Son las ocho de la mañana y en la calle estamos a 6ºC. Estoy delante de la sucursal bancaria nº356 de mi banco a la espera que abran las puertas. Es muy pronto, lo reconozco, pero prefiero pasar un poco de frío y ser el primero, a llegar diez minutos tarde y tener que hacer una cola inacabable detrás de jubilados y pensionistas que, aún no teniendo nada que hacer en todo el día, se plantan en el banco a primera hora para sacar la mísera paga que les ha quedado después de cincuenta años trabajados.
Empiezo a dar pequeños paseos delante de la oficina. Es una buena manera de calentarse. Mis manos están temblando dentro de los guantes de lana que me regaló mamá. No hay forma de entrar en calor.
A solo cinco minutos de la hora ya hay una pequeña cola formada detrás mío. Menos mal que soy el primero. Si tan solo hubiera tenido un poco más de cuidado el viernes… No es la primera vez que me roban la cartera en el bus de camino a casa. De hecho, es la cuarta en dos años. Siempre me digo que tengo que tener más cuidado pero no hay manera. Malditos ladrones.
Ya pasan diez minutos de la hora de apertura y aquí no hay nadie. Una señora mayor con cara de pocos amigos se está impacientando y les ha empezado a dar la tabarra a los que tiene detrás. Menos mal que yo estoy delante.
—¡Ya tendrían que haber abierto!—dijo con una voz temblorosa—¡Pienso quejarme al director! ¡Ya lo creo que sí!
Con la melodía de la señora de fondo, yo intentaba sacar las cuentas de todas las tarjetas que tenía que volver a pedir. Las dos Visa, una Mastercard de crédito y la American Express que me habían endosado como oferta el año pasado y que no había llegado ni a estrenar.
—¡Voy a denunciarlos a todos! ¿Qué se habrán creído? ¿Que pueden abrir cuando les da la gana? No señor, ¡no pueden hacerlo!
De repente apareció por detrás de la puerta de cristal el rostro del cajero principal. No tenía buen aspecto. Abrió la puerta lentamente y se puso a un lado para que pudiéramos entrar.
Yo entré el primero y la señora que iba detrás se quedó parada en la puerta regañando al cajero con todas sus fuerzas de tal manera que hacía un tapón y no dejaba entrar a nadie. El cajero miraba a la señora con cara de preocupación y a ratos desviaba la mirada hacía su derecha. Yo me quedé esperando enfrente de la ventanilla pensando en mis tarjetas y me costó unos segundos darme cuenta de que algo no iba bien. A la derecha del cajero había alguien escondido detrás de una columna. Me quedé extrañado unos instantes hasta que finalmente el cajero alzó la voz.
—Ahora mismo la llevo al despacho del director para que la atienda como es debido.
Dicho lo cual cogió a la anciana del brazo y prácticamente la arrastró hasta el despacho del director de manera que la entrada quedó libre y acabó de pasar la gente que esperaba en la calle.
Una vez todos dentro el cajero salió del despacho del director tras haber acompañado a la señora a presentar su queja. Este se dirigió a la ventanilla y tomó asiento y dirigiéndose a quien se escondía detrás de la columna con la voz rota dijo:
—Ya está.
Aparecieron tres individuos vestidos de negro con la cara cubierta por un pasamontañas armados con pistolas que se situaron delante de la puerta de entrada dejando claro que nadie podía salir.
Los que allí estábamos no nos lo podíamos creer. Iban a atracarnos. Un chico se llevó las manos a la cabeza mientras una mujer se echaba a llorar. Todo el mundo empezó a ponerse nervioso.
—Si hacéis lo que se os diga no habrá problemas. Si alguien se pasa de listo recibirá un balazo sin contemplaciones, ¿entendido?
El que hablaba se había quedado solo delante de la puerta mientras sus dos secuaces hacían señas a la gente para que nos sentáramos en el suelo.
—Quiero que cada uno de vosotros saque su carnet de identidad y lo entregue a mis compañeros.
Un señor al que se veía realmente violentado sacó la cartera y alargó el brazo al individuo de la puerta.
—Quédeselo todo ¡no me importa! Pero ¡déjeme salir por dios! ¡Tengo dos hijos!
—Señor, solo le he pedido el carnet, todo a su tiempo. Haga el favor de sentarse en el suelo y calmarse.
El chaval joven que se ponía las manos en la cabeza gritó cabreado:
—¡Tío, vas a hacer que nos maten, joder! ¡Siéntate y calla!
