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Francia nos enseña el futuro

Una victoria en segunda vuelta sería un pleno para la extrema derecha. No sólo ganarían, la izquierda podría perder años en reproches mutuos, dejándole el camino abierto a gobernar a Le Pen sin oposición.

El partido comunista francés (PCF), se convirtió en “la única” izquierda francesa con presencia parlamentaria durante décadas.

Un partido comunista que era visto por el resto de partidos comunistas de Europa como un partido fuerte en cuanto a movilización y medio de comunicación propios; pero también con un partido “acomplejado” con miedo a enarbolar la bandera comunista, con una ideología más “líquida” o “blandita” que el resto.

Ese partido, junto con todo el sistema político francés, se vio envuelto en una gran sacudida política del “tablero”.

Al igual que en España el PCE e IU sufrieron la sacudida de la “ventana de oportunidad”. A la izquierda francesa le ocurrió lo mismo.

Desde Melenchón hasta los trotskistas de NPA (referente del partido anticapitalista), aprovecharon las elecciones para hacerse valer como alternativa con capacidad de gobierno.

La oleada de cambios era tan grande que amenazaba con tumbar el sistema tradicional bipartidista (cosa que acabaría logrando) y de llevarse por delante al propio PCF.

Las alarmas se encendieron y los más confluyentes tomaron el mando y surfearon la “gran ola” creando una alianza clave con Melenchón, poniéndolo en el centro y desplazando a las otras alternativas (NPS, Verdes) a una esquina. El PCF sobrevivió.

A partir de aquí, Melenchón estaría a punto de gobernar una y otra vez, pero también fracasaría una y otra vez.

Con la dificultad de gestionar a una izquierda tan diversa y plural, pronto fue acusado de cesarista y sus jugadas de “hacéis esto o me voy” acabaron con su crédito político, incluso en su propio partido. O eso parecía.

Aunque la dirección del PCF apostaba con fuerza por la confluencia, las bases habían ido despegándose cada vez más de esa idea y cada referéndum interno para ir juntos, tenía menos apoyo que el anterior.

Con la caída de Melenchón la izquierda quedó huérfana de liderazgos, perdida, hundida y dividida en mil siglas.

La dirección del PCF apostaba por tender puentes, reconstruir lazos y recomenzar el sembrado de la política de alianzas aplicando todo lo aprendido.

Para la militancia de base, sin embargo, ya era demasiado.

Cuadros medios hablaban de “confusión ideológica”, confusión de siglas, personalismos, sorpresas, demasiados sapos que tragar de la desmotivación de la militancia.

Fabien Roussel llevaba 10 años dirigiendo una región de Francia en el PCF. No era especialmente famoso fuera del partido, aunque sí era querido y respetado internamente.

Buen orador, era escuchado. Su lema de campaña más famoso había sido: “¡Yo voto comunista, y que te jodan!”. Justo lo que la militancia tenía ganas de oír.

Estos cuadros medios estaban decididos a plantar cara al líder del partido, Pierre Laurent, que tenía todas las papeletas para ganar el congreso interno.

Su primer paso fue plantear un documento alternativo. No sabían si ganarían. De hecho muchos no lo creían posible, pero sucedió.

Fue una sorpresa, el documento alternativo que se presentó, más identitario de siglas y de defensa de valores tradicionales del comunismo, ganó (42% vs 38%).

La división del partido que se hizo patente en ese congreso ya nunca desapareció, con alguno de los camaradas más confluyentes saliendo del partido y con un Fabien Roussel cerrándose cada vez más en banda a las alianzas.

Fabien Roussel fue acusado de retrógrado por sus críticos, mientras él declaraba que el partido debía ser un partido de más presencia en las calles, de más iniciativas propias, un partido para la acción, más compenetrado con sus direcciones locales autonómicas, con ideas que denominaba “fuertes”, avanzando siempre “cerca de los militantes”.

Un discurso que fue capaz de emocionar a los que le votaron, pero que hundió por completo las perspectivas electorales del partido.

No convenció a unos votantes del PCF que sencillamente se fueron a la abstención, tristes y sin esperanza en el partido.

La perspectiva electoral de la izquierda francesa en su conjunto, llegó a ser verdaderamente lamentable. Si de por sí era grave, pero fue que el PCF fuera incapaz de llenar el hueco de un PS en caída libre.

El PS desaparecía, pero al PCF y al resto de la izquierda no les iba mejor.

El resto de “las izquierdas” empezaron a recomponerse, volver a entenderse. Con perspectivas de hundimiento en las presidenciales a un año vista, Mélenchon emergió de sus cenizas y fue el único que logró ilusionar al electorado, reconectar con él, plantear un programa con puntos clave, reunificar a buena parte de la izquierda, apostar por una izquierda moderna que al tiempo levantara sin miedo banderas históricas como un claro “NO a la OTAN” en tiempos complicados.

