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100 años de León Ferrari

León Ferrari fue un artista plástico argentino. Gran parte de su obra está orientada a denunciar los abusos de poder y la intolerancia en la sociedad.​

Es una de las exposiciones más comprometidas que hemos tenido la oportunidad de apreciar en el trascurso de nuestra ya dilatada vida profesional.

Y eso es mucho decir, centrándose además en el Reina Sofía, una admirable institución madrileña y mundial sin parangón que ya, desde los tiempos inciertos de la transición, se caracterizó por promover la crítica antifranquista (aquel escándalo de la exhibición permanente de las caricaturas de Picasso sobre el amariconado Franco; hay que recordar que en aquellos tiempos constitucionales, con demócratas de nuevo cuño, nadie se atrevía a tildar directamente a “su excremencia” simplemente de “dictador”, el cual ya hacia dos o tres años que afortunadamente por fin nos había liberado de su odiosa presencia), por exaltar los valores de la República y la periódica recuperación de tantos artistas comprometidos (algunos desconocidos para la mayoría de nosotros), como por ejemplo Luis Camnitzer, Tetyusa Ishida, Ceija Stokja, y tantos y tantos otros.

Gracias, muchas gracias, al actual director, y también a los que tan dignamente le han precedido.

León Ferrari (1920-2013), este hombre revolucionario, iconoclasta, ingeniero, surrealista y rompedor, armado de una lógica tan aplastante como para indagar en los significados y demolerlos, como el hecho de enviar una carta al Papa solicitando la anulación del infierno, caso de que existiera.

 

 

Su hijo Ariel fue “desaparecido” por la dictadura argentina.

Ferrari ya nos advertía de la “crueldad tan íntimamente mezclada con la bondad que la oculta”. Solo así es posible entender conceptos tan actuales como los que ahora revisamos sobre la banalidad del mal, el porqué la nación más civilizada de la tierra pudo abrazar el nazismo, el porqué de la bendición y el conforte de eclesiásticos a los asesinos que arrojaban al mar opositores en Argentina, o como, tristemente, tras cada guerra, tras cada victoria militar, véase ahora la Talibán, en su día por poner un ejemplo los gendarmes franceses tras el desembarco de Normandía.

Siempre, siempre, los militares y la policía sobreviven a la derrota; solo son represaliados los civiles que se han significado; ellos son gente de orden, obedientes, son gente “necesaria”, saben cómo funciona la violencia institucional, y además, son… ¡Inocentes!. Si, no hay cualidad más querida que la obediencia debida, el respeto y el acatamiento de las órdenes, que por principio no se cuestionan (¡estaría bueno!). Yo hice lo que me mandaron.

Pasa en todas las dictaduras; nadie sabe nada:

 

Salud y trabajo.

Y democracia y libertad.