La defensa del territorio parece ser a veces idealizada y utópica. Cuando se le atribuye un sentido de justicia y una relación armoniosa con la naturaleza, es más casi una relación sagrada, aunque en muchos casos estas subjetividades se llegan a trastocar.
Es muy cierto que pese a lo que muchos pensamos, las relaciones con el territorio son más complicadas y atraviesan por una red de procesos políticos y económicos al mismo tiempo y en diferentes sujetos.
El caso de la Sierra Norte de Puebla es un ejemplo de lo que trato de explicar. Poblado mayormente por indígenas nahuas, estos han sido constantemente asediados y hostigados por proyectos de modernización tanto gubernamentales como privados.
La popularidad del municipio de Cuetzalan recae en una re-apropiación de su cultura y de lo que a partir de los años 2000 han venido consolidándose como un servicio de turismo indígena.
Los sujetos de esta comunidad han explotado su paisaje como un recurso de subsistencia, por el que juegan papeles de agencia política y una reapropiación del mismo término llamado “modernización”.
En concreto hablar de esta situación no sería posible sin la ayuda de la Cooperativa Masehual Siuamej Moseyolchicauani S de S.S. que se traduce como “Mujeres Masehual que se apoyan entre sí”.
Como su nombre lo dice, esta cooperativa está compuesta por un aproximado de cien socias que emprenden un proyecto eco-turístico el cual comprende la vivencia cercana con su manera cotidiana de vivir hasta servicio de hospedaje y actividades campestres.
Aunque parezca fácil el administrar el territorio donde se habita para estas mujeres no lo fue. Estas mujeres como al igual que otros colectivos en el Municipio de Cuetzalan, ubicado en Puebla, México, han construido este tipo de organizaciones económicas, que más allá de ser anti sistémicas, son alternativas a la agencia y defensa del territorio.
En los años ochenta, surge primera organización donde se pretendía el mejor pago a su trabajo mediante la producción de café y otras materias primas, sin embargo al estar en contacto y discusión constante con otras comunidades indígenas se dieron cuenta y atacaron otros problemas que los aquejaban.
Tal era el caso de las mujeres indígenas artesanas, las cuales vendían sus piezas a precios muy bajos, es por ello que estas mujeres, llamadas por muchos ahora “las masehuals” se unen a este tipo de movimiento, logrando después de un par de años independizarse, logrando construir una de las primeras cooperativas lideradas y constituidas por mujeres indígenas en México.
Siendo la mayoría de ellas artesanas del telar de cintura o bien de bordados, hacían de este un medio de subsistencia para mantener a la familia, después lograron crear productos de cuidado personal como jabones, cremas o pomadas, después de un tiempo lograron construir el servicio turístico, el Hotel de la cooperativa que lleva por nombre Taselotzín (se puede entender como “retoño pequeño”).
Estas mujeres no tuvieron el camino fácil. Durante los años ochenta como en principios de los noventa era sumamente difícil que las mujeres tuvieran espacios públicos para desenvolverse.
En este sentido, fue sumamente difícil laborar en comunidades indígenas en las que el machismo en muchos casos está más arraigado. Estas mujeres tuvieron que desenvolverse en espacios y en materias desconocidas y peor aún, mal vistas por la familia y la comunidad en general.
Dado que en aquellos tiempos el prototipo de mujer ideal debía vivir para atender al marido y a los hijos, no salir de casa, no salir del pueblo sin esposo, no tener comunicación con otros hombres entre otras cosas que en la actualidad nos puede parecer exagerado, eran motivo de grandes temores, pues se eran castigadas incluso con golpes.
El machismo y la violencia estaban tan amalgamados en las comunidades que la misma mujer era el reproductor de dicho comportamiento, como muestra el ejemplo que a continuación se señala:
“Mientras el niño se iba a jugar, la niña tenía que atender a sus hermanitos a su papá, que llegó el papá y ella tenía que servir el atole porque yo iba a salir. Porque la mujer siempre ha estado cargada de muchas actividades, a parte de la cocina, antes teníamos que ir a lavar hasta el río porque no había drenaje, teníamos que ir por el agua hasta el nacimiento de agua, cargando el cántaro, ir a cargar la leña al campo, ir a dejar la comida para los trabajadores del campo, traer leña de ahí, puras vueltas, y también ir por la mazorca en tiempos de cosecha, desgranar, poner el nixtamal, siempre ha habido mucha actividad. Se le tenía miedo al marido y a la suegra”, comenta doña Rufina Villa, actual administradora de la colectiva.
Motivadas por un simple sueño, el de vivir dignamente, no echaron paso atrás pese a sus miedos. Poco a poco lograron la reconstruir, quizá sin querer, la figura de lo femenino en su comunidad. De nuevo Rufina cometa pero de manera adversa como reproductoras:
“Pues yo traté de ganarme a mi suegra; me la gané, y no había de otra, porque de los contrario uno pierde, mi marido, quería mucho y respetaba a su mamá, entonces, si yo me ponía contra su mamá, la que iba a perder era yo. Sí discutíamos, y le decía, si yo estoy en el grupo, no es solamente porque yo quiero vestirme bonito, es porque veo una necesidad en la casa y nos está ayudando, así que quiero que tú entiendas eso, que no te enojes porque yo salgo, cuando yo estoy tratando de que la casa esté bien, poco a poco le fue entrando en la cabeza”.
Asimismo, según su testimonio comenta: “Igual en la comunidad, nos empezaron a reconocer y a invitar, teníamos un local que logramos construir en San Andrés y una vez la gente nos dijo que en la casita esa querían que estuviera el Niño Dios, el presidente nos lo pidió y con gusto les dimos el espacio y así empezamos a tener contacto con las autoridades y la comunidad ya no se metía con nosotros”.
Fue un trabajo de años para lograr solamente la apertura y aceptación de su labor social en tanto que no sólo era una cooperativa de venta artesanal, sino que se han involucrado en la educación con otras compañeras para que estas aprendan a leer y escribir.
Asimismo, se promovían campañas de salud y se involucraban en el ámbito político al ser partícipes en el Ordenamiento Territorial (Elemento Jurídico y administrativo para la defensa del territorio en Cuetzalan).
Actualmente estas mujeres son reconocidas por toda la comunidad y diversos espacios académicos. Su lucha por defensa en la búsqueda de una vida digna no fue ni es fácil, cuando no se es asediado por la familia, lo es por las mineras o los proyectos extractivos.
Afortunadamente sus hijos y nietos son criados con un modo diferente al que ellas tuvieron que sufrir. La cooperativa da trabajo más de cien familias con lo que han logrado disminuir la tasa de migración en el municipio así como otorgarle un precio justo a su trabajo.
El trabajo de estas admirables, dignas y respetables mujeres hace que ganen el cariñoso apodo de “Tejedoras de sueños”.
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