Llegó Berta Cáceres, descendiente de los que poblaron este continente, llamado Abya Yala, hace más de 20 mil años. A contrariar a los malinches que, en estas Hibueras, celebran el día del “encuentro” (al que llamaron Día de la Raza) entre los pueblos originarios y los que llegaron hace apenas quinientos años, cuando empezó, según ellos, nuestra historia. Les molesta que la verdad, del lado de Berta, se empecine en contradecirlos.
Les incomoda la verdad que, desde antes de la invasión europea iniciada en octubre 12 de 1492, los abuelos de los pueblos originarios, que son los nuestros, dieron su lucha, su tiempo, su conocimiento, en defensa de los bienes comunes en Abya Yala. Berta llegó a recordarles, a los malinches, la verdad: ¡No fue encuentro, fue genocidio!
En esta noble Hibueras, el ciudadano banquero futbolero, sindicado de orquestar el asesinato de Berta, revela que toda deuda se paga con intereses, aunque sea ocupando territorios y hasta países enteros sin pedir consentimiento a quienes ahí habitan y si se trata de reproducir el capital hasta venden seres humanos. Les molesta que la verdad justifique la rebeldía.
Evo Morales, hermano boliviano de Berta, escribiría con elegante ironía ¿Saqueo en Guapinol o en Agua Zarca? ¡No pudiera ser! Porque sería pensar que los ciudadanos, banqueros cristianos, futboleros, faltaron a su Séptimo Mandamiento. ¿Expoliación? ¡Guárdeme Tanatzin de figurarnos que los banqueros criollos futboleros, como Caín, matan y niegan la sangre de su hermano!
Les molesta que se exija la verdad, porque la verdad establece que el de Berta es un crimen de lesa humanidad (como el que comenzó aquel octubre 12) producto de persecución sistemática, concebida, diseñada y coordinada desde las altas esferas del poder, en estas Hibueras que se dicen modernas.
La verdad, no incluida en el código penal hondureño, dentro del catálogo de derechos de las víctimas, es el fin último del proceso judicial. Y esa verdad clama por el esclarecimiento de los millones de asesinatos de quienes nos dieron la Biblia, pero nos quitaron la tierra y que ahora se empecinan en contaminar los bienes comunes, para reproducir su capital.
La verdad apunta a la sistematicidad en el asesinato de ambientalistas en general y el de Berta Cáceres en particular en estas Hibueras y los convierte en asesinatos de lesa humanidad y en ese contexto el derecho de las victimas trasciende hasta el derecho de la sociedad, trasciende las fronteras y llega hasta los territorios de aquellos que nos esclavizaron, expoliaron y asesinaron.
Recordamos la falta de verdad en los casos de Blanca Jeannette Kawas, Carlos Escaleras y Carlos Luna, con quienes inició el tortuoso camino neoliberal de asesinatos de compañeros que luchan por la conservación de los bienes comunes, exigiendo como mínimo la consulta previa, libre e informada, antes de implementar proyectos potencialmente contaminantes y/o que despojan a pueblos originarios, negros y garífunas de sus posesiones ancestrales, a fin de favorecer a la oligarquía criolla aliada al capital extranjero.
Junto a Carlos, Blanca, Carlos, entre 2000-2018, otros 120 ambientalistas hondureños han sido asesinados (sin contar la expulsión del padre Tamayo), lo que solo refleja la impunidad en la aplicación de la justicia en Honduras.
¿Genocidio? Eso sería dar crédito a los ultrosos como Arturo Uslar Pietri, quien afirma que el arranque del capitalismo y de la actual civilización, europea por supuesto, se debe a la inundación de metales preciosos. ¿Cuánto pesarían, calculadas en sangre? se pregunta el hermano boliviano de Berta.
El caso del asesinato de Berta Cáceres sentó un precedente jurídico cuando el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPIMH) se constituye como víctima junto a su familia y formaron parte del proceso privado de acusación, hasta que el Ministerio Público, cumpliendo los deseos del banquero futbolero, justifica su salida.
Deseaban esconder lo que sucedía dentro de los juzgados y no se escuchara su vos en el proceso que puede sacar a la luz el apellido del banquero futbolero. La verdad se empecina en confirmar que su expulsión, en tanto que acusadores privados, fue contrario al derecho internacional y la subordinación de la justicia al poder económico.
El Ministerio Público no representa a las víctimas y su comportamiento parece ordenado por agentes poderosos vinculados al banquero futbolero y se conduce más como vocero de los grupos que están detrás del asesinato de Berta Cáceres en marzo 2 de 2016, implicando tesis sobre las causas de su asesinato alejadas de los intereses contra los cuales ofrendó su vida.
El crimen de Berta debe investigarse como un crimen internacional. La verdadera justicia para Berta la hará el pueblo hondureño. Vienen de nuevo las carabelas a llevarse lo que olvidaron sus antecesores invasores, vienen con otra Biblia, pero esta vez está Berta, que no ha muerto, sino se multiplicó. Esto nos obliga a no cerrar los ojos. Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: despertar y luchar.
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