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Día 4: el despertar de las Comunas

Comprendo que nuestro pueblo está mucho más interesado en lo que se llevará a la Asamblea Nacional como proyectos de comunas, más pendiente de los alcances de lo que uno puede imaginar.

Veo camaradas con decenas de años de lucha, apostar a la comunalización de los servicios públicos, los impuestos municipales. Camaradas que han vivido las verdes, las maduras y las secas. Años de experiencia marcaron sus rostros, su tenacidad es de acero y su compromiso es de vida.

Es la reactivación política, el mecanismo visto con lupa. Dice Marcano que “la política de campaña usando a las comunas, o su nombre, o su espíritu murió. Hoy las comunas tienen que aprovechar esta campaña y este momento histórico para acelerar su consolidación”.

Los tiempos han cambiado radicalmente, y una nación se está despertando a la idea de no tener más su renta petrolera, a sortear el bloqueo con nuevas políticas económicas que permitan la supervivencia. Sin embargo, el chavismo sigue siendo el mismo. No hemos cambiado en veinte años, y tenemos la esperanza como guía.

Por tanto, las comunas despiertan. Más de doscientos proyectos recibidos en la primera mitad de la gira, que ingresarán en los estudios sobre las propuestas a debatir en la Asamblea Nacional, de resultar ganador Luis José Marcano.

Priva la autogestión, la alianza con el Estado para la implementación regional de uno de los proyectos bandera de Luis, los Puntos de Abastecimiento Comunal. Llega la hora de procesar lo vivido, mirar en el contexto, medir resultados. Se acaba mi gira, con los recuerdos de un cuarto marrón caoba y verde, de laterales amarillo claro.

Un baño con mosaicos rojos, interesante. Un café decepcionante con un desayuno siempre rápido, la pickup y andar en ella. El olor a monte, las sabanas petroleras verde y arsénico. Encontrarse de súbito con un taladro abandonado, entendiendo que caminas sobre la reserva de petróleo más grande del mundo.

Lejos, nos espera Camila, picando ají dulces con un machete. Se presenta y me dice “me llamó Camila”, muy suelta. Llegan los comuneros en un bus, porque con el bloqueo coñoesumadre de los gringos está difícil trasladarse.

Los que llegan arrechos (molestos), estamos en un punto sin civilización a cincuenta kilómetros a la redonda, un rancho bien bonito de zaguán y conuco hasta donde te alcanza la vista. Uno de ellos me mira y le dice a su mujer “a la verga”.  Comienzan a sentarse, en círculo mientras Camila prepara las tazas para el café, Pablo vuela un dron y Moisés se monta en un árbol para lograr el encuadre que quiere. Todo bien.

El problema es el agua, en una zona petrolera abandonada a mediados de los ochenta, sin capacidad técnica de reparar las diversas bombas de agua que ha colocado el estado, por el bloqueo a los repuestos.

Resulta que ya tienen su plan, todo medido. Me acerco, y en un alarde de pericia cinematográfica comienzo a grabar en 360, esa toma circular que tanto gusta en edición. Y ahí iba yo con mi caminar de orangután, mientras la asamblea se encendía con un testimonio, ¡y zas! me fui de culo contra la tierra, botando un tobo y dándome un coñazo que recordaría tres días después.

Desde la asamblea, Marcano observa el espectáculo y grita “C…. Vas a botar el agua que queda” mientras todo el mundo reía a carcajadas. De paso se me rompió el pantalón. Vainas pues.

Vuelvo a Barcelona entre relatos de brujería, de amores tóxicos, maleficios y viejas sapiencias. La noche avisa una tormenta eléctrica en la vía al hogar. Con un ojo en el tanque de gasolina y otro en el horizonte, coincidimos Pineda y yo, que aunque él iba manejando yo llevaba el volante en el cuento. Resultó que no había tormenta, ni lluvia eterna. Un chubasco tormentoso y ya, como los ladridos de los haters. Amenazan, pero no matan. Lo demás es rutina.

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