Desde hace unos años venimos asistiendo a un fenómeno que cada día me parece más impresionante. Se trata de la apatía de la sociedad española ante los diferentes escándalos, las bullas y las trampas que se nos están haciendo por parte de la clase política de este país, y las graves consecuencias que están teniendo para muchos sectores sociales.
Al menos desde la gran crisis financiera de 2007 nos hemos instalado en una situación en la que, a pesar de todo lo que nos está pasando, apenas vemos reacciones por parte del conjunto de la sociedad. Sí, es cierto que algunos, más concienciados o más sensibilizados que el resto, se han movilizado durante este tiempo, pero el conjunto de la sociedad se ha mantenido prácticamente apoltronada, completamente apática, ante las calamidades que se nos van presentando.
Esa apatía, mezclada con el miedo que también se nos ha inculcado (hace pocas semanas parecía que, si salías a comprar el pan, a la vuelta podías encontrar tu casa okupada y tendrías que irte a la calle), especialmente gracias a unos medios de comunicación destinados más a desinformar y ser los voceros de sus amos, que a mantener a la ciudadanía informada, ha creado una sociedad de personas que intentan superar el día a día, sin que nada les afecte tan profundamente como debería. Tal vez, debido a ese temor y a esa apatía a la que hacemos referencia.
En estos años hemos visto cómo un gobierno, que debería velar por los intereses de su ciudadanía, rescataba a bancos, que habían jugado con nuestros recursos para enriquecerse y que, tras la explosión de la burbuja, hemos tenido que salvar entre todos, echándonos, además, la culpa, por “vivir por encima de nuestras posibilidades”.
Eso sí, ahora que vuelven a tener ingentes beneficios, ya no se acuerdan de que el dinero así empleado lo sacaron de recortar nuestra sanidad, nuestra educación, de las ayudas a la dependencia, de los recursos públicos. Y, por supuesto, ni se han planteado devolver esos miles de millones, que ahora tanta falta nos hace. Como dijo uno de estos golfos, “es el mercado, amigo”.
Hemos visto a representantes políticos corruptos hasta la médula, con un partido político con más condenados por corrupción que diputados en el Congreso, considerado por la justicia como una organización criminal, mofarse del conjunto de la población, reírse en nuestra propia cara, mientras siguen metiendo las manos en lo público. Unos gobiernos del PP que se han lucrado, que han reformado sus sedes, que han distribuido sobres y trajes, que han creado entramados increíblemente complejos para disimular sus mangancias.
Hemos visto una justicia completamente politizada, al servicio de los más poderosos, que condena al que denuncia la corrupción, pero deja correr el tiempo para los corruptos, que justifica las palizas a personas de todas las edades por manifestarse, por querer ejercer el derecho a decidir su propio futuro, para protestar por los recortes en su bienestar, etc. Que mantienen una endogamia vergonzosa que les permite “cubrirse el culo”.
Hemos visto llegar a las instituciones y gobiernos locales y autonómicos a la extrema derecha, gracias a un partido de raíces poco claras, de financiación opaca y de propuestas fascistas y antidemocráticas. Siempre aprovechándose de la misma democracia que tanto desprecian y critican, para asaltar las instituciones y lograr beneficiarse de ellas, destilando su odio visceral contra aquellos que no piensan como ellos.
Hemos visto a la máxima representación institucional de este país, no elegida democráticamente, la monarquía, convertirse en un foco de corrupción, gracias a la prensa de verdad, y a pesar de una justicia que no tiene la más mínima intención de socavar las raíces de su propio poder.
¿Por qué, si no, no se pregunta a la ciudadanía sobre su utilidad o su papel? Los escándalos, uno tras otro, van salpicando a la casa real. Eso sí, sin que se les retire ningún privilegio, sin que les afecte en su tren de vida, sin que tengan que responder de esos delitos.
Hemos visto el bochornoso espectáculo de un rey “emérito” que ha huido (bueno, en realidad, salió tranquilamente de España, sin que nadie se plantease si estaba bien o mal). Y que se ha instalado en un cómodo exilio, pagado entre todos, eso sí, y sin afectar la fortuna que amasó durante sus años de “comisionista”.
