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Vicente Rojo, el arquitecto militar de la resistencia republicana

Defendió el régimen republicano proclamado en 1931 y no secundó el alzamiento militar de 1936 contra la República ni el golpe de 1939 del general Casado

Vicente Rojo Lluch nace en la Higuera, Valencia en 1894. Estudió la carrera militar, teniendo un importante papel en la Academia de Infantería de Toledo. Su coronel José Villaba Ruqiel lo recordaría como un aplicado alumno. Finaliza sus estudios en el año 1914 con el grado de subteniente, habiendo obtenido el número dos en una promoción de 390 cadetes alumnos de la academia.

Su preocupación e implicación por la formación de los jóvenes condujo, igualmente, a que entre los años 1931 y 1933 fuese nombrado Comisario General de Instrucción de los exploradores de España. Durante su estancia en la academia fueron ocurriendo sucesos en la vida política como el 14 de abril, el advenimiento de la II República.

En 1932 deja la Academia para ingresar en la Escuela Superior de Guerra con intención de realizar un curso de Estado Mayor. En la referida institución ascendió a Comandante en 1936, cuando estalla la Guerra Civil, se mantiene fiel a la República. En octubre del 36 es ascendido a jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa, desde donde preparó la defensa de Madrid.

Defendió el régimen republicano proclamado en 1931 y no secundó el alzamiento militar de 1936 contra la República ni el golpe de 1939 del general Casado contra el gobierno legítimo. En consecuencia, se convirtió en uno de los mandos militares más destacados del bando republicano durante la Guerra Civil Española (1936-39).

Al estallar la guerra civil, en julio de 1936, se mantuvo leal al gobierno de la República, y fue uno de los militares profesionales que participó en la reorganización de las fuerzas republicanas durante los instantes posteriores al golpe de Estado.

La intención recelosa del gobierno de Giral fue la de desmantelar el ejército, finalmente en agosto de este mismo año se reactivan los escalafones militares. No es de suponer que se cuestionase la lealtad de Vicente Rojo, ya que desde los primeros instantes fue trasladado a las oficinas del Estado Mayor del Ministerio al mando de Hernández Saravia.

Debido a las operaciones de acoso a la Capital desde el norte, el veinte de julio partía a Somosierra para incorporarse a una columna que estaba bajo las órdenes de Enrique Jurado, estuvo destinado hasta el veintiocho de agosto, tras este primer punto de contacto regresó al Estado Mayor.

Durante esos meses de gran actividad tuvieron que reorganizar un nuevo ejército capaz de enfrentarse con las tropas sublevadas que avanzaban por Extremadura hacia la capital, en ese intento se creó la Inspección General de Milicias con el objeto de controlar los batallones de voluntarios.

Una de las primeras misiones asignadas a Vicente Rojo fue la de pactar una rendición al asediado Alcázar de Toledo, el nueve de septiembre de 1936, esta misión fue ciertamente dura para él, ya que suponía volver a la academia en la que estuvo destinado como profesor durante casi una década.

La Junta de Defensa de Toledo redacta el mensaje el ocho de septiembre que debe aceptar Moscardó. Rojo sabe de antemano que Moscardó no aceptará las condiciones. Ese nueve de septiembre a las diez de la mañana entra por Puerta de los Carros con los ojos vendados a entrevistarse con Moscardó. Muchos de sus viejos camaradas se encontraban en su interior.

A partir de entonces, su fama como organizador no hizo sino aumentar. Posteriormente, su trabajo se fundamentó en organizar las milicias y que pudieran ofrecer un frente disciplinado ante el avance franquista. Evitar la improvisación y promover en la medida de lo posible la organización en el frente.

Asimismo, su destacada labor lo hizo ser parte de forma decisiva en la defensa de Madrid a las órdenes del general José Miaja y como jefe del Estado Mayor de este. En marzo de 1937 fue ascendido a coronel, en octubre del mismo año a general y jefe del Estado Mayor Central del Ejército republicano. Fue condecorado con la Placa Laureada de Madrid.

Sus convicciones republicanas lo llevaron a tener una actuación destacada en las operaciones desarrolladas en el Jarama, Guadalajara, Brunete y Belchite. En 1937 proyectó las ofensivas de Huesca, Brunete, Zaragoza y Teruel, y en 1938 la del Ebro.

Permaneció fiel al Gobierno republicano y a lo largo de toda la contienda ocupó cargos de responsabilidad. Actuó como emisario del Gobierno de la República ante el coronel Moscardó, durante el asedio del Alcázar de Toledo, para intentar que aquel se rindiese.

Tras la derrota del bando republicano en la batalla del Ebro su prestigio comenzó a minarse, algunos sectores comenzaron a poner en duda su lealtad a la República e incluso su capacidad profesional. Sin embargo, y a pesar de ello, no solo continuó desempeñando su cargo de jefe del Estado Mayor Central sino que Negrín lo ascendió a teniente general.

En enero de 1939 informó a Manuel Azaña, presidente de la República, y a Juan Negrín, presidente del Gobierno, de que la guerra estaba prácticamente perdida y para evitar males mayores pedía la rendición de la zona centro que no se encontraba en condiciones de resistir mucho más tiempo.

Cuando tuvo lugar el golpe de Estado de Seguismundo Casado se encontraba en París visitando a Azaña y decidió permanecer allí hasta ver el desenlace del nuevo conflicto. Al terminar la contienda se trasladó primero a Argentina y luego a Bolivia, donde fue profesor de la Escuela de Guerra.

Ante la superioridad material del enemigo y las dificultades de aprovisionamiento propio, Rojo trató de conjurar la inminencia de la derrota mediante una serie de inesperadas ofensivas de distracción en frentes secundarios (Brunete, Belchite, Teruel, Ebro), siempre encaminadas a aliviar la continua presión del avance franquista en el frente principal de sus ataques.

Su brillantez estratégica acabó tropezando con la cruda realidad de la inferioridad material de sus tropas, del agotamiento moral de la población civil y de la desesperanza causada por la falta de apoyo de las grandes democracias.

El colapso militar, en febrero de 1939, convirtió a Rojo en uno más del medio millón de exiliados llegados a Francia desde Cataluña. No terminaría allí su amargo periplo. Tras partir de inmediato a Argentina, el general se trasladó a Bolivia en 1942 para convertirse en profesor de la Escuela de Guerra del Ejército boliviano.

Permaneció en Bolivia durante quince años, hasta que la enfermedad, un enfisema pulmonar que afectaba el corazón, y la nostalgia le inclinaron a regresar a España para morir en su patria. Franco aceptó su retorno, pero insistió en que penara por sus faltas.

Fue sometido a juicio militar en diciembre de 1957 y condenado a “reclusión perpetua” por delito de “auxilio a la rebelión“. Indultada la condena, quedó reducido a la condición de “muerto civil“, vigilado en todos sus actos sociales.

Y aunque había vuelto a España para morir, todavía vivió en Madrid hasta el 15 de junio de 1966. Posteriormente, fue Indultado de esta condena en el año 1958, pero no de las condenas accesorias, vivió los últimos años dedicado a elaborar una serie de estudios de carácter militar, muriendo en Madrid en 1966.