Se acerca el 24 de mayo y suena con más fuerza en los medios digitales alternativos y redes sociales el rumor de que ese día, durante su informe anual de labores, Lenín Moreno comunicará al país su decisión de abandonar el cargo de presidente de la República. Sin embargo, y más allá de esa murmuración, en los últimos días se han producido señales que realmente apuntan a un prematuro fin del régimen, muy a pesar del deseo de ciertos colaboradores morenistas que quisieran que este sueño de mieles y poder no acabara nunca. ¿Qué caracteriza a esas señales? Pues que están atadas a la proyección de Jaime Nebot.
Las elecciones seccionales de marzo de 2019 dejaron claro el mapa político. Para los lectores obtusos, analistas convenientemente interesados y medios tradicionales de alcance nacional siempre alineados con la élite, la única lectura que les quedó es que el Partido Socialcristiano (PSC) fue el absoluto ganador y que ha resucitado de sus cenizas para volver a la carga como un actor político de alcance nacional.
El problema es que esa interpretación es errónea y hace agua por todos lados. Nebot lo sabe. Él sabe que las últimas elecciones seccionales muestran una precaria cancha marcada con cal, en medio de una ventisca que muy pronto borrará todas las líneas de juego. El PSC ganó, es cierto, pero con un Rafael Correa inhabilitado y a 8.000 kilómetros de distancia; con un Consejo Nacional Electoral (CNE) completamente cooptado por el poder socialcristiano; y con irregularidades groseras que han causado, por ejemplo, que a un mes de realizadas las votaciones aún no se proclamen oficialmente los resultados.
Como vemos, el triunfo socialcristiano es solo un espejismo, muy lejano de la “contundencia” que pretenden posicionar los medios afines a ese grupo político. Y como todo espejismo, tiene una muy reducida fecha de caducidad. Esto coloca a Jaime Nebot en una encrucijada compleja: o aprovecha ahora las actuales condiciones (lícitas o no) que le son favorables, o decide esperar hasta el 2021 para preparar su candidatura, algo que en un país tan cambiante como el Ecuador equivaldría a suicidio político.
Es claro que el saliente alcalde de Guayaquil no va a esperar, y en función de eso ha dado luz verde a sus medios aliados para que comience la promoción del concepto del “Modelo Exitoso” de Guayaquil que puede extrapolarse a todo el territorio nacional. Ese aserto es cada vez más recurrente en los medios y sus alfiles, especialmente después del “encuentro” que Nebot sostuvo con “sus” autoridades seccionales ganadoras.
Hasta ahí lo eminentemente político. La otra señal, quizá más preocupante, es la reciente polémica que en redes sociales desató Liliana Febres Cordero, hija del fallecido León Febres Cordero, al exhibir una carta en la que, según ella, los padres de los hermanos Restrepo Arismendi agradecieron en su momento al expresidente por las gestiones realizadas para hallar a sus hijos. Esto produjo, obviamente, la indignación de Pedro y Fernanda Restrepo, padre y hermana de los desaparecidos, y una camorra general en Twitter.
¿Por qué justamente en estos momentos se produce este altercado virtual, aparentemente insignificante, que toca un tema tan delicado para la opinión pública ecuatoriana? ¿Acaso tras el argumento, jalado de los cabellos, expuesto por Liliana Febres Cordero se esconde la intencionalidad de “limpiar” la imagen del socialcristianismo, asociado inmediatamente con violación de derechos humanos? Curioso es, además, que el hecho haya ocurrido en redes sociales, justamente el espacio a donde ha migrado la crítica colectiva, tras el vaciamiento que los medios tradicionales han hecho de ella, a cambio de mantener el incómodo blindaje que sostiene al errático, mediocre e impopular gobierno de Moreno.
Lo que quedó en evidencia fue la virulencia y bascosidad que mostraron los partidarios febrescorderistas para justificar la actuación de su mentor, erigiéndolo casi casi como un candidato a los altares o, más terrenal y coyunturalmente, como un candidato ideal para integrar la primera línea de los guerreros de Marvel en una lucha de “buenos contra malos”.
Nebot sabe que ese estigma puede pesarle gravemente en sus intenciones presidenciales y, al parecer, ha decidido apelar a la estrategia aquella de “la mejor defensa es el ataque”: sabe que esa mancha sangrienta y de muerte no podrá limpiarla jamás de su prontuario y, probablemente, ya no la negará, sino que buscará a aquellos que la aprueban y defienden.
Las esperanzas de permanencia en el poder para los únicos morenistas que existen en el Ecuador, es decir María Paula Romo, Juan Sebastián Roldán, Andrés Michelena y Santiago Cuesta, lamentablemente son exiguas. Incluso, en el escenario no contemplado de que Jaime Nebot decida esperar hasta el 2021, él sabe que debe deshacerse de Moreno cuanto antes, si no quiere recibir una nación destrozada, explosiva y en soletas, mucho más de lo que ya está actualmente.