida en colectivo.
Y también es fundamental entender que hay una nueva conciencia, una sinergia de pueblos altermundistas que están pensando y haciendo realidad la utopía de un mundo sin el sistema más destructivo de toda la historia mundial: el capitalismo.
Y un mundo sin capitalismo o con un capitalismo en forma de fortalezas en metrópolis resguardadas y autosegregadas, exclusivas para las élites, tiene inexorablemente que avanzar hacia los estados Comunales.
Pero antes de hablar de la organicidad, de la metodología, de la convocatoria y los liderazgos, no podemos sino pensar y modelar la naturaleza conceptual, la génesis del poder comunal post-colapso.
Estos tiempos nos han enseñado que la biopolítica no es un referente filosófico, ni una entelequia de intelectuales hermética y cifrada. Es una realidad. Es el aquí y ahora de las generaciones más jóvenes, que nacieron decepcionadas con la política.
Y en el camino de la biopolítica encontramos la necesaria convergencia de las necesidades de la sociedad actual frente a los fundamentos de la política revolucionaria.
En el colapso del capitalismo también se hunde la izquierda que no pudo vencerlo, también fallece la insurgencia mil veces manipulada por políticos traidores, también entran en el ataúd, junto a las multinacionales, los sindicatos. Es una vorágine de contrastes; se hunde el barco de lo sabido, de las necesidades impuestas, de los bastones ideológicos.
Sólo queda volver a exigir libertades. Sólo queda des-complejizar la sociedad, hacer más accesible todos los procesos, eliminar la burocracia. Simplificar los procesos educativos, administrativos, bancarios, de entretenimiento. Simplificar los modos de producción, colectivizarlos.
Hacernos menos citadinos y snobs y volver al ámbito rural en el entendimiento de un nuevo modelo productivo, autogestionado. Des-tecnologizarnos como fuente de liberación de los modelos de neofilia y obsolencia en tres días a los que nos conforman obligatoriamente las redes sociales.
>>La propagación comunal que viene<<
El Día 1 después del colapso nos tiene que encontrar en colectivos anti-patriarcales, con la nueva certeza del valor fundamental de la mujer en el mundo nuevo y la deuda histórica que tenemos con su lucha y su pasado de opresión.
Con la sapiencia de atesorar cada momento y vivirlo a plenitud, escribiendo y volviendo a escribir cada palabra que vayamos a decirle a la persona amada porque no habrá inmediatez en la comunicación.
Con los brazos abiertos a la libertad (la verdadera libertad, esa que no proclama cínicamente que todos somos iguales, sino que entiende que somos únicos, diferentes, especiales y nos enseña a vivir en base al respeto de las divergencias).
Libertades de culto, de religión, de preferencias sexuales, de maneras de entender al otro. De conformar juntas y no familias en el sentido burgués del término. De criar a los hijos fuera de la máquina de reproducir al sistema que es la escuela.
Libertades infinitas sin un estado represor sino aliado, humano, amigo. De todos y de nadie. La supervivencia pasa por reencontrarnos con lo que fuimos que es el motor de la nostalgia aunque no lo queramos decir: el pasado se vive en añoranza porque era más simple.
Las comunas tienen el papel protagónico porque se mantienen irreverentes. Se conforman a partir de la voluntad. Se nutren de la inventiva popular y la solidaridad y las signa la independencia. Es la hora.
Vamos.
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