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Espacio para el territorio

Tradición del espacio. El espacio como territorio

Pocas veces somos conscientes de lo que nos rodea, más si se trata de aspectos tan innatos y tan existentes que los damos como realidad. Tal es el caso de dos “acontecimientos” como lo son el tiempo y el espacio.

El primero todavía es un concepto y una realidad que nos toma por sorpresa y no hay manera de delimitarlo, vamos a hablar de lo segundo: el espacio; pero no cualquier espacio, sino el más inminente, el más frágil y el más palpable: el espacio donde vivimos.

Haremos un salto en colocar este concepto físico en uno más amigable, pero no menos complejo, el de territorio, y es que no es menos complejo, porque el territorio en la antropología no se define solo como las limitaciones geográficas

Según el geógrafo brasileño Rogério Haesbaert podemos entender a este concepto desde varias vértices:

  • La primera es jurídica y política: espacio de control, gestión y administración, delimitable y objetivo: se define con un espacio en concreto, con límites y fronteras bien colocadas, además está de mano con la idea del Estado y la llamada soberanía.
  • La segunda desde las características físicas y biológicas del lugar: se entiende al lugar como algo dado, algo natural, como soporte natural de la vida, un instrumento.
  • La tercera en el marco económico como recurso y base material de existencia, procesos de producción y relaciones sociales: es un área definida en función de la disponibilidad y uso de los recursos y aprovechable.
  • La cuarta sobre la dimensión cultural con la exaltación en los elementos simbólicos; desde la visión antropológica, el territorio es reivindicado a partir de la subjetivización lo que da sentido de pertenencia al grupo.

El territorio en términos sencillos es un “lugar donde…” el territorio sin cultura es un espacio, más bien, un vacío, un espacio con cultura, es un territorio.

Las valorizaciones que se le pueden dar al territorio no solo son activas o físicas, como mencionaba hace momentos, si no también son contemplativas pues sus valorizaciones y su razón de ser, es el de la identidad mediante la simbolización de su naturaleza.

El humano camina y el camino se hace, el territorio forma parte de un desarrollo de civilizaciones, no solo por la explotación de recursos ni la administración política, el territorio se extiende y se desdobla en los grupos sociales de variadas maneras como: la adscripción a un pasado en común, una memoria histórica y política, y la identidad son aspectos relevantes; se forma la gran oración: la humanidad, en un espacio en un tiempo específico.

Para la antropología al igual que para la física cuántica, indefinida, un territorio puede ser intangible pero con consecuencias tan ásperas que agrietan la piel, como lo pueden ser los territorios virtuales que hoy en día con la globalización son multilineales y dinámicos.

Muchas culturas antiguas han hecho del espacio, a su manera, uno solo tras la adaptación e imitación de los elementos que tienen en su territorio. Por ejemplo, para muchos arqueólogos, una pirámide suele ser un montaña, no solo comparten la forma sino que se convierten en un lugar donde se ha de subir para estar más cerca de las deidades, como lo es caso de Moisés cuando asciende para escuchar a Dios, los mexicas subían para rendir alguna ofrenda a sus dioses.

Esto no es viejo, pues en la actualidad seguimos condicionándonos a nuestro espacio, desde el sentido político hasta el hecho de organizarnos según él. Tal es el caso de algunas comunidades indígenas donde, mediante la celebración de algunos santos, se concibe la organización del trabajo por el temporal de aguas o de eventos astrológicos. El territorio se vuelve una apéndice en las relaciones sociales.

La autonomía de un pueblo corresponde en grandes rasgos a qué tanto conoce y es capaz de atender y administrar su territorio, no solo en los aspectos económicos, básicamente en todos, los señores montes y las madres aguas, como algunas comunidades se dirigen, hablan, el territorio habla, canta y llora. De ahí que los conflictos por la defensa del territorio por parte de indígenas, comuneros y mestizos, como son llamados en América Latina, se convierte en un lucha sangrante por la vida y la santidad.