La deriva europea hacia la extrema derecha: Francia y Éric Zemmour
La carrera electoral francesa ha vuelto a demostrar que el contagio del extremismo se extiende también hacia el resto de Europa.
La mayor oportunidad de la extrema derecha es su capacidad para influir en el debate público, que le permite proyectarse en la sociedad, y filtrar los hechos a través de su perspectiva ideológica.
Las próximas elecciones generales francesas prevén que la derecha sumará más del 70% de los votos: la derecha liberal y conservadora de Macron, la extrema derecha de Marine Le Pen y su lado más radical de Éric Zemmour. La carrera electoral francesa, que acaba de arrancar, ha vuelto a demostrar que el contagio del extremismo se extiende también hacia el resto de Europa.
El blanqueamiento de la extrema derecha
El blanqueamiento de las propuestas de la extrema derecha hace que las posiciones de la derecha tradicional y la derecha extrema aparezcan más “razonables”, en una estrategia a largo plazo. Se trata de un blanqueamiento que en Francia, igual que en España, ya se ha consolidado y comienza a dar sus frutos. Por tanto, se trata de un proceso, lento pero constante, de asimilación de una ideología extremista e intolerante, para movilizar a la opinión pública.
Como en el caso de VOX y el PP-C’s, Éric Zemmour ha aparecido en un momento en que la derecha (tanto tradicional como lepenista) estaban intentando matizar sus posiciones más extremistas. Ahora, los lepenistas deben intentar evitar el espacio más radicalizado, que ahora ocupa Zemmour, que defiende posturas aún más radicales.
Se trata del mismo proceso que ha tenido lugar en España con VOX, que se ha convertido en la opción más radicalizada de la derecha tradicional. Pero también se puede apreciar un movimiento de “arrastre” de esa derecha tradicional que, para no perder su electorado más radical, también ha tenido que radicalizar una parte de su discurso: la derecha más moderada de Macron, debido a la presión de Le Pen y Zemmour, también se está radicalizando en temas como la inmigración o la identidad nacional.
La derecha tradicional se enfrenta al reto de defender su espacio más moderado y europeísta, en medio de un ambiente político que muestra una clara tendencia a la difusión de la extrema derecha.
La irrupción de Zemmour puede suponer una ventaja para Macron, porque permite fraccionar a la extrema derecha neutralizando, especialmente, a los lepenistas. Pero, para conseguirlo, debe superar la caótica situación política que se vive en Francia, marcada por la descomposición y volatilidad de los diferentes campos políticos. La fractura del campo de la extrema derecha puede servir a Macron para despejarle el camino hacia la reelección y reforzar el republicanismo.
La retórica de Zemmour
Zemmour, de origen judío y argelino, es un periodista, condenado en varias ocasiones por incitación a la discriminación racial y religiosa, defensor de un programa extremista y polarizador. Se presenta como un candidato que habla claro, incluso de los aspectos más controvertidos de la historia francesa.
Su discurso se basa en una transformación de los tópicos de la extrema derecha europea, adaptándose a las necesidades locales. Se trata de una movilización emocional de unos temores sociales colectivos que se mezclan con la exaltación de un pasado “glorioso”. Por ejemplo, se ha convertido en un defensor de la Francia de Vichy, afirmando incluso que salvó a muchos judíos franceses.
Se trata de una visión apocalíptica de la situación en Francia, basada en una idealización torticera de la historia: es un nostálgico de un pasado glorioso al que apela constantemente, frente a una Francia que, según él, se encuentra al borde del caos y la guerra civil.
Al mismo tiempo, idealiza una Francia “desaparecida” de su infancia, debido a la “colonización” de una inmigración musulmana que está extinguiendo a la verdadera esencia francesa, a través de la violencia y el islamismo.
Su visión de Francia refleja un enorme abismo, la decadencia, el caos, la violencia y el miedo. Al mismo tiempo, Zemmour es el primero en admitir que sus visiones de la historia no siempre están basadas en evidencias reales. Pero su popularidad es un complejo símbolo de un escaso interés por la verdad, lo que hace que su discurso sea aceptable entre otros muchos.
La cuestión ya no es reformar Francia, sino salvarla. Por eso he decidido presentarme. (…) Para que nuestros hijos y nietos no conozcan la barbarie, para que nuestras hijas no lleven velo y nuestros hijos no estén sumisos, para que podamos transmitirles Francia tal como la hemos conocido y recibido de nuestros antepasados.
