El inminente final de la presidencia de Trump ha dado lugar a una extraña mezcla de emociones: júbilo, alivio, rabia y preocupación.
Las dos primeras reacciones para una pequeña mayoría en Estados Unidos surgen de completar la tarea existencial de eliminar una presencia tóxica del poder y recordarle al mundo que la victoria de Trump hace cuatro años, tan terrible y trágica como resultó ser, fue una casualidad y no el reflejo de una hegemonía en declive. Una victoria de Joe Biden demostraría que a pesar de todos los problemas con el sistema que le permitió a Donald Trump convertirse en presidente, no se trataba de una fotografía representativa de los Estados Unidos.
Sin embargo, eso es solo sirve para decir que nunca debía haber sucedido. Nunca debería haber estado allí. Y deshacer el daño que ha hecho, en nombre de una minoría del país, será una tarea enorme y de largo aliento que incluye apaciguar ínfulas de una confrontación violenta entre estadounidenses.
De ahí proviene la ira y la preocupación. La escala de la tarea que tienen los norteamericanos por delante requerirá que canalicen la ira y la preocupación hacia fines a largo plazo una vez que hayan pasado las fases de celebración y contemplación.
La ira que sienten los demócratas nace de la injusticia, más que del deseo de retribución. La ira es por cuatro años que perdieron, porque esos años fueron robados. La culpa no es realmente de nadie en particular. Ni siquiera Trump tiene la culpa de haber surgido en un sistema que permitiera su ascenso.
No pueden recuperar el tiempo perdido. Pero pueden reparar, lo mejor posible, lo que se ha dañado; revertir, lo que no ha sido alterado irremediablemente; exponer, lo mejor que puedan, lo que se emprendió en su nombre, sin su consentimiento, y buscar justicia ciega para ello.
Las elecciones giraron temáticamente en torno a la desastrosa respuesta de Trump al COVID-19, y una vez que se haya ido, el país podrá finalmente, colectivamente vivir el luto que se les ha prohibido, mitigar el impacto de la pandemia y conocer el alcance total de la deshonestidad y corrupción que le costó la vida a cientos de miles de estadounidenses.
Pero la clave para comprender los resultados del martes, el hecho fundamental que la élite republicana intentará borrar de la memoria, es que Biden nunca estuvo atrás en las encuestas. No lo estuvo antes de que existiera el coronavirus, y no lo estuvo durante los pocos meses en que la mayor parte de Occidente asumió que era un problema con el que debía lidiar el este de Asia.
Por defectuosas que fueran las encuestas, anticipaban constantemente una victoria considerable de Biden, y finalmente eso es lo que obtuvieron. Una mayoría ansiaba profundamente un cambio.
Trump siempre estuvo atrás porque es cruel, incompetente y corrupto. En realidad, nunca ha sido favorecido por una mayoría o pluralidad en ninguna de las dos elecciones que ha disputado. Tenía bajos niveles de aprobación antes del coronavirus, durante años en los que la economía que heredó se mantuvo fuerte, por lo que él y su partido representan.
Porque cada vez tienen más expresiones autoritarias y represoras. Porque abrazan alegremente la ética selectiva y afirman que las reglas solo se aplican a otros; porque trataron de quitarle la atención médica a millones de personas y canalizar ese dinero hacia los bolsillos de Trump y las cuentas bancarias de los estadounidenses ricos
Porque separaron a niños de sus padres y los encerraron en jaulas; porque hizo trampa en su campaña de reelección y sus aliados en el Congreso lo ayudaron a encubrir las pruebas del crimen; porque Trump dirigió el país como el líder tribal de los estados rojos, sus seguidores en permanente guerra, en sus mentes, con los ciudadanos de los estados azules y los republicanos disfrutaron del abuso y la desfachatez.
Hicieron todo esto sin un mandato popular para gobernar, por lo que se esforzaron por asegurarse de que futuras mayorías pudieran corregir lo mínimo posible. A lo largo de los años, han llenado cortes con jueces conservadores, han burlado citaciones, han restado poder a los gobernadores demócratas entrantes a fin de que no tuvieran posibilidad de maniobra, han saboteado el censo y se despertarán todos los días desde ahora hasta la toma de posesión de Biden para hacer el mayor daño posible mientras puedan.
