La mímesis del neoliberalismo en Ecuador es quizás un adelanto de lo que va a venir para Latinoamérica en tiempos de elecciones. Bajo la máscara del progresismo, los títeres de Washington van a intentar confundir a un electorado que en su mayoría está conformado por jóvenes. Y esto también tiene que ver con comunicación, cultura y cyberpolítica.
El imperialismo comienza a recoger lo que siembra todos los días a través de las redes sociales y los medios, pero también es la hora del protagonismo de la infiltración de los movimientos indígenas del sur por parte de la CIA.
Las luchas contemporáneas tienen que ver con el individuo, y también con el aislamiento inducido por la sociedad. La cultura mira hacia adentro, la política se hace necesaria y vital para la supervivencia de la identidad en un polo fragmentado.
El género, el ambiente, la organización ciudadana, la libertad civil y la transformación de lo existente, la superación de modelos y paradigmas con olor a destruccion. Todo envasado y domesticado para uno de los públicos más “wannabe” de Latinoamérica, subyugado por las redes sociales con propaganda sectorizada como un martillo inclemente a cada usuario y usuaria.
La dolarización de Ecuador, y todo lo que implica a nivel cultural, no puede dejarse de lado, no puede obviarse. La sensación de superioridad, de nivel cosmopolita del ecuatoriano se apoderó de la Revolución Ciudadana, que siempre buscó su identidad a partir de la distinción.
No nos engañemos. La penetración en la cultura de los valores que defendió a capa y espada Rafael Correa se ve pálida y rezagada en el tejido orgánico de la nación. No tocó a las bases fundamentales del capitalismo y la industria privada, verdaderos amos de la zona, y tuvo licencia para existir y tratar de ser. Pero al imperialismo le bastó la traición de Lenin Moreno y su asunción al poder para destruir y borrar del mapa todo lo conquistado por los sectores populares.
No bastó con el declive. No bastó con la persecución y el lawfare, la destitución de cargos, la indolencia con el coronavirus, los ataúdes de cartón en la calle. Ahora la presión de un estado neoliberal y acólito de Estados Unidos por un lado invisibilza a Correa, y por otro se pone el disfraz de progresismo intentando seducir y manipular a la juventud y las clases medias, mientras desde el indigenismo y los laboratorios de la CIA se pretende deslegitimar a la izquierda.
Estrategia dual, monstruo de dos cabezas que asoma en sus fauces la terminación del proyecto imperial para desaparecer los vientos de libertad de Ecuador. Peligra la nación, peligra la libertad pero sobre todo peligra la vida.
Queda la esperanza de una juventud crítica, que se involucre de manera activa en la política. Una juventud que es generación Alba, y que tiene demasiada dignidad para dejarse confundir por el enemigo.
Queda la superación del ego y el narcisismo de un país que se creyó lo que nunca será. Queda la reacción (porque no habrá revolución) indígena, y que aflore la raza primigenia que comprende el peligro que se avecina sobre la tierra y sus recursos más, no tengo esperanza.
Escribo desde la rabia, a ver si contagio. A ver si se enciende el fuego azul, si habla la sangre y al fin, reina la rebeldía. Nada más.
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