Vladimir Ilych Ulianov, Lenin, nació el 22 de abril de 1870. Pero no vamos a hacer aquí un perfil biográfico de su figura. Han corrido ríos de tinta sobre él. A pesar de todo, no se puede entender la historia del último siglo sin tener en cuenta su figura como político. El análisis de su obra y pensamiento requieren, para su completa valoración, un espacio y profundidad de la que no disponemos.
Su importancia, como la de la misma Revolución bolchevique de octubre de 1917, puede medirse por los esfuerzos constantes de determinados sectores por desacreditarlo, que han llegado hasta hoy día, treinta años después de la caída del bloque soviético. Este constante ataque a su figura, a lo que encarna, ha llevado a que aún sea más difícil realizar un balance equilibrado y equitativo de su figura histórica.
Nadie, sin embargo, puede debatir su papel como líder carismático del movimiento revolucionario ruso que acabó con el zarismo e instauró, por primera vez en la historia, un régimen socialista. También es reconocido su papel como teórico e intelectual del marxismo, como organizador y estadista, que supo valorar la importancia que suponía que el partido estuviese en la consolidación de la Revolución y la dictadura del proletariado. Lenin, su trabajo, su obra, marcaron el camino para liberar al mundo de las desigualdades sociales y económicas.
Bajo los focos que rompen la oscuridad de la noche, Lenin, con su brazo estirado, parecía un gigante.
En su trabajo “¿Qué hacer?”, Lenin diseñó el instrumento de la Revolución, basada en un proletariado que, por sí mismo, no se inclinaba hacia ella, sino que necesitaba la guía de un partido centralizado de revolucionarios profesionales, fuertemente disciplinados.
Esa visión de la misión del partido fue un elemento clave en el transcurso de los acontecimientos. Llevó a cabo una compleja lucha estratégica para expulsar del marxismo a aquellos que no veían en la toma revolucionaria del poder el único medio para conseguir crear una sociedad sin clases. Su teoría era que no hay Revolución sin partido, ni socialismo sin partido. Pero su concepto del mismo está lejos de la idea de los partidos burgueses o socialdemócratas clásicos.
La Revolución no fue fruto de la acción única de un individuo o partido, sino que fue fruto de un gran movimiento de masas, una marea popular que lo arrasó todo a su paso, superando todo lo existente hasta aquellos momentos.
Lenin y la Revolución impulsaron al proletariado y al movimiento obrero internacional hacia nuevas formas de organización y lucha. La guerra de clases debía extenderse a nivel mundial, y para eso se creó, en 1919, la Internacional Comunista, extrapolando el modelo de un organismo centralizado, donde los partidos comunistas subordinasen sus propios fines al objetivo de una Revolución mundial. También se convirtió en un símbolo, uno de los más importantes del siglo XX para la clase obrera mundial, el símbolo del triunfo de la lucha de clases, de la Revolución socialista.
Quiso cambiar la existencia de la humanidad y, en parte, lo logró. Pero su legado se ha perdido en un mar de interpretaciones erróneas o malintencionadas: es admirado u odiado, pero apenas leído por los mismos que lo adoran o lo odian.
Su pensamiento se convirtió en una forma de transformación social que se usó para ensayar vías alternativas al capitalismo, que inició en octubre de 1917, pero que descarriló en 1989, ante el colapso del mundo socialista.
La Revolución Rusa definió gran parte de las manifestaciones políticas y culturales del siglo XX. Se puede decir que la Revolución reinventó el mundo, tal y como lo conocemos. Por eso, a pesar del fracaso de su proyecto, la figura de Lenin continúa siendo un elemento icónico, no sólo para las luchas sociales o el surgimiento de los partidos de izquierda, sino también por su integración en la cultura popular progresista.
En cierto sentido, fue el miedo al comunismo lo que favoreció el ascenso de la socialdemocracia y la creación de lo que ahora denominamos el “estado del bienestar”, basado en la “redistribución” de los beneficios de la actividad económica. Prueba de ello es que, cuando desapareció el miedo al comunismo, comenzó también el desmembramiento del “estado del bienestar” y se inició una etapa de desigualdades que ha seguido creciendo hasta el día de hoy, agudizándose con cada nueva crisis social, política o económica.
El legado histórico de Lenin oscila en la actualidad entre los errores del pasado y la lucha por la Revolución, en contra del fascismo y por la democracia.
Sin embargo, aún hoy, las evaluaciones que se realizan sobre la Revolución Rusa o sobre Lenin siguen siendo negativas, fruto de décadas de una propaganda hostil hacia el comunismo, que busca ocultar todo lo que de positivo tuvo su legado. Por eso, es necesario un análisis objetivo para rescatar sus aciertos y evitar sus errores.
Este aniversario de su nacimiento es un momento ideal para recordar a un gran pensador, un destacado teórico político, un líder de la clase obrera y de los pueblos oprimidos. En definitiva, un ejemplo para todos los comunistas del mundo. Su pensamiento y teoría continuarán viviendo en el tiempo, una fuente que ilumina el camino de los trabajadores hacia el socialismo.