No es fácil encontrar las palabras e imágenes adecuadas para describir la integralidad de la compleja estructura de poder que se ha venido formando por siglos en una sociedad determinada, en una de estas naciones que hoy conocemos, o incluso en un conjunto de naciones, digamos, para entendernos en nuestro caso, como la que articulan los países de la OTAN, que se autodenominan comunidad internacional.
Busco las palabras precisas para describir esa estructura de poder y no las consigo. Ninguna de las que encuentro entre ellas logra describir a plenitud la idea de lo que hay allí como potencia de dominio. Porque es un engranaje, ciertamente, un tinglado, un armazón, un andamiaje, una maquinaria, una construcción impuesta, una normalidad instituida, un orden de las cosas consolidado que hasta casi pareciera natural, un estado de fuerza establecido de arriba a abajo, y aquí las palabras ya se van convirtiendo en frases, y todavía no se encuentra la imagen adecuada. Un sistema, tal vez, en el sentido en que alguien, un poeta por ejemplo, se pudiera definir a sí mismo como “antisistema” en relación a él.
O quizás habría que recurrir a la sustantivación de adjetivos, como, por ejemplo, cuando hablamos de una “arquitectónica” del poder (recordando a Dussell) o incluso de una “tectónica” del poder. Siempre con componentes materiales, desde luego, pero también culturales muy profundos, para lograr la estabilidad de la relación entre quienes gozan ese poder y las enormes mayorías que ponen la carne en la hoguera de la historia
En todo caso, lo que importa es entender que esa fuerza dominadora, estructuradora de la vida social y previa a nuestra existencia, con base a una compleja elaboración de siglos, ya está ahí, y que es bueno saberlo y tenerlo presente, para la filosofía y la práctica política, tanto en términos de ética personal, como de militancia, cuando se pretenden cambios profundos en esa construcción, en ese orden de cosas, en esa fuerza establecida.
Hay que leer a Gramsci, desde luego, para tratar de comprenderlo mejor. Pero también tenemos que aprender a entenderlo a partir de la propia experiencia personal, ya vistas y vividas tantas cosas y cuando cada uno de nosotros podría decir con León Felipe, “me han dormido con todos los cuentos… y sé todos los cuentos”.
Ah, pero si al menos toda esa estructura sirviera para hacer más linda la vida de la gente, más digna, más humana. Ah, si al menos sirviera para derrotar el miedo, la soledad, la segregación social y la humillación de ser. Pero no es así. Es todo lo contrario. Es perversa. En cada uno de los casos cercanos que conocemos, son siglos consolidándose esa gran estructura de poder toda ella al servicio del sometimiento y la desigualdad.
Conquistas coloniales, vasallajes sin término, guerras innumerables, opresiones sin fin, procesos sangrientos de afincamiento, y siempre todo ello con visiones del mundo impuestas desde la cima, con base a justificaciones filosóficas muy bien elaboradas. ¡Para terminar pagándose y dándose la vuelta. Ganando siempre. Y autodefiniéndose en cada caso como una democracia perfectas y plena, por más que se le revienten las costuras por todas partes.
No son cualquier cosa esas estructuras de poder, ni son tan fáciles de sustituir. Aunque no es imposible.
La aparición histórica de revoluciones, entendidas como inicios de procesos de gran sacudimiento de esas estructuras para sustituirlas por otras, hay que situarlas en ese contexto. Y efectivamente, a veces se consiguen algunos cambios sustantivos. Pero enseguida, y como al unísono, todo ese tinglado nacional e internacional se vuelve con toda su fuerza contra tales intentos.
Ahí es donde se unifican rápidamente las fuerzas poderosísimas de la estructura de poder supranacional, del capital corporativo, de los instrumentos hegemónicos de su dictadura mediática. Todos son convocados. Las instituciones que construyen el sentido común predominante así como las industrias culturales que elaboran la orientación lógica predeterminada de todo posible futuro, todas son convocadas.
Cuando países como Cuba o Venezuela, se salen de los cauces previstos, toda la fuerza del poder se vuelven contra ellos.
Yo soy solo un poeta. ¿Qué puede un poeta contra el mundo? Únicamente logro decir algo, cuando mi voz se hace coral. Y es justamente lo que intento cuando hablo de Venezuela y por Venezuela.
Porque a veces hasta la más humilde voz del más pequeño de los poetas, representa la invencibilidad del espíritu de emancipación humana.
No nos vencerán.
(Traducido del original en gallego). Vigo, febrero 2021.