Huelva y la cárcel franquista para personas LGTBI+
No podemos dejar que termine este mes de junio desde la sección de Memoria Histórica sin hacer mención de la represión que el colectivo LGBTI+ sufrió durante el franquismo. Se habla a menudo de la represión a las mujeres republicanas, pero las personas con orientaciones diferentes a la heterosexual sufrieron un destino aún peor. Más de 5.000 personas no heterosexuales fueron represaliadas.
Muchas personas LGTBI+ vivían en Andalucía, sobre todo en la parte atlántica, dado que, aunque seguía habiendo fobia, se aceptaba mejor por ser un rasgo cultural, sobre todo en el caso de gays. Si bien no carente de burla, el papel de “mariquita” estaba asumido como intrínseco.
La ideología franquista -y, por supuesto, la eclesiástica- se basaba en el culto a la mujer sumisa, y al hombre viril y agresivo. Un comportamiento que se saliera de estas líneas se consideraba una enfermedad en el mejor de los casos, y una aberración en el peor. Cualquiera que sintiera de manera diferente, era un peligro para la pureza racista y de pensamiento que promulgaba el régimen.
“Todo afeminado o invertido que lance alguna infamia sobre este Movimiento, os digo que lo matéis como a un perro” – Queipo de Llano, 1936.
Al principio la pena era inmediata: fusilamiento, a menudo sin sentencia. La más famosa de ellas, Federico García Lorca, fue fusilado por “rojo y maricón”. Nuevamente, del poeta granaíno podemos decir “Lorca eran todos”.
La propaganda también hizo su trabajo en esta cuestión para criminalizar a quienes piensan o sienten diferente al régimen. Un claro ejemplo lo tenemos en Antonio Vallejo-Nájera, psiquiatra militar empreñado en “extirpar el gen rojo”. Según él, estas personas tenían “personalidad psicopática con rasgos de holgazanería, importunidad, tendencias cleptómanas, agresividad, vagabundeo, etc. Lo característico es la habilidad cinética y la tendencia a la acción, en finalidad o con fines perversos”.
Existieron dos cárceles donde se ocultaba y “castigaba” a las personas que presentaban este tipo de perfiles. Una de ellas estaba en Badajoz, Extremadura. La otra, en Huelva, Andalucía. La extremeña estaba reservada para “pasivos” y la andaluza para “activos”.
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La antigua cárcel provincial de Huelva
Este penal tiene una triste historia que contar. De las 300 plazas que permitía se pasaba a las más de 1.000 efectivas, con condiciones de hacinamiento más que evidentes. Aunque por ella han pasado personalidades heterosexuales como Miguel Hernández, la población reclusa era preferentemente LGTBI+. Aquí se trajeron a quienes se detenía por ser “violetas” en diferentes rincones de la zona ocupada. Al menos, quienes no sufrían el asesinato antes de llegar.
Estas personas tenían la etiqueta de “enfermas”, además de presas, por lo que el franquismo les privaba de los (escasísimos) derechos básicos penitenciarios de la época. La excusa es que estaban allí para curarse, o más bien, reeducarse. Esta reeducación pasaba por continuas vejaciones, insultos, trabajos forzados al límite, palizas, torturas y violaciones, y en ocasiones la muerte por fusilamiento.
La categoría concreta estaba definida como “pervertidos sexuales de hábito” y su encarcelamiento se regularizó a partir de 1968. Las condenas o internamientos variaban entre 3 meses y 3 años, lo que se necesitara para la “reeducación”. Esto lo determinaba el Tribunal de Calificación, que tenía una fuerte presencia eclesiástica.
Pero, como pasa hoy día, la opresión no es transversal: la cuestión de clase seguía siendo prioritaria para el franquismo. Solo la gente de condición modesta sufría este trato. Las familias burguesas normalmente estaban exentas, siempre que no apoyaran a la II República Española abiertamente, y se tendía a categorizarlo como “excentricidades”.
En ocasiones, cuesta determinar que esta era la causa de la represión, pues se camuflaba su orientación afectiva y sexual como esquizofrenia u otras condiciones psiquiátricas. En ocasiones, era precisamente la gente más cercana la que rellenaba el informe afirmando esto, pensando que si el internamiento era en un centro psiquiátrico tendría mejor trato y estaría a salvo del asesinato.
Los métodos de reeducación incluían técnicas de aversión psicológica. Se les proyectaba películas eróticas de temática homosexual y se les aplicaba torturas, a menudo por electroshocks. Las imágenes heteronormativas se usaban junto con potenciadores positivos (descanso, comida). El resto del tiempo, se les extenuaba trabajando o a golpes para que “no sintieran tentaciones”.
Otro método común era la “esterilización forzosa” por métodos quirúrgicos. De este modo, se “evitaba que se propagara este comportamiento” a nuevas generaciones. A menudo, las técnicas franquistas estaban basadas en las de doctores nazis alemanes, con quien los psiquiatras del régimen tenían lazos profesionales.
“Mi último paciente era un desviado. Después de la intervención quirúrgica en el lóbulo inferior derecho presenta, es cierto, trastornos en la memoria y en la vista, pero se muestra ligeramente atraído por las mujeres” – López Ibor, 1973.
Para recibir este trato no hacía falta demasiado. Una denuncia de vecinos o conocidos, en ocasiones incluso familiares era bastante para su detención, y pocos o ningún fallo del tribunal resultaba en algo que no fuera, como mínimo, internamiento.
Con la Ley de Vagos y Maleantes, la persecución a las personas homosexuales se acentuó a partir del 15 de julio de 1954. En 1970 entra en vigor la Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social, que estaría vigente hasta después de la muerte del dictador: se revocaría en 1984.
Actualidad
En noviembre de 2014 este lugar de Huelva se convirtió en Lugar de Memoria Histórica de Andalucía. En 2018 se sustituyó la placa original para incluir a las personas transgénero.
Actualmente se encuentra en estado ruinoso y ocupado por personas sin hogar. Diversos colectivos onubenses y andaluces han señalado la poca efectividad de la memoria cuando no se mantienen unas condiciones de conservación mínimas.
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Tristemente, el reconocimiento del sufrimiento adicional del colectivo LGTBI+ ha sido más difícil que para las personas con otras sensibilidades afectivas. Ha sido necesaria la lucha encarnizada y continuada durante décadas de diferentes colectivos andaluces para llegar a tener este reconocimiento y que se estudien y hagan públicos los informes y documentos disponibles.