En los días más oscuros de la República, la democracia en Venezuela comienza a morderse la cola, con aguatintas de Partenón y ocres griegos.
Llevada al límite de la existencia, amenazada por los prejuicios de clase y la guerra psicológica, la democracia venezolana, entendida como la esfera común de toma decisiones para legitimar la voluntad de la mayoría sobre el destino de la nación-estado, ha tenido que resistir muchas veces contra la cuerdas en el ámbito mediático: un ejemplo reciente es la normalización del terrorismo como acción legítima contra Venezuela en los medios internacionales.
El año pasado, el gobierno de Venezuela neutralizó un ataque terrorista comandado por un mercenario de Donald Trump, expresidente de Estados Unidos. El mercenario en cuestión era la mano violenta de un golpe de estado político asignado a Juan Guaidó.
Todo esto era mediatizado y presentado a la opinión pública, día tras día en los medios venezolanos por parte de las autoridades de inteligencia venezolana sin repercusión alguna en la vorágine incendiaria contra el país, que prefería discutir sobre los últimos versos de cualquier cantante de reggaetón que del ataque a la nación caribeña.
Como una sociedad distópica global que subyuga a una nación rebelde se normalizaban fotografías de Juan Guaidó con paramilitares colombianos, mientras que se machacaba auditivamente al usuario de internet con el adjetivo “dictadura”. Es que resulta, que para la distopía global la voluntad democrática del pueblo venezolano, es decir la suma de votos de la población que eligió a Nicolás Maduro al poder es un dictamen. Una imposición. Y hay que matarlos de hambre, listo.
¿Y esto qué tiene que ver con la democracia y los griegos? Que la democracia se niega a morir en Venezuela, principalmente por la necedad y la terquedad de los venezolanos, lo cual me hace sumarme de manera automática y dichosa a su causa: la democracia es tan arrecha, que yo la entiendo como una necesidad innata del venezolano de expresar su identidad y su idea en comuna, en colectivo. Y que esta necesidad casi siempre nace de una divergencia común.
Entonces, se preguntan, ¿el qué de la comuna? La comuna es la expresión genuina de lo gregario sobre lo común. Muchas veces y en lo profundo del pueblo, es un nombre a algo que ya existía desde hace mucho tiempo. Algo que en tiempos de paz permanece latente, muchas veces funcionando independientemente de lo político regional o central. La conspiración eterna de los jóvenes, la preocupaciones de los más experimentados la comuna es un ámbito humano, y como tal debe referírsele en primer sustantivo. La comuna sobrepasa los recintos, y es chispa que busca replicarse en las pupilas ardientes de otros y otras.
La democracia es innata a la comuna, a la reunión de los comunes en algo. Las voces divergentes se necesitan oír, se entrelazan y deben encauzarse en causa común o en opinión concertada. Lo micro, en este caso es significativo para ejemplificar un accionar que parece cotidiano a cualquier habitante de la Comuna Guerreros de Boyacá, allá en Barcelona.
Y es que el servicio de recolección de desechos sólidos es gestionado por la comuna, entendiendo un ámbito geográfico de más de 90 km2 y con una densidad poblacional importante. Camiones de volteo, obreros de la comuna trabajando por la comuna, un equipo de recolección de plástico articulado en la campaña “Todo se Transforma” dirigida por Luis José Marcano.
Una victoria electoral a cuestas, un Punto de Abastecimiento Comunal con productos a precios solidarios (fruto de la articulación entre empresa privada, Alcaldía y comuna), un Centro Comunal de la Mujer, una Escuela de Planificación próxima, y varias etapas del proceso de consolidación como una fuerza socio-productiva de una Comuna entre las ciento cincuenta y seis que hacen vida en el territorio oriental.
Digo micro con la satisfacción de entender a perro de la observación el regreso de la democracia a su raíz, a su origen primigenio y desarrollarse en las ideas y el espíritu de los humanos. Allí, discutiendo por un proyecto de servicios públicos, por la incorporación de un condominio de clase media al programa de reciclaje.
Quizás desvinculada de la política nacional en principio, pero es un eje transversal que se ve referido incluso en el Plan de la Patria. La supervivencia del planeta es una prioridad y su conservación una directriz transversal de las políticas socialistas y el reciclaje es con mucho, pero con mucho una de las maneras más efectivas de controlar los efectos irreversibles de los desechos sólidos en el ecosistema pero hay más: Marcano le quitó la careta “progre” a la ideología “verde” que promueven las industrias para enmascarar sus fuentes de capital: los beneficios de la venta de estos recursos son distribuidos en los consejos comunales, en diferentes expresiones: materiales, repuestos, artefactos, alumbrado, rehabilitación de espacios, etc. Un negocio solapado, que se cubre de un manto de invisibilidad entre intereses y mafias hoy es sujeto de intercambio con el nuevo poder económico, naciente, comunal.
