Hablar de historia parece ser un gran misterio, algo prohibido para muchos, para unos pocos un privilegio. Olvidar lo ocurrido se convierte en la nueva religión impuesta a los dominados, donde se rinden alabanzas a la desmemoria, donde el nuevo “dios” es el progreso, sus sacerdotes son los explotadores y terratenientes.
Su templo construido con los muros que derribaron los británicos, lugar donde a diario se sacrifican en sus altares la sangre, las lágrimas, los cuerpos, las esperanzas, en fin la vida de millones de seres humanos. Alimentada es la bestia con la miseria de los pueblos saqueados por la atroz bota imperialista. Donde cada día de vida es un auténtico milagro.
Abordar la historia no sólo es memorizar fechas o sucesos relevantes, más bien es un ejercicio de conciencia, una actitud y una obligación para los que estamos hambrientos y sedientos de justicia. En la historia vemos pues el verdadero rostro, el rostro de la gran mentira que a diario nos relata el hegemón, que es desnudada es a la luz de la verdad.
Para un continente tan diverso y contradictorio, como lo es América, lugar donde el recordar nuestra historia resulta ser un acto tan liberador, que incomoda en mucho al imperio de la mentira y banalidad, que busca acallarla, a pesar de ello es en extremo necesario. Porque nos da identidad
Silenciada es cada día, por aquellos magos y gurús que prometen al desesperado el reino de los cielos, pero, ¿cómo pueden olvidar que el reino de los cielos es aquí abajo? Que se construye en comunidad y trabajo. Con falsas promesas y recompensas es adormecido el inquietante espíritu subversivo de muchos.
¿A caso es necesario recordarles? Que ya se les fue dicho “que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que a un rico entrar al reino de los cielos”. Enseñar una falsa historia, es el acto más vil que puede cometerse contra la humanidad, porque le prohíbe al justo armarse con las armas de que la verdad y justicia.
El atender la historia, nos permite redimir a quienes ya han luchado, a nuestros grandes abuelos y abuelas que han sido humillados, vituperados, negados por las grandes historias fantásticas de trasnochados conquistadores, en cuya cámara solo enfoca a aquel que esté vestido con traje y sombrero, adornado con los más bellos fondos que nuestros paisajes depredados ofrece.
Y que, en la misma fotografía antigua, se ve a ese mismo hombre vestido con traje y sombrero acompañado por nuestros abuelos y abuelas vestidos con harapos y hambre. Adornados son sus rostros con tristeza. Otra interpretación de esta fotografía es necesaria, ponerle rostro humano es menesteroso, será un acto de verdadera humanidad y valentía.
Prohibirnos el no ver los rostros sufrientes de nuestros abuelos y abuelas es un desacato aberrante por nuestra parte, porque su luz de ellos no llegara a nuestros corazones, para volvernos a los principios de comunidad y hermandad. En la historia se encuentra la razón del presente y la clave del futuro.
Si hablamos de América latina o Latinoamérica, da igual como la llaméis, lo que importa es conocerla. Ese subcontinente que inicia al sur del Rio Grande pasando por las tierras que un día se erigieron las grandes civilizaciones mexicas, mayas e incas. Hogar del gran Balam, de las grandes pirámides que siguen asombran a propios y extraños.
Desembocando en las maravillosas islas disputadas por la carroña de los que promovieron la piratería. Lugar donde se escuchaba el bello canto del quetzal que marcaba la danza de nuestros ancestros, pequeña ave mesoamericana cuyas plumas adornaban a sus hijos predilectos, ya su canto no se escucha más.
Nunca dejamos de tener fe, en que un día saldrá la verdad y la luz a flote. Siempre existieron hijos y hermanos que se revistieron con la verdad afrontándose a las consecuencias de oponerse al imperio de la mentira y la banalidad, siempre con la mano fuerte y el corazón de carne. Mejores armas no pueden haber.
La América Latina, sigue sorprendiéndonos cada día más a pesar de la oscurana, siempre la luz del pasado allana nuestro camino, enseñándonos a querer, a amar, pero jamás nos pidan olvidar.
¡Prohibido olvidar!
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