El señor se sentó preso de una ataque de pánico mientras las lágrimas recorrían su cara. Una vez tuvieron todos los carnets los llevaron al cajero quien los examinó uno a uno y empezó a teclear en su ordenador mientras uno de los atracadores le iba dando instrucciones cerca del oído para que no pudiéramos escucharlo.
Yo siempre he sido alguien con mucha sangre fría en situaciones alarmantes, me mantenía calmado por fuera aunque por dentro mi cabeza no dejaba de dar vueltas. Dios, la maldita crisis. Robos y atracos por doquier. Los ricos no se dejan robar pero los pobres… Los pobres siempre nos llevamos la peor parte. Si tenemos 100 nos roban 80. Si vives en un apartamento de mierda seguro que entran a robarte la mierda de televisor y el pc antes que a un ricachón con vigilantes y alarmas. Si aparcas en coche en la calle seguro que cualquier día te revientan el cristal y si lo tienes en garaje también. Maldito capitalismo.
Pasaron unos minutos y finalmente el individuo que había estado hablando con el cajero cogió uno de los carnets y llamó a su dueño. Este se levantó y fue llevado a punta de pistola al despacho del subdirector. Al cabo de un minuto llamó a otro cliente y se repitió la misma operación. Todos fuimos llevados uno a uno al despacho del subdirector. No sabíamos lo que nos esperaba allí y que era lo que nos iban a hacer y cuanto más tiempo pasaba más nerviosos nos poníamos.
—¡Miguel Gómez!
Fui el último en ser llamado. Me había quedado solo con el gorila de la puerta, el cajero y el secuaz. Este último me acompañó apuntándome con su arma. Cuando llegamos al despacho del subdirector me esperaban dos individuos más dentro. Los rehenes estaban sentados en el suelo pero no parecía que les hubieran hecho daño, todo el mundo seguía entero. Me preguntaba qué le habrían hecho a la señora bocazas en el despacho del director.
—Dos robos en una semana… ¡Eso es tener suerte amigo! Firma esto.
Uno de los hombres tapados me acercó unos papeles llenos de letras. Mi nerviosismo me había nublado la visión y no acertaba a leer nada.
—¡Firma aquí!—me decía.
—¿Qué es esto?
—¡Que firmes!
Y lo hice. Firmé como quince o dieciséis folios, no me resistí. Una vez hecho me hicieron sentar con los demás. Uno de los ladrones cogió el teléfono y llamó. Sonó el teléfono del director. Al momento vimos como este salía de su despacho acompañando a la señora mayor a la calle como si no hubiera pasado nada.
—Esa vieja toca cojones nos hubiera jodido los planes—soltó uno de los individuos.
Lo que no entendía era lo del director. Se le veía muy relajado. Estaba bajo presión, por supuesto… Por supuesto… Por…
—Bien damas y caballeros—empezó uno de los atracadores mientras se quitaba el pasamontañas—, muchas gracias por confiar en este banco. Les llegará por correo electrónico una copia de los documentos que tan amablemente se han ofrecido a contratar con nosotros.
Todos se quitaron los pasamontañas. Los ojos se nos abrieron como platos al comprobar que eran los empleados del banco. El director se nos acercó.
—Les aseguro que no se arrepentirán. Espero que no se hayan asustado, esto solo ha sido una prueba piloto. La crisis, ya saben. Han contratado grandes seguros e inversiones, lo tienen asegurado, nosotros solo nos llevamos una comisión minúscula en comparación. Por cierto, saben que han firmado por voluntad propia así que después del último decreto ley aprobado por el gobierno no pueden desistir de ningún contrato después de haberlo firmado. Gracias por colaborar con nosotros, buenos días.
Pueden ir saliendo de la oficina, muchas gracias otra vez.
Nos mirábamos unos a otros sin saber bien qué hacer. Los empleados volvieron a sus puestos como si nada hubiera pasado y abrieron las puertas para dejar entrar a más clientes. Los rehenes estábamos tan en shock que solo teníamos ganas de salir de allí.
—¡Señor Gómez!
Me llamó el cajero.
—Las tarjetas le llegaran a casa más un par más con un crédito de 6000 euros cada una. El sistema ya tiene registrada la llamada que hizo para anularlas. ¿Ha visto qué rápido? Que pase un buen día.
Salí a la calle con la cara de tonto más grande que había puesto en toda mi vida. Hacía frío. Si tan solo hubiera tenido un poco más de cuidado… Siempre me digo que tengo que tener más cuidado pero no hay manera. Malditos ladrones.