Soportando una estructura de procesamiento de desechos sólidos fundada por la Alcaldía, la organización de decenas de personas hace posible la entrega de toneladas de plástico. Los camiones entregados por la Alcaldía funcionan siempre mejorando. Se comienza a establecer las bases de un servicio de pago comunal. Se ataca al capitalismo en las entrañas, en su sistema de distribución abriendo puntos nuevos, que permitan a los productores comunales distribuir mercancías.
Ferias semanales, emprendimientos, la democracia en Venezuela se filtró a las estructuras más básicas de la convivencia, a salvo de los golpes de estado y los ataques terroristas de Estados Unidos. La democracia se instaló en las casas de los que se niegan a dejarse corroer la noción y la identidad.
En los tiempos amargos y de pérdidas la democracia venezolana estaba sentada al lado, en el sillón vacío de la reunión. Los años de amenazas, de guarimbas, de miedo y crimen intentaron lo abominable: instalar una guerra civil en Venezuela. La “dog fight“ de la CIA, un clásico. Porque había hambre de los dos lados, y porque hay un liderazgo eso no llegó. Malos tiempos para la democracia, coincidirá usted conmigo.
Hoy se habla de la ciudad comunal en el mayor escenario de guerra económica en el planeta, con índices astronómicos de hiperinflación y desabastecimiento producto de la fractura del ingreso proveniente de hidrocarburos y exportaciones.
La democracia tiene mucho que hacer en Venezuela si quiere mantenerse viva, a pesar de lo que se pueda pensar. La democracia no es ese rictus electoral involuntario que sufre Venezuela. Esta democracia nueva mezcla de voto electrónico y asamblea de pueblo es comunal, está naciendo con una fuerza salvaje que es importante porque el capitalismo no la puede fagocitar. No le da tiempo.
La democracia comunal entonces es el pilar fundamental de una comuna y automáticamente se convierte en la bomba central de la ciudad comunal. Pero, es una democracia que atiende a nuevas problemáticas, que consulta nuevos intereses. Nuestra democracia comunal debe entenderse en un contexto, en una época, en un sitio. No sirve de nada la generalidad, la vista superflua, la preproducción.
Si decimos que esta democracia es también diagnóstico y planificación, entonces por supuesto que es amenazada y debe cuidarse. Porque la democracia puede ser secuestrada y chamuscada hasta convertirla en un par de opciones políticas y palo por la costilla para el que se ponga Popy. A eso se refieren los chilenos con democracia. Los brasileños, ¿cuántos otros? ¿Por qué el pueblo no tiene voz? ¿Dónde está su democracia, dónde la tienen retenida?
Decíamos en un contexto, que la democracia comunal y por supuesto la ciudad comunal debe entenderse en un momento espacio-tiempo. Y ese, este momento es el del colapso. La crisis económica producto de la pandemia está socavando los estados nación y alimentando a los círculos de oligopolios capitalistas.
Estamos en la época del salvajismo económico, con países robando vacunas y mascarillas a otros. El bloqueo imperialista y las sanciones han caotizado a Venezuela para doblegar a su revolución que permanece viva. Los daños a la República y al pueblo son históricos. Hoy más que nunca la democracia debe rescatar los valores de supervivencia.
Los primigenios, los esenciales ante la tempestad de muerte que prepara el imperialismo, los valores signan a las comunas de Barcelona: antipatriarcales, autosustentables, protectoras del ambiente y productivas. Todas las deudas históricas, los desaciertos económicos, las distorsiones de interacción humana deben entenderse en el marco de un análisis frontal a estos valores porque de ellos depende nuestra evolución como sociedad que no es un proyecto. Es una deuda por pagar con los matones tocándote la puerta.
Una comuna que decida si sus niños o niñas usan uniforme o no. Que decida el precio del transporte público con sus rutas de transporte. Que privilegie el emprendimiento, el embellecimiento de espacios, que intervenga en seguridad, que produzca e invierta. Una democracia intravenosa, a prueba de guerra psicológica, a prueba de columnas dóricas. Porque esta ciudad comunal del año 2021 semeja al perro que se muerde la cola y también es la democracia venezolana, amenazada: dejó los recintos y se hizo asamblea.