Ecuador: 40 años de una democracia fallida
¿Qué es la democracia? Esa palabra que ha sido harto trastocada por el poder político de turno en Ecuador. A veces pareciera que se queda en el vacío al desgastarse en cada discurso. Otras veces pareciera que la esencia de su ser no alcanzara a abarcar todo lo que se le ha endilgado. Se la podría definir sencillamente como el gobierno donde el poder lo tiene el ciudadano, el pueblo. Pero ¿es eso cierto?
Ecuador es ese lugar donde la utopía de la democracia sigue repitiéndose una y otra vez como un ciclo infinito. Han pasado 40 años desde su retorno, y paradójicamente el pueblo, ha sido el menos favorecido. Por tanto, la democracia solo ha quedado confinada exclusivamente a un determinado número de personas que han usufructuado a expensas de los verdaderos dueños del poder: los ciudadanos.
Cuando Jaime Roldós, en 1979, se proponía a encauzar a Ecuador por la senda del desarrollo y la justicia social, y al mismo tiempo promovía la democracia en américa latina frente a las dictaduras de Chile, Argentina, etc., lo asesinaron.
En su efímero gobierno, los socialcristianos guiados por Febres Cordero, más otros líderes de diversos partidos como Carlos Julio Arosemena Monroy, Otto Arosemena, Jaime Hurtado y Assad Bucaram bloqueaban sus iniciativas en el congreso.
De Roldós aún nos retumba en la cabeza la última frase de su discurso el mismo día de su muerte: «Este Ecuador amazónico, desde siempre y hasta siempre, ¡Viva la patria!».
El sucesor de Roldos, Oswaldo Hurtado, se alejaría tajantemente de las aspiraciones populares. Es recordado por «La Sucretización». Muchos de los que han llegado al poder limitan su rol político al beneficio de grupos económicos, y Oswaldo Hurtado fue uno de ellos.
La sucretización fue un proceso mediante el cual el Estado ecuatoriano asumió la deuda externa del sector privado. De esta manera, el país, ─o sea todos─ se hizo cargo de los préstamos que algunos empresarios, banqueros y particulares habían contraído en el extranjero. El monto total del perjuicio al Estado fue de 4.462 millones de dólares.
La democracia supone la protección de los derechos de los ciudadanos. En el periodo 84-88, el gobierno de León Febres Cordero se encargaría de anularlos. Las violaciones a los derechos humanos fueron características de su mandato. La desaparición de los hermanos Restrepo, la tortura, violación y ejecución extrajudicial a la docente Consuelo Benavides fueron los casos más relevantes. Hubo arrestos, detenciones arbitrarias y persecución a opositores.
Su prepotencia al creerse dueño del país le llevaron a entrometerse en otras funciones del estado. Como no le gustaba el nuevo presidente de la corte suprema de justicia, quien fue designado por la Izquierda Democrática con mayoría en el congreso, rodeo las instalaciones de la Corte con tanques de guerra para evitar que los nuevos jueces se posesionaran. No faltaron los casos de corrupción en su régimen. «Yo no me ahuevo», sería su frase discursiva.
Lo más relevante del Gobierno de Sixto Durán Ballén fueron los casos de corrupción de su vicepresidente Alberto Dahik, y el de su nieta en el caso «Flores y Miel», además se estructuraron las bases de la posterior debacle bancaria. Su famosa frase: «Ni un paso atrás», expresada en el conflicto con el Perú.
Al grito de «Un solo toque», llegaría Abdalá Bucaram al poder. La democracia lleva implícito respetar la constitución. El congreso de 1996, donde no podían faltar los Socialcristianos, la Democracia Popular, y la Izquierda Democrática, entre otros, dieron un golpe de estado y destituyeron arbitrariamente a Abdalá Bucaram declarándolo incapacitado mental.
Por cierto, esto de violar la constitución, ha sido hábito inherente no solo del poder ejecutivo, sino también del poder legislativo. Si bien, la democracia permite elegir a los representantes del pueblo, ellos se atribuyen decisiones sin consultar al pueblo. Haciendo leyes que no conjugan con el sentir de la colectividad.
Aunque el gobierno de Abdalá se caracterizó por una rampante corrupción y una grotesca forma de gobernar, la manera de su destitución no fue la más adecuada. Rosalía Arteaga, quien debía asumir como vicepresidenta constitucional fue vejada cuando el congreso nombró al títere de Fabián Alarcón.
Por cierto, Rosalía, hoy está feliz de que se le reconozca sus minutos de presidencia con su retrato en el Museo Municipal de Guayaquil, detalle de la alcaldesa, Cinthia Viteri.
¿Se habrá olvidado Rosalía, que quienes fraguaron su exclusión de la presidencia y nombraron a Fabían Alarcón fueron los socialcristianos con su líder Febres Cordero? ahora ella les agradece el gesto. ¡Cuánta humillación!
