Mercenarios: el instrumento del neoliberalismo militar
La creciente influencia del sector privado en las decisiones sobre la seguridad nacional de las potencias conllevó al redireccionamiento de sus políticas públicas en el favor de este sector
El actual neoliberalismo militar hace que la guerra de Ucrania contra Rusia esté lejos de ser un conflicto convencional, su formato responde a los más modernos y multidimensionales métodos de lucha donde el factor militar no juega un rol exclusivo.
A diferencia de los conflictos armados del Siglo XX, tras dos guerras mundiales y múltiples enfrentamientos locales, la autodestrucción del hombre ha alcanzado límites insospechados. El teatro de operaciones militares en los tiempos actuales no es solamente en el campo de batalla, la lucha ahora se extrapola en ámbitos relativamente inofensivos, pero de gran impacto social.
La era nuclear, la lucha contra el terrorismo, la crisis pandémica de Covid-19, la guerra en Ucrania, cada época, presenta su contexto de miedo generalizado. Las hegemonías globales necesitan constantemente un marco de conflicto para trazar su agenda de control y sometimiento de voluntades.
En este sentido, los medios de comunicación y la transculturización, como fenómenos que van de la mano de la globalización, ocupan un lugar privilegiado a la hora de inclinar la balanza a favor o en contra de alguna fuerza beligerante.
Este fenómeno se transversaliza a la cada vez más reducida intervención directa de los Estados en las guerras, en su lugar, ponen a su disposición a una de las más obscuras variantes del capitalismo moderno en el ramo militar, las empresas militares y fuerzas mercenarias.
El discurso promovido por los actores neoliberales para justificar la aceleración del proceso de privatización de las formas de violencia estatales se fundaba en factores como: la “despolitización” del aparato militar para garantizar mayor eficiencia.
Asimismo, se fija en la descentralización del compromiso de los gobiernos para repartirla entre varios actores sociales. Por otra parte, procura la inserción de invenciones tecnológicas y nuevos métodos de producción para reducir costos y optimizar resultados.
La asimilación de este argumento entre los líderes políticos neoliberales condujo a una arremetida capitalista en los modos de ejercer los diferentes métodos de violencia. Las consecuencias de esta ofensiva neoliberal trastocaron el ejercicio de las competencias y los ejércitos convencionales, de manera gradual y extensivamente.
A Finales de los años ochenta, esta visión militarista comulgaba con la idea de que el mundo iba a ser un lugar más pacífico con la caída del Muro de Berlín. Al cabo del referido hecho histórico, se produjeron recortes en el presupuesto destinado a la defensa en los países occidentales, con la excepción los EEUU.
Dicho recorte derivó en la disminución del personal de las fuerzas militares en todo el mundo, en donde más de siete millones de efectivos castrenses fueron cesados de sus actividades.
En teoría, bajo la visión neoliberal, este pie de fuerza en declive debía ser sustituido por compañías militares privadas, todo ello bajo la disposición jurídica de los Estados contratantes. En este proceso de redefinición neoliberal del sector defensa, los líderes angloamericanos fueron activos innovadores.
Este proceso privatizador de la industria militar en las potencias hegemónicas no se dio súbitamente en todos los sectores, sino que arrancó gradualmente con la encomienda de asuntos secundarios como la logística, para luego proyectarse a temas tácticos, estratégicos y operativos.
La creciente influencia del sector privado en las decisiones sobre la seguridad nacional de las potencias conllevó al redireccionamiento de sus políticas públicas en el favor de este sector. Se produjo así un complejo neoliberal industrial de seguridad cuya intención era el de privilegiar los intereses de compañías privadas, generalmente al margen de la conveniencia social.
Respecto al nuevo enfoque neoliberal, la culminación de la Guerra Fría significó la renovación de la cultura estratégica de los líderes de las potencias hegemónicas. Respecto a los EEUU, durante el gobierno de Ronald Reagan la invasión de la isla caribeña de Granada en 1983 fue el escenario propicio para la formalización de las relaciones entre los contratistas privados y las fuerzas militares estadunidenses que recurrían a ellos.
Bajo este esquema de la privatización de la guerra, el presidente Bill Clinton profundizó la reducción del gasto militar heredada de los gobiernos republicanos de Reagan y George H.W. Bush. Todo ello en favor de la “externalización” de los asuntos militares.
Posterior a la administración Clinton, el Gobierno de George W. Bush ratificó la visión neoliberal del sector militar estadounidense. En este sentido, Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de dicha gestión, se concentró en las ideas previas de privatización militar.
En la medida que aumentaba el nivel de complejidad de los equipos y técnicas militares, se generó un aumento de empresas militares privadas que se relacionaran constantemente con el Departamento de Defensa hasta el punto de asumir labores directas en el teatro de operaciones bélico.
La aplicación de este enfoque mercenario norteamericano se extendió a Latinoamérica, por medio de las luchas contrainsurgentes. En Nicaragua, encontramos el escándalo de los Irán-contras, el cual sirvió para desvelar la participación de mercenarios británicos. De esta manera, los estadunidenses buscaron contratar mercenarios de un tercer país.
Asimismo, en Colombia, muchos de los mercenarios británicos e israelíes que habían entrenado a los contras en Nicaragua fueron contratados por los barones de la droga en connivencia con miembros de las fuerzas armadas.
Con la entrada en vigor del Plan Colombia en el año 2000 y de la Iniciativa Mérida en 2008, ambos países implementaron con los EEUU un acuerdo de lucha contra la producción y el tráfico de estupefacientes.
Dentro de este contexto se involucraron empresas como Dyncorp¸ MPRI, Northrop Grumann y Kellogg, Brown & Root, a las cuales les fueron delegadas misiones de fumigación de cultivos de coca, monitoreo por radar de tráfico de narcóticos y entrenamiento de las fuerzas de seguridad destinadas para estos fines.
El carácter privado de las compañías militares, el tipo de relación con el poder político, su presencia trasnacional, su ánimo de lucro como su principal característica, e incluso el grado de afectación de su accionar en los DDHH, abren el interrogante acerca de si ellas son simplemente una continuación de las históricas formas de mercenarismo o representan un nuevo modelo de concepción militar imperialista.