Somos frikis desde que nos formamos como personas. Soy friki desde que almaceno con cuidado todos mis valiosos recuerdos.
Cómo olvidar aquella vez que acompañamos a Frodo y Sam por las pedragosas y ardientes cuestas del Orodruin. El anillo, demasiada carga para dos mundanos hobbits. Y más cuando desconocíamos las terribles batallas que se estaban librando en otro confín de Endor (Tierra Media en quenya), solo para poder optar a una posibilidad entre millones de salvar a los hombres de Sauron. ¡Qué liberación nos produjo la fundición en la lava de aquella maldita sortija dorada!
Cómo no acordarse de esa otra ocasión en la que, también en un planeta llamado Endor, rebeldes y Ewoks unían fuerzas para despistar a las fuerzas del Imperio, ansiando la victoria del comandante Skywalker ante Darth Vader y el Emperador Palpatine. La sombra de la Segunda Estrella de la Muerte no parecía augurar ningún futuro para esta galaxia un pelín lejana. Sin duda, sufrimos de lo lindo para hacer estallar el núcleo de ese tanque ingrávido.
¿Recordáis el baile del encantamiento bajo el mar de 1955? La que tuvo que liar el evanescente Marty McFly para provocar el enamoramiento de sus padres. Aunque es cierto que le iba, literalmente, la vida en ello. Tocó el aún no compuesto Johnny B. Goode de Chuck Berry, se deshizo del siempre macarra y molesto Biff Tannen, y, gracias a un inexperto Doctor Emmett Brown, consiguió volver a su nueva mejorada realidad a lomos de un DeLorean. Parece que el zopenco de su padre había mutado en otra persona distinta. No fue mal resultado, al fin y al cabo.
Inolvidable también la vez en la que Henry Jones Jr. eligió sabiamente la verdadera y modesta forma del Santo Grial para salvar a su distante padre. Fue divertido que para llegar ahí, tuviera que dar un salto de fe por primera vez en su vida. Aunque la ambiciosa Elsa Schneider produjese la pérdida del elemento bíblico, la relación entre los Jones Jr. y Sr. pudo fructificar. A veces, las relaciones de sangre son más complicadas que la propia historia y la arqueología.
Parece que fuera ayer cuando, tras pasar la dura prueba de los acertijos y las pociones, la siempre recta y erudita Hermione Granger le dijera a nuestro protagonista: “¡Libros! ¡Inteligencia! Hay cosas mucho más importantes. Amistad, valentía y… ¡Oh, Harry, ten mucho cuidado!“. A pesar del tedioso comportamiento de Potter, lo mejor que le pudo haber pasado nunca al supuesto ‘elegido‘ es contar con amigos que quizás ni se merecía. Nunca es mal momento para recordar que sin Hermione, Harry nunca hubiera pasado del primer libro.
Imborrable el eterno instante en el que, con una gigantesca hacha en el corazón, el complejísimo Thanos chasquea los dedos. El silencio de la desgracia y la aniquilación aflora. La sucesión de desapariciones del cincuenta por ciento de la población, así como de la mitad de nuestros superhéroes. El jovencísimo Peter Parker, en brazos de un derrotado Tony Stark, pidiendo clemencia y supervivencia a no se sabe quién. La representación de la infinita guerra del hombre como lobo para el hombre.
Aún es difícil no rememorar la bajada del T-800 hacia la nada que supone la desconexión permanente. Esa última lacrimógena frase a un puberto y preocupado John Connor: “Ahora entiendo por qué lloráis. Pero es algo que yo nunca podré hacer.” Las máquinas como él no poseen emociones, pero sí almacenan la suficiente información y analizan el comportamiento humano, con lo que puedes llegar a entender sentimientos complejos como los de una despedida amarga. El regalo del adiós de un niño para su juguete favorito.
Y hablando de juguetes, ¿quién ha olvidado la llorera con el final de Toy Story 3? Madurar es mucho más que hacerse mayor. Madurar no exige la democratización del amor. Crecer es aceptar las consecuencias de los actos que uno toma. Y por ello, a veces es necesario dejar cosas realmente importantes atrás. Dar paso a las nuevas generaciones. Dejar a los amigos que hay dentro de ti.
En otras ocasiones, crecer también significa no abandonarlos. Como Goku transformando la rabia en un poder incontrolable contra Freezer. La generación de un aura amarilla indómita alrededor de su cuerpo, así como un pelo dorado con aspecto tintado. El grito de dolor de aquel cuyo objetivo es mantener a salvo a todos aquellos a los que quiere. La fortaleza indirecta transferida de todos aquellos que te aman. El poder inherente contenido en el amor hacia tus seres queridos.
El amor espontáneo y forjado entre un maestro y su discípulo. Las vivencias hacen el cariño. Como toda la historia de Haku y Zabuza. El agradecimiento de este último hacia un niño llamado Naruto, bastante molesto pero realmente certero. “Tus palabras hieren mucho más que cualquier cuchillo“. El momento en el que te das cuenta de cuál es tu verdadero camino “ninja“: hacer del mundo algo un poco mejor cuando te hayas marchado.
No solo es friki el que ama la ciencia ficción o la fantasía. En realidad, ser friki es amar el final de Casablanca. Ser friki es escuchar a Dylan en una tarde lluviosa. Ser friki es regocijarte leyendo la Divina Comedia de Dante o el IT de Stephen King (o cualquiera de sus tropecientos libros). Ser friki es jugar diez horas seguidas a Pokemon y pasar de pantalla en el Super Mario de la Nintendo 64.
Ser friki es, también, recitar los diálogos de las películas de Tarantino al mismo tiempo en que se dicen en ellas. Ser friki se traduce en recibir ese nuevo cómic que estabas esperando y olfatear el aroma a nuevo. Ser friki es no fallar ninguna nota de la canción que estabas aprendiendo en el piano. Ser friki es disfrazarte de tu personaje animado favorito. Ser friki es hacerte una foto en los escenarios reales en los que se rodó Juego de Tronos.
Ser friki es ir a un festival de cine. Ser friki es discrepar con desconocidos en Twitter sobre agujeros de guión de la serie de moda. También lo es hacerle dibujos a tu youtuber favorito. O disfrutar de un buen cachopo en pleno centro de Gijón y repetir. Ser friki es derrochar dinero en cultura en formato físico. Ser friki es reencontrarte con tu pareja tras dos meses de confinamiento. Ser friki es empezar con un guión y dudar de su calidad cada diez minutos. Ser friki es llamarte Spike Lee y sentarte en primera fila en todos los partidos de los Knicks. Ser friki es disfrutar con una escena emotiva.
Ser friki es, en esencia, la virtud de no olvidar.