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¡Y llegó Brasil!

La jornada del pasado jueves en el Mundial nos ha obsequiado con momentos de todo tipo. Partidos soporíferos, otros vibrantes como el jugado entre Portugal y Ghana, y sobre todo el genial debut de Brasil ante Serbia. ¡Qué gozada ver jugar así al fútbol!

Brasil 2, Serbia 0

Que me perdonen el resto de participantes de ayer, pero esto sí que es fútbol de nivel de un Mundial o de unas semifinales de la Champions. Cuando Brasil coge ese modo samba tan particular, el aficionado lo que puede hacer es disfrutar.

Magnífico partido, superequipo, gran banquillo y el golazo hasta ahora del Mundial, obra de Richarlison. Por poner una pega, Neymar ha estado en plan Cristiano, el de sus dos últimos años en el Real Madrid. Aquellos en los cuales los asiduos al Bernabeú, casi estábamos deseando, pese a sus goles, que se fuese de una vez. Y es que este egocéntrico llegaba al extremo de enfadarse ostensiblemente si alguno de sus compañeros marcaba un gol en los partidos más “corrientes”.

Qué diferencia con lo que decía y enseñaba el gran Alfredo Di Stefano (con diferencia, el mejor jugador que yo he visto), aquello de que el mejor del mundo no vale nada sin sus compañeros. Que el valor del resto del equipo siempre es superior al de cualquier futbolista, se llame como se llame.

Esto es lo que no entendía Cristiano, y por lo visto ahora tampoco entiende Neymar, que parece salió anoche a lucir ante todo sus habilidades. Pues lo mismo el esguince sufrido ayer le hace un favor a Brasil.

Y por cerrar con Brasil, (y posiblemente me tildarán de cursi y de exagerado) verles jugar así es una sensación parecida (ahora que se acerca la Navidad) a la de escuchar a la Filarmónica de Viena interpretando alguno de los valses de Strauss.

Por lo menos.

Portugal 3, Ghana 2

Sin el penalti regalado a Portugal, posiblemente estos no habrían ganado.

Es asombroso como a pesar del VAR, un elevado porcentaje de árbitros pueden seguir siendo tan malos. Hasta delante de una pantalla con repeticiones.

Yo tengo la teoría de que a los árbitros deberían exigirles, al iniciar su carrera, la exhibición de una ficha federativa que acreditase haber practicado este deporte aunque fuese de juveniles. El que ha jugado a esto sabe perfectamente cuándo una carga es solo una carga, o cuándo hay mala leche. Y pitar estos ridículos penaltitos ya, es de risa.

E Iñaki Willians, que pudo pasar a la historia empatando el partido con el benzemanazo al portero portugués…¡y el pobre va y se resbala cuando solo le quedaba embocar!

Suiza 1, Camerún 0

Y ya que estamos trascendentes, siguiendo los consejos de mi amigo Richy, nos referiremos a la jugada metafísica protagonizada por Embolo. Este futbolista es el perfecto ejemplo de ser un hijo de la emigración africana que ha cumplido su sueño de Cenicienta en un país europeo, triunfando a la hora de jugar al fútbol (ahora en Francia), y en un gesto que le honra, agradecido, siempre ha defendido con ardor los colores de la selección suiza.

Y quiso el destino poner en sus manos (mejor dicho, en sus pies) la jugada más determinante del partido. La que significaba el triunfo de Suiza al tiempo que la derrota de Camerún, el país de sus ancestros, de sus amigos, en definitiva, de su gente.

Daría cualquier cosa por poder charlar con él, por saber qué le pasó por su cabeza y por conocer cómo se siente.

Inolvidable la cara de “tierra trágame” de Embolo tras marcar el único gol del partido.

Creo que vale la pena reflexionar.

Uruguay 0, Corea del Sur 0

Soporífero, y esta vez el milagro Valverde…se estrelló en el poste.

El ejemplo de Japón

No obstante, y ya fuera de los encuentros de la pasada jornada, me vais a permitir otorgar el primer premio de hoy a la afición de Japón. Esto también es extensivo a sus jugadores.

Porque habéis de saber que, una vez concluido su encuentro y ante la atónita mirada del público, la afición de Japón, perfectamente organizada, procedió a dejar la zona del estadio en la que se habían ubicado más limpia que una patena.

Pero no queda ahí la cosa, cuando los equipos de limpieza acudieron al vestuario nipón, aquello estaba impoluto y brillante, sin rastro alguno de los veinte sudorosos atletas que lo habían utilizado horas antes.

¡Gracias por la lección, japoneses!