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Picasso en el Museo Ruso de Málaga

En esta ocasión, no sin antes hacer unos apuntes sobre Velázquez y Goya, les traigo algunas muestras de una exposición sobre Picasso en el Museo Ruso de Málaga.

En Málaga, y de nuevo en este flamante Museo ruso, en esta ocasión para honrar a Picasso ahora que se celebra el 50 aniversario de su muerte.

Este humilde cronista considera que Picasso, junto con Velázquez y Goya, forma parte de la más excelsa trilogía que dio el arte de Kore. Los tres pintores españoles, en su momento anticipados a su época, transgresores y técnicamente revolucionarios, cambiaron en cada uno de sus respectivos siglos la forma de entender e interpretar su arte hasta entonces. Y por qué no, también la de mirar el mundo.

Y creo que no exagero con ninguno de los tres. Lo que sigue es mi punto de vista, una opinión muy personal. No pretendo en absoluto sentar cátedra ni haber descubierto nada, pues repito, es simplemente el reflejo de cómo mi sensibilidad me empuja a verlo.

Vayamos por orden. Sin entrar en las vistas romanas de la Villa Médici, sobradamente conocidas y que anticipan en más de dos siglos el impresionismo. ¿Qué me diríais si os propongo a Velázquez como el primer pintor de la historia en utilizar una abstracción?

¿Velázquez abstracto?

Mirad esto. Se trata del primer intento de abstracción (¡en pleno Barroco!). No creo exagerar.

Reparad si podéis en este cuadro en su parte derecha. Veréis la presencia de un fondo dentro del cuadro (a través de algo que no es en realidad, ni una ventana ni una puerta), realmente abstracto, evocando la batalla de Lepanto que, dado el nombre del personaje, todos podemos intuir. Os doy mi palabra de que el tamaño de la superficie del lienzo que os indico, si pudierais disfrutar de la contemplación directa del cuadro, lo encontraríais bastante relevante.

El bufón D. Juan de Austria.

Velázquez ha conseguido en esta abstracción, con una sabia mezcla de distribución de los colores y también mediante ágiles y rotundos trazos, evocar con toda verosimilitud y crudeza, la batalla naval en la que intervino el personaje de quien el bufón toma prestado el nombre.

El genial artista, en la cumbre de su éxito, se arriesga a dar un paso más. Obliga al espectador, no solo aver” algo físico que tiene contornos, sino a recrear, y con toda la crudeza de la que sea capaz su imaginación, una situación concreta. En este caso, se trata de una cruenta y brutal batalla naval en la que podemos “ver”, en el momento de la batalla, un barco en llamas a punto de irse a pique, “escuchar” el fragor de los cañonazos y “oler” el humo de los incendios de los barcos en llamas. Diríase que casi podríamos sentir, sobre el agitado y amenazante mar, la angustia y la excitación de los desgraciados protagonistas. Sí, con mucha más cercanía que la que hoy tendríamos de poder contemplar una instantánea fotográfica de aquella batalla.

La importancia de su tamaño

Es importante señalar que el cuadro tiene unas dimensiones considerables. Insisto en esto. Más o menos, la figura del bufón está representada a tamaño natural, o si me apuran un tanto superior. Lo digo porque no es baladí señalar que la parte del lienzo, objeto de esta reflexión, muestra un regular tamaño y creo que nadie puede aducir u objetar que se trate de un rincón del cuadro inapreciable a simple vista.

Decir también, por otra parte, que no existe documentación ni crónica alguna al respecto, denunciando que alguien en la corte criticase en su momento la osadía del pintor. Por lo tanto, hemos de deducir que todo el mundo (y más sorprendente en aquella época, tan intransigente para casi todo) entendió perfectamente el mensaje. Y el cuadro.

Repito que creo que es la primera vez en la historia del arte en que esto sucede, el que un artista, en definitiva, un genio, obligue al espectador a “entrar” en su mundo, en lo que el pintor quiere decir, en lo que el pintor quiere que sintamos.

Como aquel que dice, con diez o doce trazos. ¡Y con más de tres siglos de adelanto!.

Goya

En cualquier tratado de pintura, podréis seguramente encontrar que el autor o autores os presentan a La lechera de Burdeos como el primer cuadro impresionista. También múltiples referencias sobre este movimiento, en las que varios de sus miembros consideran a Goya como el “padre” de todos ellos.

A mí me parece que dentro de lo inclasificable que debemos considerar a Goya, precisamente por respeto a su persona, muchos otros de sus cuadros podrían tener esa consideración. Bien por su temática, por su resolución, por el empleo de los tonos y, sobre todo, por los colores y los sutiles trazos que, pensando ahora sobre todo en sus retratos, reflejan con dos o tres pinceladas una condecoración, el pomo o el filo de una espada.

El quitasol

Aquí os muestro uno que siempre atrajo mi atención: El quitasol. En él, aparte de su maestría en la conseguida zona de sombra, me quedé enganchado de la dulce sonrisa de esta madrileña anónima, en la primera vez que lo vi aún en mi juventud.

