La primera fue en una oportunidad donde los planes terroristas que él dirigía contemplaban, como parte su diseño, disparos asesinos para producir víctimas al azar, según la costumbre más extendida de esta manera de hacer política.
Aunque no se puede decir que era algo personal contra mí, la idea era matar indiscriminadamente a algunos de quienes estuvieran en la situación en que yo me encontraba. Esto es, la de quienes formábamos una muralla humana frente a Miraflores para intentar impedir el golpe de estado que se nos venía encima. Y también de quienes iban en la marcha opositora pues la intención aviesa era producir víctimas de aquí y allá que pudieran servir de excusa al golpe.
Y así fue hecho por aquellos que seguían sus órdenes. El asesinato indiscriminado y feroz de quienes estaban a la hora prevista en el lugar preciso.
La historia es conocida. Fue el 11 de abril de 2002 en el Centro de Caracas. Estando yo al lado mismo de la reja del Palacio Blanco, frente al Hotel Ausonia, se me quedó grabada para siempre la imagen de los compañeros que llevaban en hombros a las víctimas que iban cayendo, abatidos por los francotiradores del plan golpista, algunos de los cuales se supo después que estaban en las terrazas de ese hotel.
En total las cifras arrojaron al cabo 19 muertos y 124 heridos graves. Todo con base a un plan perverso para derrocar al presidente Chávez. Yo pude estar entre esas víctimas. Pero a este amo del valle que formaba parte de la cúpula fascista, no le importaba ni yo ni nadie, cuando al día siguiente festejaba en el salón Ayacucho del Palacio de Miraflores, su efímero triunfo y el advenimiento de una dictadura que, al cabo y por decisión del pueblo soberano y rebelde, terminó durando apenas 47 horas antes de que sus mandos tuvieran que salir corriendo.
La segunda vez en que este facineroso trató de matarme, fue exactamente el 13 de febrero de 2014, cuando, como parte del plan fascista “La salida”, que produjo 41 víctimas mortales, lanzó sus hordas, que incluían mercenarios a sueldo contra el edificio del Ministerio de la Vivienda, donde yo estaba en una reunión en uno de los últimos pisos. Fue el primer intento de incendiarlo. Las llamas llegaron hasta el nivel donde se encontraba la guardería de los hijos de los trabajadores. Aunque aquel día fue lo suficientemente feo, un mes más tarde repetiría la hazaña con un impacto todavía mayor.
Es un criminal desalmado. A cuenta de apellidos y fortunas, y su alianza con las derechas europeas, ahora vive en Madrid, hace negocios, sigue conspirando, sale en la revista Hola, y se pasea protegido por el barrio de Salamanca. Pero, repito, es un terrorista y un asesino con un prontuario imposible de blanquear. Y habrá justicia.