La izquierda española se ha convertido en una pescadilla que se muerde la cola. Desde la muerte de Francisco Franco y el establecimiento de la democracia, los partidos de izquierdas han repetido unos patrones que, en consecuencia, les han impedido ser relevantes en el panorama político estatal.
En primer lugar, hay que definir lo que se entiende por partidos de izquierdas. En términos genéricos, un partido de izquierdas es todo aquel que tiene, como punto central de su programa, la defensa de la igualdad social. Evidentemente, dentro de este parámetro hay infinitos matices, desde los partidos socialdemócratas a las asociaciones anarquistas.
En el caso español este “ser de izquierdas” debe implicar otros matices. La monarquía parlamentaria implantada como última voluntad del dictador choca de frente con el concepto de igualdad social, puesto que los ciudadanos nunca tendrán las prerrogativas ni las ventajas de que disfruta el monarca y su familia. Además, la propia composición del Estado, dentro del bloque occidental-capitalista, provoca que estos mismos ciudadanos se vean abocados al servicio de los grandes bancos y las multinacionales.
>>Pedro Sánchez busca el no de Unidas Podemos<<
Podría discutirse el considerar al Partido Socialista Obrero Español un partido de izquierdas, sobre el papel. Es cierto que el PSOE ha realizado políticas, sobretodo desde el gobierno, que defienden la igualdad social, como es el caso de la legalización del matrimonio entre personas de un mismo sexo; no obstante, por su cercanía a los poderes fácticos, y por su participación en el mantenimiento del régimen del 78 y la monarquía, no puede formar parte de la izquierda propiamente dicha: el PSOE es parte del problema, no de la solución.
¿Por qué la izquierda, la de verdad, no consigue apoyos en España? En general, por hipocresía. La derecha puede ser hipócrita, porque su propia base argumental lo es. El votante de derechas puede aceptar y, en consecuencia, seguir votando a un partido de derechas, pese a su hipocresía. El Partido Popular, como partido, está imputado, y la ciudadanía sigue votándolo.
Los partidos de izquierdas, como herramientas de las personas más desfavorecidas, no pueden cometer ningún error, porque pierden toda la credibilidad. Estos partidos deben ser sinceros, impolutos y directos. La falta de credibilidad le supone una pérdida de votos y de relevancia política.
Este es el principal problema de las izquierdas en este país. Ante la falta de votos, deciden unirse bajo unas siglas -llámense Izquierda Unida o Podemos, por poner dos ejemplos- para competir con los bloques del régimen, consiguen esos votos, pero después entran al trapo y se preocupan más por la política institucional que por los problemas cotidianos de los ciudadanos que los han votado.
>>La investidura de Pedro Sánchez como oportunidad para cambiar la estrategia de Unidas Podemos<<
Esta semana se han producido dos ejemplos de partidos de izquierdas que renuncian a sus principios por politiqueo. En primer lugar, Unidas Podemos ha asegurado a Pedro Sánchez que renunciaran al derecho de autodeterminación si entran en su gobierno. Si la formación de Pablo Iglesias renuncia a su programa para pactar con un partido que defiende el régimen del 78, está haciendo lo mismo que hacen los partidos a los que critica.
El otro caso es el de Iniciativa per Catalunya – Verds (ICV). Durante años criticaron las reformas laborales de PSOE y PP, así como el Estatuto de los Trabajadores. Hace unos años atacó duramente a la CCMA -Corporación Catalana de Medios Audiovisuales- por despedir a trabajadores mediante un ERO (Expedients de regulació d’ocupació – Expediente de Regulación de Ocupación), pagando la indemnización mínima. Este lunes han comunicado que despedirán a 16 trabajadores de la misma forma.
Es evidente que, en política, hay que negociar. Pero la izquierda no puede permitirse entrar al trapo y seguir los mismos patrones que la derecha. Es difícil y es lento, pero a la larga, provechoso: para ganarte el favor de los votantes, tienes que demostrar que te preocupas por ellos y, en primera instancia, efectivamente preocuparte por ellos.
Curiosamente, existe un paralelismo entre lo que pasa con la izquierda española y las órdenes monásticas de la iglesia católica. En origen, las órdenes monásticas eran comunidades de devotos que se encerraban en un recinto para dedicar su vida al estudio y la oración, con el objetivo de estar más cerca de Dios. Estas comunidades, no obstante, debían subsistir de algún modo y, con el tiempo, fueron adquiriendo tierras.
La importancia y el área de estas tierras crecía, normalmente gracias a los nobles y terratenientes, que querían mantener buenas relaciones con ellos. El problema es que, a la práctica, convirtió a los abades en auténticos señores feudales, atacando el origen de estas comunidades cristianas, que debían ser pobres. Cada vez que una comunidad se enriquecía, aparecía una corriente que exigía volver a sus inicios, repitiéndose este mismo proceso. Por este motivo existen órdenes monásticas distintas, como la benedictina, la cluniense o la cisterciense.
Aunque los partidos de izquierdas no son órdenes religiosas, sí entran en estas mismas dinámicas. Catalunya en Comú sedimentó de las bases de ICV, mientras que Unidas Podemos aglutinó buena parte del voto de Izquierda Unida. La rapidez en que estos partidos se pliegan al juego político, impide que lleguen a representar a la izquierda en su totalidad, manteniendo lo que podríamos llamar el voto patrimonial.
Debería ser el PSOE y Pedro Sánchez los que escucharan a UP, los que intentaran negociar para formar gobierno. En vez de eso, parece que la formación de Pablo Iglesias mendigue para conseguir un par de ministerios. La estrategia de mantener al PSOE en el poder no funcionó en las últimas elecciones generales, municipales y autonómicas. Es evidente que la izquierda necesita a UP, pero también que esta necesita volver a la calle.