Venezuela: más allá del petróleo se encuentra la geopolítica
Elevando el análisis de lo que sucede en Venezuela, nos encontramos con una batalla por el petróleo que se encuentra debajo del suelo que pisan los venezolanos cada día. No es cuestión de que cada vez quede menos, es que Estados Unidos quiere que sean sus empresas las que lo exploten y se enriquezcan con ello, mientras que el gobierno de Nicolás Maduro espera que el oro negro siga siendo uno de los motores económicos que sostengan las misiones sociales.
Al seguir profundizando en el escenario actual, se observa que además del petróleo se esconde una variable quizás más importante, que está haciendo que la administración de Donald Trump se vuelque en su propósito de hundir la economía venezolana: la batalla por la hegemonía mundial.
Desde la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y hasta ahora, Estados Unidos (EEUU) ha sido la única potencia mundial con el suficiente poder como para imponer sus intereses en el planeta, con excepciones como Vietnam, Cuba y Siria. La potencia occidental ha derrocado, impuesto, sostenido mandatarios en todas las regiones del mundo, en función de lo que quería de cada país.
Sin embargo, desde hace poco más de una década, Rusia y China han crecido lo suficiente como para poder exigir un mundo diferente. Ambas potencias emergentes no exigen la desaparición de Estados Unidos como potencia internacional, sino una concepción geopolítica multipolar, en la que las tres potencias puedan llegar a acuerdos con el resto de naciones del mundo.
¿Qué supone esto para Estados Unidos? No solo un cambio sustancial que afecta a su ideal nacionalista del mundo, afectando a uno de los ejes principales de su discurso diplomático, sino que se verá obligado a reducir su presencial comercial -e incluso abandonar zonas de influencia por no poder competir-; y observará cómo su diplomacia no será suficiente para imponer acuerdos, ya que las potencias menores exigirán la participación de Rusia y China, como ya pasa en Irán, Corea del Norte y Siria.
El estilo de Rusia y China en el plano internacional es diametralmente opuesto al de Estados Unidos. Lógico teniendo en cuenta que EEUU era hasta ahora la única potencia y podía imponer su voluntad mediante métodos contrarios a la democracia si por los cauces diplomáticos no se obtenían resultados. Rusia y China han aprendido durante el camino que les ha llevado hasta el lugar privilegiado en el que están, que el respeto a las instituciones de cada país es fundamental.
No es que los dirigentes de esos países sean mejores o peores que los estadounidenses, es que se han visto obligados a ello para alcanzar acuerdos por la correlación de fuerzas existente en esos momentos. La experiencia les ha demostrado que imponer crea resistencias, mientras que llegar a acuerdos en base al respeto mutuo tiene como consecuencia mayores beneficios (como demuestra la participación de la rusa Gazprom en la explotación del petróleo venezolano).
La primera respuesta de Estados Unidos ante esta amenaza a sus intereses, ha sido la esperable: un rotundo no. El país del Norte quiere seguir siendo la única potencia que tenga poder de decisión sobre el resto de las naciones del mundo, sin que exista nadie que pueda torcer esa voluntad. Pero la realidad muestra que tanto Rusia como China ya han empezado a hacerlo.
De ahí que Donald Trump haya aumentado la presión sobre Nicaragua y Venezuela en los últimos dos años, en un esfuerzo por volver a establecerse de manera total en su primera y más cercana región de influencia: América Latina. La prisa por derrocar a Nicolás Maduro es directamente proporcional al crecimiento de la influencia rusa en Medio Oriente y Europa, y a la de China en Asia y África.
Las dos nuevas potencias han ido aumentado progresivamente su apoyo al gobierno de Venezuela frente a los ataques de Estados Unidos, para impedir que Donald Trump sea capaz de recuperar su posición de fuerza antes de que Rusia y China puedan asentarse en las nuevas posiciones del mundo multipolar que esperan construir. Y de paso mantener los negocios que ambas tienen en el país caribeño.