En el periodo que va de 1877 a 1911, las sociedades religiosas protestantes tuvieron un auge y expansión a lo largo de ciertas regiones del país. Si bien ya había antes de ese periodo 125 congregaciones, entre 1877 y 1882 casi se duplicaron, llegando a ser 239, y en 1890 habían ya 566. Esto se debió a ciertos factores económicos y sociales que favorecieron la proliferación de tales grupos, también referidos como disidentes o anticatólicos.
Desde principios del porfiriato, el país vivió una acelerada transformación económica a consecuencia de la introducción del ferrocarril y la apertura a la inversión de capitales extranjeros. Son el ferrocarril se lograba agilizar el contacto entre las zonas productoras de materias primas y los mercados internacionales de manufactura.
Entre otras cosas, esto provocó la aparición de nuevos polos de importancia económica: el norte, el Golfo de México y el Pacífico norte. En estas regiones surgió un numeroso proletariado que laboraba en las minas, industria textil y ferrocarriles del nuevo orden económico en expansión.
Por este auge económico, tales regiones se convirtieron en focos de atracción para los protestantes, que hasta 1877 sólo se concentraban en el Valle de México, Zacatecas y Monterrey. Los disidentes encontraron bastantes adeptos entre grupos marginales: el nuevo proletariado, la población rural y los jornaleros de las haciendas.
La conversión de los obreros al protestantismo en las fábricas de españoles era mal vista, pues mostraba la resistencia al control religioso católico, cosa que no molestaba en las fábricas inglesas. Se despedía con frecuencia a los obreros por negarse a cooperar con limosnas para las celebraciones de los santos en las fábricas.
Desarrollaron cierta rebeldía que los llevó a crear sociedades obreras e incluso participar en huelgas, por lo que los dueños mostraban una fuerte oposición a que sus empleados se unieran a las congregaciones.
Por otro lado, con el viejo apoyo del clero católico, los hacendados ejercían un control cultural y social (además del territorial) sobre sus jornaleros y las comunidades vecinas, que además tenían que resistir el embate de la modernidad que los desestructuraba.
Esta situación representó otra puerta de entrada al protestantismo, pues se abría la posibilidad de “reclutar” inconformes en una especie de alianza político-religiosa que tenía como enemigo el catolicismo, rechazando así el control ideológico de las haciendas. Este tipo de conflictos es una constante en varias zonas del territorio nacional.
En el caso del sureste, además de las situaciones de tensión relacionadas con las haciendas, había otro factor que favoreció la fácil aceptación del protestantismo: la casi nula presencia de la Iglesia católica.
Este era el caso de las zonas costeras de los estados de Veracruz, Tabasco y Campeche, que a causa de la lejanía e incomunicación no había permitido a los católicos tener presencia en tal región del país.
El norte del país, debido a su desarrollo económico ligado al ferrocarril, la minería, la industria y el comercio, fue una región que captó bastante la atención de los protestantes y facilitó también su difusión y aceptación sobre todo en ámbitos urbanos.
En dicho ámbito, era frecuente ver escuelas primarias a un costado de los templos, ofreciendo así el incentivo de la educación para los sectores que deseaban una mejor educación para sus hijos; también se promovía la formación de congregaciones protestantes en escuelas secundarias, normales, comerciales y teológicas.
La región del Pacífico Sur, específicamente los estados de Colima, Guerreo, Oaxaca y Chiapas, al quedar al margen del impulso económico que se gestaba en otros lugares del país, no llamó mucho la atención de los disidentes y sólo establecieron algunas escuelas primarias, confirmando el interés en las zonas con auge económico.
Otro factor importante para la expansión de la disidencia religiosa fue el ferrocarril, pues la comunicación y la movilidad se hacían de manera más rápida y extensa, permitiendo que las ideas se propagaran con facilidad. Las congregaciones protestantes fomentaban cierta disciplina ética entre sus adeptos que incluía un rechazo al alcoholismo.
Por este motivo, las compañías ferrocarrileras se interesaban en obreros que profesaban el protestantismo sobre todo para los puestos de maquinistas, pues había muchos accidentes ferroviarios relacionados con la embriaguez. Algunas empresas incluso fueron acusadas de no contratar a obreros católicos, y de permitir la venta en los vagones sólo de periódicos protestantes o anticatólicos.
En términos generales se puede ver una estrategia de expansión protestante bastante audaz, que obtenía provecho del auge económico de ciertas regiones, así como de las tensiones que provocaba tal desarrollo entre grupos dominantes (apoyados por la Iglesia católica) y grupos vulnerables, dándoles a cambio a estos últimos los beneficios de pertenecer a una congregación que cada vez se hacía más fuerte.
Tal fenómeno de expansión de las congregaciones protestantes también puso a temblar los cimientos de una Iglesia católica que empezaba a sufrir ya los embates del bando liberal anticatólico que se estableció en el poder desde la década de los sesenta del siglo XIX.
Fuente
Jean Pierre Bastian, “Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911”.