Batman: lo que queda tras la tragedia
Todo comienza con el sonido de un disparo y la caída de un collar de perlas desperdigadas por el suelo. Es casi instantáneo el momento en el que un pequeño chico, hijo de multimillonarios, decide que su vida pasa de la luz a la oscuridad. La venganza, la corrupción de la bondad y la amargura constante se convertirán en el faro de un alma atormentada hasta el fin de sus días. Pocos orígenes de héroes plasmados en viñetas de cómics pueden igualarse con el dolor y la complejidad del pequeño Bruce Wayne, que, un día, tras años rumiando y masticando sin cesar su ira, decidirá combatir sin descanso un mal sin rostro; un dolor inexorable y perpetuado desde que la moral hizo al hombre. La génesis de Batman.
Batman es tan sumamente humano que llega a perturbar. Carga con un peso tan real y comprensible que pasa a convertirse en un espejo de muchos espíritus alienados y sin solución. La imborrable pérdida de sus padres lleva al cerebro de Bruce al colapso completo. La ética y la moral se desdibujan y pasan a tener nuevas reglas, leyes que sobrepasan el significado de lo correcto y lo incorrecto. Porque el ser humano es sentimiento antes que rectitud. Y es que, irónicamente, el mejor detective del mundo es el más claro ejemplo de la superioridad que poseen las emociones sobre el raciocinio.
El universo de Gotham, y en concreto, la existencia en los cómics de un ser como Batman, nos demuestra que la definición de justicia es demasiado pobre para las dimensiones gigantes de su significado palpable. Además, prueba que el lector siempre va a estar de lado del protagonista. Sin ir más lejos, la mayor parte de acciones que realiza el caballero oscuro son deplorables e injustificables para los estándares modernos del bien y el mal. Sin embargo, pasamos a convertirnos en una especie de Robin, conmovido y obnubilado por su grandeza, aprobando y legitimando dichos actos.
La empatía, como para cualquiera que pueda alejarse de la psicopatía por unos instantes, es fundamental para este proceso de identificación con aquel que nos cuenta su historia y vivencias. Ese dolor inmutable nos hace epatar, forzándonos a ver lo positivo en lo que no lo es. Nos obliga a aceptar que, aunque desaprobemos ciertas actitudes ciertamente fascistas y autoritarias, es lo menos malo para Gotham. Aunque eso signifique daños colaterales inevitables que costarán víctimas de esa justicia maquiavélica.
Conviene recordar que el “héroe” murciélago, ante todo y todos, se caracteriza por su egocentrismo camuflado. Bruce Wayne se ha autoimpuesto un sentido moral tan férreo que ha olvidado el origen del mismo. Capturar a los malos y defender su ciudad no es una muestra de beneficencia y caridad, sino de ególatra irredento. No lo hace por los demás, sino para sanar su mancillada mente culpable y encolerizada. Ni siquiera sus actos paternalistas con la orfandad y la donación de millones y millones de dólares se corresponden con las necesidades reales de la ciudad. Porque ese dinero está impregnado de puro narcisismo.
Una de las pocas muestras de bondad que aún quedan en su cerebro es la estrecha relación que mantiene con el comisario Gordon, su contraparte “positiva”. Un hombre de ley que aún no ha sido corrompido a pesar de sus tragedias personales. Un hombre dispuesto a dibujar los límites y aprender a reconocer el momento de sobrepasarlos cuando sea necesario. Un hombre infiel y mentiroso con su esposa (en ciertas historias de los cómics) y amigo de sus amigos. Porque así es la gente. Compleja y repleta de aristas.
Es habitual cometer el error de pensar que el mayor legado que los Wayne le dejaron a Bruce fue el dinero. Alfred Pennyworth, el mayordomo de la familia, es el mejor regalo que Thomas y Martha pudieron dejarle a su hijo. Ejerce el rol de padre, celestino, filósofo y compañero de fatigas que alguien tan desnortado necesita si no desea perecer con prontitud. Es, de hecho, en esos momentos de soledad en los que Alfred no le acompaña cuando Bruce más perdido y hastiado se encuentra. La pérdida de su Estrella Polar provocaría la completa autodestrucción del defensor de Gotham.
Pero a pesar de contar con un pilar tan básico y corpulento, Batman tiene carencias demasiado graves como para poder sobreponerse a su mente de una manera clásica y convencional. Su personalidad aleja cualquier atisbo de ayuda externa. No cuenta con amigos con los que evadirse de su realidad y salirse de la linealidad de su vida (no se permite una mísera locura como un tatuaje alocado o acercarse a otras mujeres para algo más que no sea sexo sin compromiso). No cuenta con aliados que puedan llegar a comprenderlo o ayudarlo. Está solo. Y es que, en realidad, estas reflexiones convergen en una misma coordenada:
Batman no es un héroe. No es un hombre cuerdo. No es un justiciero. No es una leyenda o la defensa que su ciudad necesita. No es el antagonista oscuro de Superman. No es una buena persona. Ni siquiera es un millonario ejemplar.
Batman es el resultado de la tragedia. Es un quiero y no puedo. Es una tormenta perfecta. Batman es único. Un icono. Un hombre.