Sobre el tema de la inmigración defiende la teoría del “gran reemplazo”, la amenaza de sustitución de la población autóctona francesa por población de origen africano y de confesión musulmana. Esta teoría ha inspirado a grupos terroristas y supremacistas blancos en los Estados Unidos.
Por eso, defiende un estricto control de la inmigración y se opone al multiculturalismo. Los inmigrantes deben adquirir los estándares sociales del país que los acoge: “quien vive en Roma se comporta como romano”, suele decir. En este sentido, es muy crítico con la política migratoria de la UE y con el derecho a la reagrupación familiar, el uso del espacio público con simbología de pertenencia religiosa, y defiende que el islam es incompatible con los valores republicanos. Su retórica juega con una ansiedad persistente sobre la migración y la violencia terrorista.
Sostiene que Francia ha perdido su soberanía económica, debido a la integración europea, la introducción del euro y la dependencia del Banco Central Europeo, que ha causado la desindustrialización del país, el déficit comercial y la deuda pública.
Defiende la necesidad de eliminar el feminismo, debido a la “abdicación de los hombres blancos del siglo XX que renunciaron al centro del patriarcado”, frente a sociedades que dan rienda suelta a una virilidad basada en la fuerza, la guerra y la muerte, como las árabes. Denuncia la teoría de género y su conversión en dogma en la educación, y acusa al feminismo de tener consecuencias nefastas para la sociedad.
Mantiene un discurso que se opone a la injerencia europea en las instituciones francesas y ensalza la figura de De Gaulle como garante de la soberanía nacional frente al europeísmo.
Con su discurso, Zemmour está enturbiando, aún más, las inquietudes que se plantean en la derecha francesa y su futuro electoral. Ha tocado una fibra emocional, en un país con una sólida tradición de extrema derecha, como demuestra que los lepenistas consiguiesen más de diez millones de votos en las últimas presidenciales. El principal obstáculo de su discurso es que se le considera un candidato de la élite burguesa ultraconservadora, frente a Le Pen, que se ha consolidado como la primera opción de la clase trabajadora.
A pesar de haber sido condenado por provocar el odio racial, los principales medios de comunicación franceses le han dado una espléndida plataforma pública. Sus declaraciones sirven tanto para escandalizar como para normalizar su discurso, y ha conseguido hacer del programa de extrema derecha una corriente principal en los medios.
En algunos medios han considerado a Zemmour como una especie de Trump francés. Igual que ha pasado con Donald Trump, Zemmour se sirve del caos para acaparar la atención mediática, a base de polémicas, con un mensaje nacionalista y xenófobo que sirvió a Trump para llegar a la presidencia de los Estados Unidos. También se le ha comparado con Trump debido a su postura anti-establishment (falsa) y su capacidad para mostrar su estilo provocativo y emociones que se vuelven virales en las redes sociales.
Cómo combatir la normalización de la extrema derecha
Evidentemente, no hay una fórmula mágica para conseguirlo, aunque sí hay algunos pasos que deberían darse. También debemos plantearnos una cuestión fundamental, que es saber dónde está el punto de inflexión de la extensión de la extrema derecha y cómo evitarlo.
La izquierda europea no está desapareciendo del escenario político por sus propuestas más tradicionales, sino por intentar asumir propuestas que no son suyas, sino que son las de una derecha que debería combatir.
Francia y la Unión Europea necesitan que sus formaciones de derecha tradicional mantengan sus posturas más moderadas, para fomentar los valores democráticos y un futuro europeo común, que la extrema derecha hace peligrar.
En primer lugar, y por encima de todo, hay que eliminar los aspectos socialmente “aceptables” de las propuestas de la extrema derecha, unas zonas de ambigüedad que abren el camino al blanqueamiento de su programa entre la mayoría de la opinión pública.
Como en el caso español, es esencial evitar convertir a la extrema derecha en socios de gobierno aceptables, a través de medidas como la adoptada por la derecha tradicional de Angela Merkel en Alemania: un auténtico “cordón sanitario” que aísle la extrema derecha. Solo así se conseguirá evitar la normalización y blanqueamiento de las amenazas a la democracia y la convivencia social que suponen formaciones como las de Abascal o Zemmour.
La principal incógnita en el caso de Zemmour es saber si la transgresión y la polémica constante funcionará en Francia como funcionó con Trump o como está funcionando con VOX.
elestado.net no tiene por qué compartir todo el contenido que se publica en su sección de opinión.