Tras sus recientes debacles electorales, el Partido Popular de Pablo Casado ha comenzado otro viraje, uno más, en sus planteamientos políticos. Si tras el intento de liderar el centro-derecha político de Rajoy, Casado había comenzado una deriva plenamente autoritaria desde que llegó a la dirección del partido, ahora, que se ha dado cuenta de su error, parece que ha iniciado el proceso contrario.
Durante las últimas campañas, especialmente tras la aparición de VOX, tanto PP como Ciudadanos han iniciado una deriva autoritaria que ha llevado a una constante crispación de su discurso, de sus planteamientos y de las medidas que han tomado, cuando el trifachito ha llegado al poder en Murcia, Andalucía o Madrid. Un discurso que se ha basado en las reminiscencias del pasado, con un lenguaje guerracivilista, y con medidas que recuerdan, cada día más, al antiguo nacionalcatolicismo que, seamos realistas, nunca ha desaparecido totalmente de ciertos sectores de nuestra sociedad. Véanse las propuestas sobre los toros, la caza, la pena de muerte o el “pin parental”.
Sin embargo, tras las elecciones del 10N, parece que algunos líderes del PP han hecho entrar en razón a Casado, que ha introducido un nuevo viraje a su posicionamiento político. Parece que, nuevamente, el centro político se ha convertido en un elemento muy atractivo para la derecha española (excepto para VOX, claro está).
El viraje hacia la extrema derecha de PP y Ciudadanos
Con la llegada de Casado a la presidencia de los populares, tras la pérdida del poder, éste miró hacia su derecha, para adoptar algunos de los principios de VOX, que podía adaptar fácil, rápida y, sobre todo, atractivamente a los principios postulados por el electorado más de extrema derecha. Con el apoyo de Aznar, Casado trató de recuperar lo que identificaban como el verdadero PP, el más tradicionalista (el más rancio). Incluso llegó a defender la necesidad de aglutinar a las derechas en torno al PP. Con un discurso que llegó a buscar la “refundación” de ese espectro político a su alrededor, como líder de toda la derecha española.
Se trató de un viraje a la derecha que vinculaba al partido con temas ultra conservadores que provocaron una dura crisis de legitimidad, porque eran valores difícilmente equiparables al resto de las derechas europeas. El PP siguió recurriendo a temas de la vieja agenda para articular su estrategia electoral, con unos resultados más bien decepcionantes, para su partido.
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Ciudadanos, de la mano del ahora defenestrado Albert Rivera, también puso en marcha este mismo proyecto de buscar radicalizar su discurso. Los giros de Ciudadanos comenzaron mucho antes, y ya casi desde sus inicios buscó extrañas “alianzas” con la extrema derecha. Por ejemplo, cuando se presentó a las elecciones europeas de la mano de Libertas, en 2009. Estos planteamientos llevaron a que, en 2017, el partido eliminase definitivamente de su programa político el término “socialdemócrata”. Este proceso iba destinado a intentar el sorpasso al PP.
Y a Ciudadanos no le fue mal, hasta la denominada foto de Colón. Desde la manifestación con Casado y Abascal, el partido de Rivera quedó constreñido dentro de una “jaula” ideológica de la que era difícil salir. Algo que Rivera no vio llegar. Desde ese momento, su partido de centro se convirtió en un partido de derecha, con planteamientos que llegaron a ser realmente de extrema derecha en algunos casos. Su objetivo ya no era tanto derrotar al PSOE, sino el sorpasso al PP. Ya no era tan importante conservar el centro como convertirse en un partido que aglutinase al conjunto del electorado de derecha, de la derecha moderada y de la ultraderecha.
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La idea que perseguía ese viraje hacia la extrema derecha se basaba en el hecho de que esos mismos planteamientos habían conseguido hacer de VOX una formación sorprendentemente fuerte tras las elecciones autonómicas. Y se preveía también un buen resultado para las elecciones nacionales. Por tanto, si el discurso valía para unos, también tendría que valer para los otros. Sin embargo, lo que no han tenido en cuenta los partidos de derecha más tradicional ha sido que ambos luchan por el mismo espacio político-electoral, mientras que VOX ha encontrado su propio espacio. A pesar de eso, como señaló un especialista, sí es cierto que “todos los tiburones rivalizan por las mismas presas”.
En esa competencia por el espacio de la derecha, especialmente de la derecha menos moderada, el PP ha perdido una gran parte de su peso electoral, y por eso el nuevo viraje hacia el centro moderado. Nuevamente, Casado, por presiones de sus propios barones territoriales, ha iniciado un nuevo giro en un partido que ahora pretende erigirse, de nuevo, en el “centro político”. Y ahí, el cálculo electoralista es fácil: es en el centro donde está la mayoría de los votantes, que se mueven entre el centro-izquierda y el centro-derecha. Pero el centro, sin duda.
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Ahora, Casado ha comprendido que ese viraje hacia el extremismo de su discurso, sus pactos de gobierno con Ciudadanos y, sobre todo, con VOX, y algunas medidas que están adoptando gobiernos autonómicos del trifachito, le están perjudicando, más allá del cálculo de gobierno inmediato. De ahí que, hace unas semanas, defendiese que su partido no ha dejado de estar en el centro (algo que la hemeroteca anterior al 10N desmiente claramente), que en todo momento ha sido un partido “moderado”, centrista y reformista. Con esos planteamientos, el PP quedaría en el centro-derecha moderado, con Ciudadanos a su izquierda (centro-izquierda liberal, evidentemente) y VOX en su extrema derecha.
Por tanto, el PP ahora quiere vivir en el centro retórico. Pero lo que verdaderamente es un reto para el partido y sus dirigentes, es demostrar, con hechos, su capacidad para volver realmente al centro político.
Las consecuencias: la desorientación del votante
La estrategia de presentar a un determinado partido como “centrista” y “moderado” es, como señalan los expertos, una estrategia política de márketing sencilla y que sale barata: transmite moderación, sentido común, dejando la irracionalidad a los extremos del espectro político. Además, todos reconocen que es en el centro donde está la victoria electoral, porque la ciudadanía busca una vida equilibrada y moderada, sin excesivos sobresaltos. Debates polémicos como los toros o la pena de muerte, al final, movilizan a una parte minoritaria del electorado.
Los cambios constantes que están protagonizando los partidos de la derecha han creado un electorado volátil, que se encuentra perdido en sus nociones más tradicionales (derecha e izquierda). Pero los partidos que buscan gobernar no tienen más remedio que buscar el centro.
Virajes constantes han provocado también que un mismo líder político haya presentado caras diferentes, con planteamientos divergentes, según el interés del momento. PP y Ciudadanos compiten por el mismo electorado, y eso ha provocado que sus discursos e, incluso, en algunos momentos, sus líderes, puedan llegar a considerarse intercambiables. Pero no hay sitio para ambos. De ahí la debacle de Ciudadanos y sus intentos de reformulación de su propuesta. Una propuesta que, a día de hoy, aún no está claro en qué sentido va a ir, sobre todo debido a su falta de dirección orgánica.
Tantos cambios, en períodos de tiempo tan concentrados pueden pasarle factura, porque los votantes no les gustan estos giros estratégicos. Destinados únicamente a un cálculo meramente electoralista, y puede provocar que esos partidos sean castigados por esas decisiones. Por el camino de este proceso han perdido votantes, que han buscado opciones más estables, por un lado y por otro del espectro político.