Fabien Roussel había llegado al liderazgo tras acusar con fuerza a su antiguo líder Pierre Laurent, de meter al partido en la clandestinidad por ir de la mano de Melenchón durante dos elecciones presidenciales seguidas; en vez de apostar por un candidato propio.

Evidentemente, ahora no se mostraba interesado en alianza alguna.

Desoyendo llamamientos a primarias conjuntas, alianzas o apoyos mutuos se centró en hablar de “orgullo” militante, de “respeto” por las siglas e incluso centró sus alianzas regionales en el PS (Partido Socialista francés).

Finalmente, llegó la campaña de las presidenciales con un ascenso diario de Melenchón en las encuestas.

Pasaban dos candidatos a segunda vuelta.

Quedarse fuera implica perderlo todo, no había otra cosa en juego, las parlamentarios son más tarde.

Pasar a segunda vuelta implicaba opciones muy plausibles de victoria de la izquierda, según todas las encuestas, pero había que lograrlo.

Emmanuel Macron fue primero, con el 27% de votos. El segundo puesto se disputó entre Jean-Luc Mélenchon y la líder de la extrema derecha Marine Le Pen.

Finalmente fue un 1,4% de votos lo que los separó. Pasó Le Pen (23,4% vs 22%). Los más de 7,6 millones de votos de Mélenchon no fueron suficientes, se quedó a 500.000 votos de la segunda vuelta y probablemente de la presidencia.

Fabien Roussel, al cargo del PCF, logró un 2,3% de votos (799.334 votos). Incluso el partido verde de Yannick Jadot le dobló en votos. Se convirtió en el octavo partido.

Un porcentaje que en realidad es similar al de 2002 y 2007, antes de la aparición de la “ventana de oportunidad” de la política francesa, antes de la aparición de Mélenchon.

La diferencia es que entonces el “voto útil” que perdía el PCF era para el PS y ahora lo era para el partido de la Francia insumisa de Mélenchon.

El fracaso por los pelos de Mélenchon puede resituar al PS en el mapa, pues a nivel regional aún aguanta.

Un pase a segunda vuelta de Mélenchon les habría dado la puntilla y se habrían dividido más que nunca entre dar su voto a Mélenchon o a Macron.

Ahora el PS (1,8% de voto) tiene aún la oportunidad de emerger. ¿A quién hubieran llamado a votar? ¿Y el PSOE en España?

En unos meses son las elecciones parlamentarias y la izquierda vuelve a estar dividida.

Los partidarios de las confluencias que apostaron por Mélenchon creen que se ha perdido una oportunidad histórica porque el electorado se enganchó a la esperanza en la última semana de campaña. Tarde. Una alianza temprana con otros partidos como el PCF, les hubiera dado la victoria.

Lo que califican como “error clave” es que el PCF y otros partidos fueran en solitario y confrontaran a pesar de no tener opciones ningunas de pasar a segunda ronda. Si por ello gana ahora le Pen en segunda vuelta, el cruce de reproches será dramático.

Por ello Fabien Roussel en el primer minuto de la noche electoral llamó a evitar la victoria de Le Pen.

Una victoria en segunda vuelta sería un pleno para la extrema derecha, no sólo ganarían, la izquierda podría perder años en reproches mutuos dejándole el camino abierto a gobernar a Le Pen sin oposición.

Ahora nos encontramos con el PP español y su hermano francés LR llamando a votar en segunda vuelta por el mismo candidato al que llaman a votar los insumisos, Unidas Podemos y el PCF.

Vuelve la duda, ¿Qué deben hacer para las parlamentarias que están a la vuelta de la esquina y que pueden darse justo después de una victoria de Le Pen?.

La izquierda puede tomar el parlamento, tener mayoría, tiene opciones reales, tiene otra oportunidad real, otro fracaso a la vuelta de la esquina.

Ahora en España, el PCE está en pleno congreso del partido, dos visiones sobre confluencias e identidad propia llegarán al congreso.

Es cierto que en España no hay sistema presidencialista, pero es evidente que el sistema electoral penaliza la división.

La diferencia fundamental, es que en Francia, ese congreso no se dio este año. Se dio en el 2018. Hace 4 años. Vamos cuatro años por detrás. Podemos cambiar la historia.

Analicemos seriamente a la política francesa. Encontremos todos los errores y hagamos autocrítica, nos jugamos mucho.

Tenemos dos fórmulas encima de la mesa, una ilusiona a los votantes y otra a la militancia interna de los partidos. Las conocemos.

Ahora, con el congreso del PCE a la vuelta de la esquina, es importante que el conjunto de la izquierda española haga algo muy propio de los congresos: transaccionar, encontrar el equilibrio que nos permita soñar y que deje a los sapos tranquilos.

Perder pero darse golpes en el pecho no debería ser una opción. Ganar pero ir arrastrando los pies por la calle no debería ser una opción. ¿Hay alguien ahí o es demasiado tarde?