Rompiendo el relato machista: no hay que romantizar a los machos alfas
Luego de conocer sobre el concepto de "damisela en apuros", surgen otros como el de "macho alfa" perpetuado por el sistema patriarcal que genera desigualdad y romantiza la dominación.
En todos los escenarios, tanto ficticios como reales, se vende mucho el concepto de “macho alfa” que hace referencia a un líder masculino ambicioso y competitivo.
Además de eso, es agresivo y dominante, idea inspirada en la teoría de la naturaleza, específicamente de las manadas de lobos, donde somete a los demás por la fuerza.
Se ha vuelto popular tanto en el ámbito empresarial como en el contexto político, pero igual llegó a los diferentes niveles de la sociedad, arraigándose a la cultura.
Pese a que la idea puede resultar atractiva para los hombres en posiciones de poder, es rotundamente falsa y es hora de dejar de romantizarla.
Mirar al machismo a la cara y decir “no”
Se cree que esta es la parte más complicada e incómoda del asunto, puesto que se encuentran con situaciones que han vendido como normales cuando no lo son.
El sistema patriarcal sembró expectativas sobre el género, roles, relaciones de pareja e ideas de romance que muchas veces no son sanas.
Puesto que en la mayoría de los contextos culturales, la violencia está incrustada en cada área: desde las noticias hasta el entretenimiento, desde la amistad hasta las relaciones amorosas.
Asimismo, afianza esa imagen de “hombre que es alfa” y arrebata el poder a como dé lugar, bajo la premisa de que el fin justifica los medios.
En el proceso, somete a todo aquello que sea objeto de su deseo; y las mujeres están bajo esa mira, dónde son percibidas como vulnerables, cosificadas.
Punto focal: las relaciones de poder
Todo esto gira alrededor del concepto de “amor romántico” en el que se distinguen las almas gemelas que están destinadas a unirse sin importar las adversidades.
En el proceso, perpetúa el mensaje de que las mujeres están incompletas y necesitan ser dominadas por un hombre, quien las protege y provee de cualquier cosa que requiera.
De esta manera, las personas se vinculan desde sus carencias y no desde el autoconocimiento, el respeto y el amor propio, simplemente por meros conceptos huecos.
Por tanto, este sentimiento romántico es utilizado como una herramienta de control social, añadiendo a la mezcla el componente de “mecanismo cultural” que afianza el patriarcado.
En vista de que acentúa la desigualdad porque anida en los corazones, gobierna sobre las emociones y deja enmudecida la razón.
Se “ama” desde el concepto de propiedad privada y desde la base de la desigualdad entre hombres y mujeres.
Un defecto muy grande que ha perdurado en la historia es que la sociedad idealiza el amor femenino como un amor incondicional, abnegado, entregado, sometido y subyugado.
Allí si es benévolo, manso, que todo lo puede y todo lo soporta, romantizando el sufrimiento que puede padecer una fémina por un hombre.
En la actualidad cada vez más se deshace ese vago escenario que poco a poco se desdibuja, porque las mujeres ya no se sienten “incompletas” o débiles.
Un logro del feminismo es que ha promovido las relaciones igualitarias en las que las diferencias sirvan para contribuir unos con los otros, no para aplastarse entre sí.
Tampoco para salvar esas ideas de violencia en los vínculos afectivos, relaciones amorosas y conyugales. De ningún lado. Solo se mantiene el equilibrio.
A raíz del empoderamiento, han comprendido que no deben estar sujetas a dicho sentimiento o que llevan toda la carga emocional, puesto que los hombres también gestionan su sentir.
Y de esta manera controlan su ira, su impotencia, su rabia, y su miedo, borrando ese estereotipo de “macho de las cavernas” que tanto costó derribar.
No hay razón para continuar alimentando un arquetipo que ha dañado tanto la manera en cómo se expresa el género masculino, llegando a encasillarse en una figura irreal.
Aunque resulta lógico, todavía es imprescindible fomentar la responsabilidad afectiva y trabajar en la comunicación entre nuestras relaciones interpersonales.
Llorar está bien, al igual que adoptar posiciones pasivas en algunas circunstancias, callar en momentos propicios, ser paciente, comprensivo y empático.
Eso no resta masculinidad, porque se trata de facetas que todo ser humano debería experimentar sin ninguna coacción o impedimento.