La eclosión de diversas plataformas de “víctimas” del COVID-19 que están surgiendo últimamente y que, por lo que se ha ido investigando, tienen mayoritariamente unos estrechos lazos con la extrema derecha radical, controladas por miembros y exmiembros de VOX, grupos ultracatólicos, etc.
Estas asociaciones que, de momento, no han proporcionado ninguna asistencia a las víctimas, tienen el único objetivo el ataque sistemático contra el gobierno. El problema es que es una estrategia que siempre confusión entre la población y genera desconfianza hacia las instituciones que deben velar por nuestra salud.
Ahora, los expertos señalan que este tipo de estrategias corren el peligro de ser percibidas por la sociedad como una forma de oportunismo electoralista. La sociedad comienza a cansarse de las estrategias de confrontación constante, y lo que busca es una auténtica unidad para defender los intereses de la ciudadanía. El cortoplacismo electoral no responde a esta demanda.
La estrategia de ETA
El discurso utilizado por el PP no es nada nuevo. En numerosas ocasiones mantuvieron el mismo discurso, con víctimas diferentes. En cada campaña electoral, el fantasma de ETA, de las víctimas, se convierte en una de las muletas en que se apoya la derecha, sin tener en cuenta la situación actual del conflicto vasco o el bienestar de esas víctimas.
También en el caso del conflicto catalán se ha recuperado ese fantasma y se ha comparado repetidamente a los independentistas catalanes con terroristas, y a los unionistas como las víctimas de esos terroristas.
Se trata de una táctica que los populares han estado utilizando durante décadas: tanto antes como después del final del conflicto han reavivado el fantasma de la banda terrorista, con la intención de desgastar a sus oponentes.
Y todo ello, sin sonrojarse ante la hemeroteca, que nos recuerda constantemente que, cuando estuvo en el gobierno, el PP acercó a etarras, que el entonces ministro de Interior Mayor Oreja afirmó que “estaría dispuesto a sentarme con ETA”, que Aznar dijo estar dispuesto “al perdón y la generosidad”, que autorizó contactos con el “movimiento de liberación nacional vasco”, etc.
Pero este recurso sólo se refiere a un grupo de víctimas. Las víctimas “adecuadas” al discurso que se quiere montar. No a todas las víctimas. Además, el objetivo no es condenar a ETA, sino única y exclusivamente desgastar al gobierno. ¿Qué aporta, pues, a la convivencia?
¿Hay solución?
Lamentablemente, creo que no. Algunos sectores de nuestra clase política están cómodamente anclados en el fango como para molestarse en intentar buscar nuevas estrategias. Y es triste, porque nos quedan por delante años muy complicados y algunos, desgraciadamente, no quieren salir de ese fango que tantos buenos réditos electorales les comporta.
Viendo el comportamiento, los insultos, los gestos de muchos de los “honorables” diputados, va a ser necesario seguir luchando para intentar erradicar estos comportamientos. El problema es que no existe un mecanismo sancionador.
Si se sancionase a los que mienten, a los que insultan, tal vez podríamos frenarlos. Pero se saben impunes. Y eso les da aún más alas. Los rencores, los odios que se fomentan entre la sociedad gracias a estos comportamientos, no nos hacen avanzar hacia una democracia más estable y saludable. Todo lo contrario.
El recurso a las víctimas (sean las de ETA, las del conflicto catalán, las del COVID-19), seguirán surgiendo cada vez que haya una oportunidad, porque se mencionan cada vez que algunos necesitan apelar a la unidad de España o a echarle en cara algo al contrario.
Es como si no existieran más argumentos sociales o económicos que puedan servir para hacer política constructiva. Además, llega un punto en que se banaliza a las víctimas, se mercadea con ellas.