La criminal sinrazón, la carencia de una mirada de humanidad en todos aquellos que bloquean y atenazan a Venezuela, es tan grande, que provocaría maldecirlos.
¡Ah, sí de maldecir se tratase, para anular con una invocación a los malnacidos que nos causan daño, no dudaríamos en acudir a una buena maldición que nos exprese!
Yo sería el primero en echar mano de ese instrumento de dioses y de hombres.
Pero la cosa no parece que funcione de tal manera. Pues de maldiciones ha estado lleno el mundo que no han resuelto nunca nada. No de esa manera.
La verdad es que las maldiciones acompañan la historia y la cultura humana. Los antiguos griegos hasta escribían sus maldiciones en tablillas de plomo, con ayuda de profesionales. De maldiciones está llena su mitología y su literatura. Igual en Roma. Y no digamos en la Biblia donde es uno de los recursos por excelencia. “Maldito el que hace la obra del Señor con engaño; maldito el que retrae su espada de la sangre”, se dice en Jeremías. Y es el propio Jesús de Nazaret quien, por maldecir, maldice hasta una higuera para secarla sin remedio.
En la literatura medieval galaico-portuguesa, hay un fascinante género poético que se llama precisamente “Cantigas de escarnio y maldecir”. De allí tomo directamente los versos del gran poeta Alfonso X el sabio que dicen “El que se llevó los dineros / y no trajo los caballeros …/ ¡maldito sea!”.
Y, para abundar en ejemplos, anotemos también que es Don Quijote quien le recuerda a Sancho que “las iras de los amantes suelen parar en maldiciones”.
En mi caso, de todas las que conozco, siempre me cautivó e intrigó la maldición de Pablo Neruda en su poema “El General Franco en los infiernos”, al que le escribe en versos inmejorables: “Maldito, que lo solo lo humano te persiga/ que, dentro del absoluto fuego de las cosas, no te consumas”. Mil veces he pensado en el significado misterioso de esa frase.
De tal manera, que, si hoy quisiera maldecir definitivamente, por ejemplo, a cada uno de los miembros del Consejo de la Unión Europea que acaban de prorrogar por un año sus perversas e ilegales “sanciones” a Venezuela, los tomaría, metafóricamente hablando, por los brazos, para mirarlos bien de frente a los ojos y decirle a cada uno, a cada una: ¡Maldito, que sólo lo humano te persiga!
Pero, a pesar de que se lo merecen, no voy a hacerlo, ni siquiera con la imaginación. Pues confío más bien en la diplomacia de la paz y en el diálogo, que promueve nuestro gobierno bolivariano. Sabiendo que nosotros, al cabo, venceremos.