En muchas ocasiones cuando una persona sufre un acontecimiento traumático, su cerebro utiliza ciertas defensas para evitar su recuerdo, y así poder protegerse del trauma, lo que no evita que salgan algunas trazas de lo que ocurrió. Pueden ser miedos irracionales o cualquier circunstancia.
La sociedad funciona igual, pero la memoria no puede borrarse, no puede esconderse la infamia durante mucho tiempo sin que haya quien alce la voz diciendo lo que realmente ocurrió, escondido entre los bastidores de la desmemoria.
Esto es lo que pasó en nuestro país. España vistió los años de dictadura detrás de un pesado manto con esa idílica transición, en la que nos repiten hasta reventarnos los oídos que ese consenso nos llevó a que reinase la paz durante los años en los que la democracia tenía que asentarse.
Esos cantos no dejaron ver lo que estaba a la altura de nuestros ojos, pero por debajo de esos cortinajes la ponzoña de casi 40 años de dictadura y de represión seguía pasando como si de un río se tratase.
Pensemos en nuestra sociedad como si fuesen las “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique, nuestra sociedad es un río que va a parar al mar. Si el río se emponzoña el mar lo hace también, pero disimula de mejor manera, y sin embargo no deja de tener ese poso infecto. En nuestro país los años de dictadura y de represión son el contaminante que en el presente y en el futuro, en el mar donde nos encontramos deja su rastro, diluido sí, pero igual de toxico.
Sigamos con el símil de ese río con ese aporte de mugre. Como es lógico pensar donde más concentrada estará la podredumbre será donde desemboque la corriente, y ahí podemos representar los años de la transición en los que se empezaba a vislumbrar un horizonte limpio y de paz, pero con fango en las botas. Traduciendo: veíamos la democracia venir pero no sabíamos con certeza lo que venía detrás, ¡cuán grande era el ruido de sables que querían que nada cambiase y todo quedase atado y bien atado! Y no es que hayan cambiado mucho las cosas en ciertos aspectos pero en algo sí que cambiamos.
Cuanto más nos alejamos de la desembocadura el agua es cristalina y pura, en nada nos recuerda lo que dejamos atrás, esos serían los años en los que parecía que funcionó esa idílica transición y que podríamos seguir adelante olvidando todo lo ocurrido, pero machaconamente los que antaño se miraban raro seguían diciendo, cuidado donde ponéis los pies que el suelo aún no es firme, y de vez en cuando salían a flote trazas de lo acontecido como aquellos hilillos de plastilina que decía aquel.
Y en esas trazas desde esa zona de calma y paz de nuestro mar que salen a flote, el franquismo perduró en nuestra sociedad más o menos escondido, más o menos valiente a la hora de recitar su discurso en público. Ese ideario se pasó de generación en generación, el problema es que ese discurso, esos hilillos de plastilina que diría aquel ascienden, y si no se limpian quedan flotando y empañan y destrozan lo que tocan.
Así poco a poco ese discurso cala en la sociedad que, a base de escucharlo lo normaliza, la defensa de las tradiciones, el envilecimiento del marxismo y en especial del comunismo, la pleitesía con la clase dominante y sobre todo -y lo más triste de todo- el hastío y la apatía hacia la política que nos hace pensar que está es ajena a nosotros ya que conocer, preguntarse es la base para ser libres pero ellos nos quieren esclavos.
Y parando especialmente en el componente racial podemos escuchar discursos contra los migrantes, cuando hemos sido, somos y seremos un país de emigrantes que tuvimos que salir de nuestra tierra para ganarnos el pan, como lo hacen ahora nuestros jóvenes que ven que aquí su talento se pierde y están condenados a la precariedad en el mejor de los casos si no al paro.
Pedimos que vengan con contrato de trabajo como nos fuimos nosotros, sin entender que la ley de extranjería que aún está presente en nuestro país dificulta cuando no imposibilita la llegada legal, cuando vemos que el trabajo escaseaba para todos, casualmente por una crisis creada por los poderosos que son justo a los que defienden los que se envuelven en la bandera para ser más patriota que nadie, pero que luego callan con los poderosos, con los ricos y con los que según sus postulados son los benefactores de la patria. ¿Sabemos quién hace más por nuestro país? ¿El inmigrante despreciado que se deja la espalda cavando zanjas? ¿O el empresario filántropo que cotiza con una imaginativa contabilidad pero luego hace unas donaciones y todo solucionado?
Quieren que vengan con un contrato, es físicamente imposible, no vemos el drama para una persona que comienza el camino para dejar atrás su vida, jugársela en una travesía de la que no se sabe si saldrá indemne.
Pero reflexionemos un poco, nadie emprende un viaje incierto el cual puede acabar muertos ellos o sus hijos, si lo que deja atrás no es peor, hace poco vimos el grito desgarrador de una mujer rescatada por el barco de “Open Arms” diciendo “Perdí a mi bebé”. Para algunos la culpa será de ella que se metió en una barcaza para intentar llegar a España “a jodernos“, otros no podemos terminar de ver ese video sin empezar a ver borroso.
Porque a eso se reduce a la capacidad de ponerse en la piel de otro sin importarnos el color de la misma, saber que vivimos aquí por azares del destino, que son absurdos todos esos discursos en defensa de la raza que propugnaba el fascismo patrio, puesto que como dice la vieja consigna “Nativa o extrajera, la misma clase obrera”.
Los principios de igualdad que propugna la ideología marxista, que según algunos nos llevará al desastre, pero solo decir que los que la profesamos no deseamos que nadie muera en el mar, que nadie pase hambre y no dejar nadie atrás, frente a los herederos de esa España oscura y ponzoñosa que opinan que por su nacimiento y color de piel tienen más derechos.
Para finalizar esa deslavazada reflexión continuaré con el símil marítimo, actualmente el paisaje se ve oscuro y pantanoso, parece que la podredumbre resurgió y manchó todo, lo que estaba escondido en el suelo y era pisado se elevó y salió a la luz, nunca dejó de estar en el paisaje no, solamente que ahora un banco de arena que recogió más podredumbre la lleva arriba.
Esas trazas de fascismo disfrazado por los cortinajes pesados que ocultan racismo e intolerancia, ese franquismo que despierta apelando a la teoría del enemigo exterior entre otros grandes clásicos que el fascio patrio utilizó para ganar adeptos, ese monstruo que antes podíamos ver lejano puesto que no llegó a nuestro país, mientras en Europa lidiaban con él, llegó con fuerza y con sus 52 bocas para mentir.
Debemos saber cómo dragarlo y limpiar las excrecencias que supuran por sus infectas bocas, hay que armarse con pedagogía, con respeto a los DDHH y con paciencia, y acabarán en el vertedero de la historia de donde no debieron salir jamás si en vez de poner cortinas pesadas en la transición se hubiesen abierto de par en par las ventanas para que entrase aire nuevo…
Pero nunca es tarde para intentar ventilar una casa.
elestado.net no tiene por qué compartir la totalidad del contenido de los artículos que se publican en alguna de sus secciones de opinión.