VOX, fuera de los márgenes democráticos
El fascismo, que trabaja para desmantelar la democracia, no puede ser acogido por ella.
Ante la entrada de VOX en el escenario político español, algunos partidos han adoptado una postura política que no lucha de forma activa contra el fascismo, sino que lo legitima, apoyando y facilitando su entrada en las instituciones, reforzando su carácter estructural.
Esto ha llevado a una doble vara de medir mediática y política, que pone el grito en el cielo ante la situación que hemos visto en los Estados Unidos, pero silencian, en el mejor de los casos, lo que sucede en España.
Se ha visto un fuerte incremento de los actos criminales relacionados con el racismo, la homofobia y el machismo que se expresan en las redes sociales, los medios de comunicación, pero también en los debates políticos, en las actuaciones policiales, en la administración. Pasar por alto esta situación puede llevar a que se cometan errores de estrategia ante el problema de la extrema derecha.
La llegada de la extrema derecha ha provocado también un cambio en el escenario político porque ha permitido introducir sus ideas en la agenda política, adecuando la realidad a sus intereses, de forma que se está institucionalizando ese discurso de odio.
Dentro de su partido, Santiago Abascal es casi un “moderado” en su discurso. Otros dirigentes del mismo, adoptan, especialmente entre los “suyos”, un discurso aún más radicalizado con un lenguaje belicista, ofensivo y violento.
La necesidad de un “cordón sanitario” efectivo
La idea de un “cordón sanitario” procede de la tradición francesa, en referencia a las medidas de aislamiento sanitario. Hoy en día, se aplica mayoritariamente en la política.
Algunos partidos y organizaciones sociales ya han planteado la necesidad de creación de un frente antifascista, que permita contrarrestar, con la ayuda de los medios de comunicación y el ámbito político, el discurso de Abascal y compañía.
Recientemente, la CUP ha señalado que “una sociedad que elige a sus representantes políticos bajo la coerción que ejercen formaciones como VOX, que representan una amenaza real para gran parte de la población, no es una sociedad libre”. Por eso, es necesario consensuar “líneas rojas” que establezcan unas normas para los representantes públicos y los medios, que sean vinculantes y permitan evitar que se difunda ese discurso fascista.
La preocupación por el ascenso de la extrema derecha debe servir para involucrar al resto de partidos, organizaciones sociales y medios, para formar un frente común que aísle a la extrema derecha. Son necesarios unos mecanismos de control que garanticen que la xenofobia, el machismo, el racismo y otras formas de vulneración de los derechos humanos sean excluidos del ámbito público.
El cordón sanitario debe servir para evitar lo que sucede en el Congreso o en los gobiernos de algunas comunidades autónomas, en las que VOX tiene fuerza suficiente para marcar la línea política de las medidas de gobierno. Esto lo hemos visto repetidamente en Madrid, Murcia, Andalucía y en la radicalización del discurso de Pablo Casado.
El resto de los partidos políticos conservadores, al contrario que han hecho sus homólogos alemanes, por ejemplo, han aceptado el discurso, lo que ha provocado un fuerte viraje hacia el populismo, antes que plantarles cara, derivando en un discurso aún más radicalizado, en una competencia para conseguir ser más populista que los demás. Se trata de una búsqueda de un nicho electoral determinado.
La táctica de PP y Ciudadanos por recuperar esos votos es una victoria pírrica, porque no se puede defender realmente los intereses de tu auténtico electorado. Con VOX y Abascal marcando el paso, va a ser difícil que el PP y Casado dejen de derivar hacia ese discurso.
El “cordón sanitario” supone también algún nivel de riesgo, porque algunos sectores de la opinión pública pueden asumir, erróneamente, que son precisamente los partidos de extrema derecha, fuera del espectro institucional, los que ejercen una oposición política real.
La paradoja de la libertad de expresión
Todo esto está provocando que la capacidad de luchar contra el fascismo y el racismo haya disminuido, mientras la demagogia de personajes como Santiago Abascal, Ortega Smith o Rocío Monasterio haya alcanzado nuevos límites. Es necesario acabar con las políticas que permiten esa institucionalización del discurso de odio.
El contexto de crisis económica y sanitaria que estamos viviendo en la actualidad está convirtiendo este fenómeno en un foco mediático y político, no siempre de forma adecuada: cada día vemos en los programas de televisión, como tertulianos, a miembros de VOX que se dedican, con el beneplácito de esos medios y periodistas, a blanquear el fascismo.
Hay que evitar que los medios se conviertan en plataformas libres de control para la expresión de esos ideales de odios y contrarrestar en ellos su discurso. La excusa de la “libertad de expresión” no puede servir para amparar discursos racistas o fascistas, porque entramos en la denominada “paradoja de Popper”: si una sociedad es ilimitadamente tolerante, su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes.
El discurso de la extrema derecha ha conquistado el lenguaje con constantes referencias a los “problemas” derivados de la inmigración masiva. Unos problemas que, en realidad, no existen, son artificialmente inflados, tergiversados o directamente son mentira. La referencia constante a la inmigración, sin embargo, funciona y tiene mucho poder.