Lúcido y extraordinario el artículo publicado por mi conocido y amigo Antonio López, que podéis encontrar estos días pasados en EL PAIS, y cuya lectura completa os recomiendo.
Conocí a Antonio atendiendo a sus clases en la Facultad de Historia de la Universidad Complutense de Madrid, tras cerrar el que suscribe su anterior etapa profesional como asegurador, y poder afortunadamente satisfacer de este modo una de mis dos grandes pasiones confesables, que como bien saben mis amigos más cercanos, son la Historia y la Pintura. La tercera y mas oculta, que también tiene su contradictoria relevancia es el Real Madrid, afición que por cierto, también comparto con Antonio (impagables sus indefectibles comienzos de clases los lunes por la mañana comentando con su habitual gracejo y fina ironía el partido –normalmente ganado-del fin de semana). Este tipo también tiene el alma muy blanca.
Uno tiene la fortuna y la satisfacción de contar con amigos que superan ampliamente las mejores prestaciones que uno pueda aportar, y que ya iréis poco a poco conociendo. Y que son por otra parte tal como Ferraris comparados con utilitarios, pero que en definitiva, me honran con su inmerecida amistad y contribuyen sin saberlo a que este plumilla pueda intentar poco a poco subir un poquito su nivel.
Antonio López Vega es actualmente director del Instituto Universitario de Investigación Ortega-Marañón de la Universidad Complutense de Madrid.
Paso a resumiros brevemente a continuación su, en mi opinión, acertado análisis.
Antonio López piensa que en estos momentos de incertidumbre en la política internacional, los inmensos vínculos que ofrece la comunión iberoamericana apelan a gritos por un liderazgo entre ambos lados del Atlántico.
Rememora con acierto y cierta nostalgia el que hace ya más de cien años el gran mejicano Alfonso Reyes sentenciara: “Así como América no descubrirá plenamente el sentido de su vida, en tanto que no rehaga, pieza a pieza, su ‘conciencia española’, así España no tiene mejor empresa en el mundo que reasumir su papel de hermana mayor de las Américas. A manera de ejercicios espirituales, al americano debiera imponerse la meditación metódica de las cosas de España, y al español la de las cosas de América […]. Hay que acostumbrar al español a que tenga siempre una ventana abierta hacia América”.
Los españoles, que mal que nos pese no podemos sentirnos demasiado orgullosos de determinados aspectos relativos a la época de la conquista, si en cambio podemos pensar que algo importante aportamos más recientemente en los momentos de la Transición desde el franquismo a la democracia, a la América Latina siendo un lejano ejemplo y una vaga referencia con nuestra experiencia “de la ley a la ley”, de reconciliación nacional y de proyecto de vida en común –por seguir como bien dice López Vega la definición orteguiana de nación- recogida por quienes encabezaron la lucha de la oposición democrática en Chile contra Pinochet; en el periodo constitucional uruguayo que se abrió tras trece años de dictadura con la presidencia de Julio María Sanguinetti; en la incipiente democracia en la Argentina liderada por Raúl Alfonsín tras la dictadura militar (1976-1983); en la etapa constitucional colombiana que desembocó en el texto de 1991 bajo la presidencia de César Gaviria; o en el proceso puesto en marcha en 1983 por el Grupo Contadora –México, Colombia, Venezuela y Panamá, más tarde con el apoyo del Grupo de Lima-, que buscó poner fin a los conflictos centroamericanos que sembraban de sangre y violencia toda la región.
En los noventa y con el impulso de personalidades como las de Carlos Salinas de Gortari, Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos, Leonel Fernández, Mario Soares o el rey Juan Carlos y Felipe González, entre otros, se pusieron en marcha las Cumbres Iberoamericanas en “la perla tapatía “, Guadalajara (1991).
Pese a los importantes vínculos económicos que nos unen, la falta de determinación española y portuguesa para ejercer de bisagra iberoamericana con la Unión Europea y la irrupción de la polarización política y de populismos de diferente signo, Antonio señala que dan un portazo a las corrientes en pos de la equidad que la globalización parecía haber traído. Y que el ensimismamiento empobrecedor consustancial al giro nacionalista y proteccionista que invade el mundo en estos últimos años, deviene en especialmente grave en aquellos lugares donde la desigualdad y la inseguridad es la nota dominante en la vida cotidiana de sus ciudadanos.
Apunta también que los inmensos vínculos que ofrece la comunión iberoamericana apelan a gritos por un liderazgo que, primero suture, e inmediatamente, vertebre, esa alianza de naciones hermanas cuya fortaleza, si se diera, nos ayudaría a diluir y superar las dolencias que hoy nos afectan y que expanden su fiebre por la geografía iberoamericana. La dinámica que había comenzado a cerrar en los años noventa la brecha de desigualdad y pobreza que caracterizan demasiadas realidades de nuestros países, comenzó a colapsar con la crisis bancaria y financiera de 2008, primero, y sociosanitaria desencadenada por la pandemia, después. Hoy no hay duda de que, en no pocos casos, la estabilidad institucional imprescindible para poder poner en marcha políticas que conquisten una mayor justicia social, está muy comprometida en no pocos lugares de la geografía iberoamericana.
Para López Vega, debemos encontrar la solución para superar estos elementos en las palabras del poeta colombiano William Ospina: la cultura compartida en la que todos nos podemos sentir reconocidos representa una nueva oportunidad para Iberoamérica.
Y piensa que ahora, cuando Estados Unidos mira más hacia China, necesitamos un liderazgo que haga de Iberoamérica un actor importante aprovechando nuestras lenguas y acervos y el momento de esplendor cultural que atraviesan nuestras naciones, y que generan una admiración mutua. Que tenemos también el peso demográfico, la relevancia geoestratégica –con participación de buena parte de sus integrantes en el G20 y en la OCDE-, la riqueza mineral, de materias primas y de biodiversidad, y la dimensión necesaria, para protagonizar este siglo XXI.
Y concluye López Vega, creo que muy acertadamente, que “Solo falta quien abra esas ventanas a ambos lados del Atlántico y deje que corra el aire.”
Esperemos que pronto aparezca.
Salud y trabajo.