Y el castillo de Luis Enrique se derrumbó
La eliminación de la selección española ha arrojado más dudas de las que ya se tenían sobre ella, a pesar de haber logrado algunos resultados positivos bajo el mandato de Luis Enrique.
La derrota de la selección española de Luis Enrique, esta vez ante la rocosa y talentosa Marruecos, está dando mucho de sí en diferentes medios de comunicación, tanto generalistas como deportivos. Ya no hablemos en las propias redes sociales, en el trabajo o en los bares. Imagino que, en parte, por la decepción de haber terminado su aventura mundialista de una manera un tanto extraña.
Sin caer en el amarillismo reinante que nos acecha por todos lados, hay que partir de la premisa de que, en este Mundial de Catar, España nunca partió como favorita. ¿Razones? Las mismas por las que Alemania tampoco figuraba en el pelotón de cabeza. Al fin y al cabo, ambos combinados están en un proceso importante de rejuvenecimiento.
Esto no quiere decir que la flauta tuviese que sonar desafinada sí o sí, de hecho, con los condicionantes en su punto, España tenía potencial para llegar a las rondas finales del evento.
El principio del tropiezo
Dicho así, a muchos podré parecerle ventajista, pero lo cierto es que la convocatoria para el evento mundialista nunca me pareció equilibrada. A mi entorno de amigos y familiares lo hice saber por activa y por pasiva. En ella se intuía una ausencia de plan diferente al ya evidente en los últimos tiempos.
Obviamente, Luis Enrique y los suyos venían avalados por algunos buenos resultados recientes, pero el Mundial no es la Nations League.
La lista definitiva incluyó nombres con enorme ilusión, pero con unas carencias evidentes en lo colectivo y en el análisis individual. En ella encontramos a futbolistas talentosos sin apenas bagaje internacional, a los que apenas se les rodeó de la experiencia necesaria. No solo eso, sino que se citó a algunos suplentes en sus propios clubes, a otros tantos con un rendimiento irregular a todas luces, y como colofón, un reparto extraño de piezas si nos ceñimos a las posiciones sobre el campo. No olvidemos que Luis Enrique solamente citó a un punta nato.
No, no he venido a hacer el típico y tópico artículo destrozando todo lo que encuentra a su paso, y tampoco va a servir para señalar con nombre y apellidos a los jugadores.
Un oasis muy peligroso
Con todos los mimbres anteriormente citados, España se presentó en el Mundial de Catar con la goleada a Costa Rica. Sorprendente porque la selección venía arrastrando un problema evidente de gol, y porque Costa Rica siempre se había caracterizado por dar la cara en los últimos tiempos. Los halagos escondieron las carencias, y los goles, que se anotaron casi en cada ocasión generada, maquillaron el problema ya conocido en el fútbol más reciente de la selección.
El segundo partido, ya frente a Alemania, también contenía un porcentaje importante de engaño. La mannschaft no venía en su mejor nivel, presentaba un combinado también pendiente del relevo generacional, y aún así resultó un encuentro duro, en el cual a España se le vieron las costuras en la segunda mitad. ¿Fue Alemania un rival tan potente como colectivo o es que estaba a un nivel similar al de España, y no precisamente cerca de la versión más optimizada?
La llegada del tercer encuentro de la fase de grupos, ya ante Japón, quizá expuso demasiado el mayor problema de España en los últimos tiempos: la caricaturización del fútbol de toque. Los primeros 45 minutos fueron plácidos para el combinado nacional. Sin embargo, ya en la reanudación, los samuráis azules le dieron la vuelta al marcador en una grave desconexión de la concentración española. Fue a partir de ahí cuando comenzaron a saltar las alarmas. Habían sonado antes, pero ahora eran escuchadas por todos en el Mundial.
Una bonita idea, una ejecución poco adecuada
Los octavos de final nos depararon un cruce contra una de las selecciones más misteriosas del Mundial. Marruecos posee talento a raudales, pero es anárquica por historia. Lo que sucedió fue que el encuentro cogió una camino muy similar al de la segunda mitad contra Japón, aunque con mayor preocupación si cabe.
España tiene un problema. No duda a la hora de jugar al toque, pero falla estrepitosamente en la forma de hacerlo. La idea es buena, claro que lo es, pero la ejecución es nefasta a todos los niveles.
Para jugar al toque se necesita una circulación de balón más rápida y fluida, con constantes movimientos de todos los futbolistas. La solidaridad es clave, y también tiene que haber numerosos ofrecimientos. De un tiempo a esta parte, este modelo de juego que tanto maravilló al mundo, se ha vuelto lento y aburrido. Nadie rompía líneas en conducción, tampoco mediante un pase. La pelota se mareaba entre los centrales, el lateral y el pivote defensivo. Así transcurrió buena parte del partido, con pocas ideas y menos ocasiones de gol.
Conclusión, si la posesión se produce en áreas inofensivas, las asociaciones son casi estáticas y la pelota no se mueve con rapidez, el ataque es previsible. ¿Y cómo se ataja eso? Pues tapando líneas de pase y basculando al ritmo que imprime el equipo que tiene la pelota. Cuanto más lento, mejor para el rival.
Ausencia de un plan diferente
No nos confundamos, hablar de un plan diferente no es despreciar tu estilo. ¿Acaso lo fue cuando Del Bosque empleó a Fernando Llorente para fajarse con los centrales portugueses en el Mundial de 2010? No, lo que hizo fue enriquecer un estilo definido con variantes para sorprender en determinadas ocasiones. Variantes que en los último tiempos no existen. La selección, de un tiempo a esta parte y con su fútbol de lectura equivocada, lo fía todo al error del rival. Cuando este no llega, porque tampoco los provocan por culpa de movimientos tan previsibles, la sensación que queda es que podrían jugar 24 horas seguidas sin conseguir el objetivo del gol. Y claro, en un Mundial viene una prórroga, y después unos penaltis, y ahí la historia se puede complicar…y se complicó.
No sabemos qué lectura sacará Luis Enrique de todo esto, pero habrá que ver si el modelo a seguir va a ser el mismo, o bien puede llegar alguien que, en caso de no obligar a renunciar al estilo, aporte riqueza, variantes y una vuelta de tuerca necesaria.