Y aquí viene lo realmente bueno, si tenéis la oportunidad de venir a Madrid y encima la fortuna de poder acceder al Museo del Prado, poneos por favor delante de este lienzo. Si no podéis, os reto a que cada uno en el dispositivo que ahora estéis utilizando, intentéis ampliar la imagen, centrándola en el rostro de esta maja lo más posible.

Esta sonrisa, tan atractiva, sugerente e inolvidable, si os acercáis lo suficiente (hasta ese punto en que la vigilante de sala os está ya prestando atención de reojo), os sorprenderá comprobar que el labio inferior es una pincelada muy simple. Es más, sobre el labio superior, en la zona derecha del bigote, hay una pincelada ligeramente curvada en su finalización hacia la parte superior del cuadro…¡de blanco! Blanco que pienso a nadie, salvo a un genio como Goya, se le hubiese ocurrido incluir y que seguramente es lo que le da encanto a la moza y sentido al lienzo. Sublime.

Este señor se anticipó por cosas como esta más de medio siglo a los impresionistas. Creo yo.

La grandeza de Picasso

Pero volvamos al tema principal, rogando vuestro perdón por esta larga perorata que de verdad, no he podido evitar en menoscabo del espacio que merece Picasso. Y lo hago dada mi admiración irrefrenable en ocasiones, como habéis podido comprobar, por los otros dos genios. Haremos en desagravio dos artículos sobre Picasso, para mí, quizás junto a Kandinsky el mayor artista del siglo XX, y todos contentos. Picasso, al que creo no cabe entender sin la presencia y la no disimulada influencia de los otros dos monstruos, a los que por supuesto conocía sobradamente (no olvidar que incluso la República  le nombró en su momento director del Museo del Prado).

Grabados y xilografías

Aunque no venga mucho a cuento, pero no quiero que se me olvide, sabed antes que resulta imposible pasear por Málaga sin “sentir” a cada paso el espíritu de Picasso en la ciudad. Sin notar su indeleble impronta, pese a que solo vivió en ella hasta su edad juvenil. Pero los malagueños mantienen muy orgullosos su recuerdo y, hay que felicitarles cada vez más su influjo en el trascurso del diario devenir de la población.

Vamos ya dentro, explorando primero una pequeña muestra de grabados y xilografías de Picasso, para ilustrar algunas curiosas (y costosas) ediciones sobre temas que a él le resultaban lo suficientemente interesantes (y en ocasiones apasionantes) como para merecer parte de su dedicación y esfuerzo.

Dos litografías para la cubierta de Dans l´atelier de Picasso, de Jaime Sabartés.

Y este curioso dibujo, reproducido en xilografía sobre un estilo con puntos poco conocido de Picasso, similar al que por aquellos comienzos del siglo XX experimentaban algunos miembros de la vanguardia rusa, y otros en la Bauhaus.

Forma parte de lo editado por Ambroice Vollard en 1931 (el de la famosa  suite, que por cierto, agradecería que alguien me aclarase que es lo que ha hecho el ICO con la serie Vollard de su propiedad, tantos y tantos años expuesta en la entreplanta de su sede de la calle de Zorrilla, y que desde hace ya demasiados se encuentra desaparecida).

Muestra “Libertad y Vida”.

Comenzamos con un estudio sobre dos de las mujeres de Picasso.

Aunque imprescindibles para él y para poder entenderle, quizás este tema dé pie otro día para profundizar un poco en el porqué en muchas ocasiones la actitud, el comportamiento, incluso según para quien las ideas pueden ser en determinados personajes lo último que se espera del carácter de un genio.

Pero, así es la vida, y así somos los seres humanos. Capaces de poder al mismo tiempo ser tan sublimes en algo en particular como el arte, y en contrapartida tan detestables en muchos otros aspectos (tan importantes como el otro, sobre todo para quien nos rodea).

Dos de sus mujeres.

Françoise Guilot

Tras concluir la Segunda Guerra Mundial, Picasso militó en el movimiento pacifista internacional, que a la sazón celebró su congreso de Intelectuales por La Paz en 1948, en Polonia. Esto trajo a la vez la necesidad de Picasso de congraciarse con su entonces compañera.

Ahora reparad, por favor, en cómo van cambiando las facciones de Françoise, conforme se van deteriorando de nuevo sus relaciones. Y en especial en la última, en la que precisamente podéis ver que el rostro de Françoise es ya casi solamente un punto.

Jacqueline Roque

Jacqueline Roque, su última compañera, con la que se casó finalmente en 1961 y quiero pensar que posiblemente la que más estabilidad y paz le ofreció, aparece casi siempre de perfil, con una gran serenidad casi escultórica. Incluso podemos ver cómo presta su rostro en ocasiones para justificar un velado homenaje del pintor a su país de origen, portando una mantilla, o tal vez, el premonitorio velo de novia.

Seguiremos en otro rato con esta interesantísima muestra.

Salud y trabajo.