Deshacerlo todo requeriría un esfuerzo enorme en las mejores circunstancias, pero la desigualdad de la elección puede poner fuera de su alcance hacer algo al respecto, al menos en el futuro previsible. Al momento de escribir estas líneas, los republicanos están listos para ingresar al nuevo Congreso con una mayoría en el Senado ligeramente disminuida. Todavía podrían perderlo antes de que las elecciones de 2020 estén completamente tabuladas. Pero, por el momento, los demócratas tienen que planificar un gobierno dividido, con Mitch McConnell al frente del Senado y sus cientos de jueces ilegítimos apoyándolo.
En esas circunstancias, McConnell impedirá que el Senado vote sobre cualquier legislación progresista. Los tribunales seguirán llenos de operativos de derecha, y McConnell podría bloquear unilateralmente a Biden para que no presente vacantes judiciales, al estilo de Merrick Garland, a medida que surjan.
Después de dos años de escuchar que una sola cámara en un gobierno dividido no puede controlar eficazmente a un presidente, McConnell bien puede paralizar la administración de Biden con una veeduría mal intencionada. Biden incluso podría tener dificultades para nombrar un gabinete, y luego aprenderemos que, después de todo, en su eterna hipocresía los republicanos no están de acuerdo con llenar el gobierno de funcionarios políticos cuando a Trump le permitieron llenar cargos estratégicos con allegados y familiares.
Esta es la fuente de preocupación: que la victoria electoral se limitará a purgar al gobierno del elemento Trump, mientras que la democracia estadounidense sigue decayendo.
Incluso sin el Senado, los demócratas pueden hacer cosas extraordinarias. La lección del tiempo de Trump en el cargo es que el presidente está revestido de un poder inmenso, incluso cuando no lo comprende completamente o no respeta sus límites. La administración de Biden puede auditar a todo el gobierno federal para comprender mejor cómo Trump y sus operadores abusaron de su poder y remitir pruebas de crímenes al Departamento de Justicia.
La Cámara puede hacer uso de los poderes de fiscalización que descuidó en gran medida en los últimos años, para comprender cómo Trump corrompió tan fácilmente al gobierno y promover legislación diseñada para modernizarlo.
Con un demócrata en la Casa Blanca, los republicanos podrían incluso apoyar algo así. En un instante, Biden puede revertir la política de separación familiar de Trump y luego comenzar a reunir a los niños secuestrados con sus padres. Puede corregir rápidamente algunos de los peores abusos de Trump con sistema de inmigración, volver a unirse al Acuerdo de París, acercarse sin intervencionismo flagrante a Latinoamérica y luego pensar creativamente sobre cómo gobernar en torno al nihilismo republicano.
No importa cuántos jueces leales a Trump se desempeñen ahora en el estrado, solo hay un funcionario en el sistema de gobierno que representa a toda la gente, y Biden acaba de ganar una mayoría histórica de sus votos.
Cuando Biden declare la victoria, es probable que haga un llamado a la conciliación nacional; pero también puede prometer gobernar bajo una Agenda moderada progresista bajo presión/apoyo de Bernie Sanders, Alexandra Ocasio Cortez y otros proponente del Green New Deal, les guste o no a las fuerzas de la reacción.
Puede indicar que no se limitará a las normas ni será indefenso mientras los republicanos del Senado y los tribunales anulen la voluntad pública. Él y el resto del mundo puede resolver lo que eso significa en la práctica en los días y semanas venideros, pero sin una mentalidad de lucha, será dueño de los fracasos que los republicanos le impongan.
Los Estados Unidos no se escapa aún de su roce interno con el fascismo, el país norteamericano vive una polarización jamás vista. Las bases sociales que apoyan a Trump son cada vez más reaccionarias, viscerales y tribales.
No será tarea fácil desprogramar tanto odio y racismo. Pero lo que quedará claro cuando el júbilo y el alivio desaparezcan es que vencerlo requerirá permanente vigilancia y un acercamiento de los partidos republicanos y demócratas a las clases obreras para comprender el porqué de su ira.
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