No podían faltar Jamil Mahuad y los banqueros en 1999. Cuando la democracia está en función del saqueo de los bolsillos de los ciudadanos y no para asegurar que los ciudadanos cuenten con los recursos económicos para sustentar sus necesidades básicas, simplemente eso no puede llamarse democracia.
El robo descarado al dinero de los depositantes en el feriado bancario y la profunda crisis económica y social (miles de ecuatorianos migraron) que eso conllevó fue lo que derrumbó el gobierno de Mahuad. Los banqueros se llevaron en peso nuestro país, hoy algunitos quieren ser presidentes.
Podría seguir poniendo ejemplos de cómo la democracia ha estado supeditada a todo menos al pueblo. En el gobierno de Lucio Gutiérrez, por ejemplo, los típicos paquetazos, las ofertas incumplidas, la entrega del país al Fondo Monetario Internacional.
Además, la metida de mano a la justicia nombrando a «La Pichi Corte», las alianzas con Bucaram y los socialcristianos, dejaron a Gutiérrez sin el apoyo popular. «Cambiamos el país o morimos en el intento» dijo Lucio en una de sus frases irrisorias. Ni cambió al país ni murió intentándolo, salió huyendo y hasta tropezando al subir al helicóptero.
Algunos gobiernos han pasado casi desapercibidos por lo poco o nada que hicieron; quizá el menos desapercibido fue el de Rodrigo Borja. También están el de Alfredo Palacio y Gustavo Noboa, ambos sucesores vicepresidentes del fracaso de Mahuad y Gutiérrez respectivamente.
Hablar de Rafael Correa y su gobierno es hablar de un intento fugaz de devolverle el poder a los ciudadanos. Sus 10 años en el poder fueron una lucha contra los poderes fácticos que siempre nos gobernaron (los partidos políticos tradicionales, la prensa, la banca, las cámaras de empresarios) y su impetuosa necesidad de conservar el statu quo.
Su personalidad confrontativa con quienes le han hecho tanto daño a este país le llevaron a ganarse enemigos de diversos sectores. Un intento fallido de golpe de estado ejecutado por muchos integrantes de la policía y orquestado por algunos opositores, fue quizá la situación más crítica de su mandato. Sí, la misma policía que desapareció a los hermanos Restrepo, la que estuvo involucrada en el “caso Fibeca”, escribía su tercer episodio de horror en el intento de golpe de estado del 30-S. Ese día el pueblo hizo respetar su voz.
Los conflictos con la prensa también fueron significativos. Si bien, había que ponerle un freno a ese poder extraño y omnipotente que son los medios de comunicación, considero que hubo algunos desaciertos en el procedimiento; definitivamente la Superintendencia de Comunicación tuvo sus excesos.
No obstante, la prensa nunca fue garante de la democracia ni antes ni después de Correa, al contrario, aprovechó su pedestal ─donde ellos mismos se han puesto─ para ser cómplices de los gobiernos que saquearon al país, siempre en pro de los poderes fácticos y nunca con las mayorías, además de mentir, difamar y desinformar a los ciudadanos. De ahí el odio voraz que le tienen a Correa; no le perdonan que les haya sacado la máscara.
En sus últimos años de presidencia, una crisis económica generada por factores externos (precios del petróleo, apreciación del dólar, terremoto de Manabí, el fallo a favor de Oxy, etc ), leyes controversiales y estructurales como la ley de herencias y plusvalía generaron rechazo de la oposición y la burguesía y dimanaron en una confrontación bastante delicada y maniquea. Correa llamaba a las cosas por su nombre, y eso a las élites empresariales y burgueses no les gustaba. Siempre denunció las desigualdades corolario de un sistema donde imperaba el beneficio de los de arriba.
Hoy, 2019, tienen el poder los mismos que han reducido a este país al subdesarrollo y la injusticia social. El gobierno de Lenín Moreno gobierna de la mano de los Socialcristianos ─enseñados a gobernar tras bastidores─, los banqueros, el Fondo Monetario Internacional, la embajada de EU y la prensa mercenaria.
Un régimen que se caracteriza por favorecer a los empresarios, por los despidos masivos de servidores públicos, los paquetazos, la venta de las empresas públicas, el perjuicio a los jubilados, la persecución a los opositores, la cooptación de los poderes del Estado, la corrupción; mientras el plan de gobierno que el pueblo aprobó en las urnas sigue esperando a que se ejecute.
Se cumplen 40 años de una utopía. Una democracia que solo se queda en la capacidad del sufragio cada cuatro años o en consultas populares. Un pueblo sumergido inevitablemente a las decisiones de un poder político que vela por su propios intereses y los de sus cómplices. Un pueblo golpeado, saqueado, matado, desterrado, excluido, empobrecido. Así no puede haber democracia. Esa es la historia de la falaz democracia en este pequeño país sudamericano.