Hemos visto a los cayetanos manifestarse en contra de un gobierno, elegido democráticamente, y tildándolo de golpista, pero defendiendo, sin ningún tipo de complejo, al auténtico golpista de este país, el régimen del dictador Franco, que les dio amparo, que los hizo lucrarse y que sigue estando en las raíces de nuestras instituciones y las grandes fortunas. Los hemos visto sin mascarillas, protestando, negando, linchando, asediando la casa de un vicepresidente del gobierno, ante la total pasividad de las fuerzas de “seguridad”.
Porque se saben impunes
Hemos visto cómo cada vez más sectores de población se convierten en invisibles a nuestros ojos: los desfavorecidos, los marginados, los sintecho, los inmigrantes, en definitiva, los arrinconados… Sin darnos cuenta que la mayoría de nosotros estamos sólo a un paso de convertirnos en desfavorecidos, marginados, sintecho o inmigrantes.
Hemos visto las pateras que se hunden en el Mediterráneo y los cuerpos llegan a las costas de los países “civilizados”, mientras los bañistas apartan la mirada de lo que les estropea la vista. Sí, todos nos estremecimos con la foto del niño Aylan, tumbado boca abajo, en una playa griega. Todos nos sentimos desfallecer con los niños que huían de la guerra (pon aquí el país que esté de moda ahora mismo). Pero pronto los olvidamos.
Evidentemente, también hemos visto honrosas excepciones en todos estos años. En el 2011 vimos el surgimiento del “movimiento de los indignados”, que luego pasó a llamarse 15M, para promover una democracia más participativa alejada del bipartidismo PP-PSOE y la tiranía de los bancos. Un movimiento que fue más allá de nuestras fronteras. Y tampoco sé si fuimos nosotros los que lo inventamos.
Pero que trajo una nueva esperanza, una nueva forma de hacer las cosas, que rompió el bipartidismo e introdujo una nueva manera de actuar con Podemos. Por cierto, el campamento de la plaza Catalunya de Barcelona se desmanteló con cargas policiales, con la excusa de que había un partido de fútbol importante… ¡ahí lo dejo!
Hemos visto el surgimiento de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, en 2009, a raíz de la crisis humanitaria desencadenada por el desastre de la burbuja inmobiliaria. La PAH, que vemos constantemente en la televisión y que ha conseguido mucho durante su tristemente largo recorrido, pero que sigue enfrentándose a unos poderes que están muy empeñados en seguir defendiendo sus privilegios, sea a costa de quien sea.
Una situación que ha llevado a que sólo el año pasado se produjesen unos 60.000 desahucios en España, que, a pesar de las promesas, no se hayan frenado, ni siquiera durante la pandemia, y que hayamos visto a familias con menores puestas en la calle por una policía crecida y abusona, sin bases legales.
Hemos visto a nuestros mayores, los que deberían poder vivir ya tranquilos, montar la “marea pensionista”, para defender sus pensiones y sus derechos. Una marea que, como ellos mismos reconocen, lucha “por las pensiones de todos los españoles. De ahora y del futuro. Salvemos las pensiones”. Que combate las mentiras y las tergiversaciones de algunos intereses económicos que miran sus bolsillos, no el bienestar de la ciudadanía, con el beneplácito de muchos de los que deberían defender ese bienestar. Pero ellos también están luchando por sus pensiones: el próximo sillón en un consejo de administración de una eléctrica, un banco, etc.
Hemos visto muchas más iniciativas solidarias, especialmente con el estallido del COVID (desde Open Arms, al movimiento LGTBI+, la antiglobalización, el ecologismo, la ocupación, la protección del consumidor, etc.).
El problema es que son una minoría la que se une a ellas, la que lucha por defenderlas, la que se enfrenta a la policía, la justicia, los poderes económicos y políticos, para conseguir defender esos derechos, los de todos, no nos olvidemos.
Y la próxima vez que veamos a uno de esos seres arrinconados que duermen en nuestros portales, no apartemos la vista. Mirémoslos, aunque sea unos instantes. Se lo merecen.