Segunda y última parte de un contenido de análisis en el que se evidencian las brechas de desigualdad entre hombres y mujeres. En la primera entrega se realizó una explicación del contexto que debería ser leída para entender lo que se reproduce a continuación, para acceder a ella haga click aquí.
En este punto del debate es relevante la lucha de clases que evidencia la otra parte (mayoría), pues según el acceso económico de una mujer puede tener más o menos oportunidades de llegar a sus objetivos, o tener una posibilidad de poder llegar a plantearse alguno.
En la mayoría de los países del mundo es necesario contar con altos recursos económicos para ingresar en el sistema educativo. Saltando este obstáculo nos encontramos con que el verdadero problema no es solo la oportunidad de ingresar por ejemplo a una escuela pública u otros, el verdadero asunto está en las condiciones sociales que tenga una niña, joven o mujer para utilizar esa oportunidad. Ahí está la trampa la ‘‘igualdad de oportunidades’’ que nos vende el capitalismo, decir que una mujer no está preparada porque no quiere, se iguala al discurso donde los pobres son pobres porque quieren.
A su vez una mujer profesional requerirá, para poder dedicar suficiente tiempo a sus objetivos, de otras mujeres con menos recursos (con la misma oportunidad pero no la misma condición), para que se dediquen a realizar ese trabajo. En todos los posibles casos los hombres siguen teniendo más oportunidades que las mujeres, y las ricas más que las pobres.
Pero este no es el único impedimento para que las mujeres tengan un pleno desarrollo de su opinión y participación en los distintos aspectos sociales; el más importante es la visión propia del patriarcado que sustenta el sistema de principio a fin.
La creencia generalizada de que las mujeres son menos inteligentes, preparadas y capaces, por lo cual, en distintos espacios sus opiniones son menospreciadas, subestimadas, y siempre deben estar bajo la lupa evaluadora de algún hombre que, con su sabiduría superior, pueda ‘‘ayudar’’ a la indefensa damisela que juega a opinar y a ser hombre.
Es muy frecuente encontrar en la oficina, en espacios de militancia, en medios de comunicación y en distintos lugares cotidianos al hombre que quiera tener la última palabra aunque todo esté dicho ya.
Los hombres siempre tienen una corrección que hacer, dar su opinión sobre cosas que no le incumben, interrumpir a una mujer mientras da su punto de vista, elevar el tono de voz para opacar, burlarse de una opinión femenina.
Es común ver que las mujeres con roles importantes o figuras públicas son más atacadas, cuestionadas y evaluadas por temas sexuales y físicos y no por contenido y formación, percibiendo a la mujer como objeto de propiedad.
La violencia hacia la mujer tiene tantas dimensiones que en su permanente normalización es difícil que sea identificada más allá de la agresión física o la muerte, que ya de por sí es difícil de reconocer en su justa dimensión, por lo tanto hay muchos otros tipos de violencia que pasan desapercibidas.
América Latina y el Caribe carecen de datos estadísticos ‘‘oficiales’’ que puedan revelar la verdadera magnitud del fenómeno.
En Venezuela, la ley orgánica sobre el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia tipifica 19 tipos de violencia contra la mujer y en su artículo 14 expresa que ‘‘comprende todo acto sexista que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico, emocional, laboral, económico o patrimonial; la coacción o la privación arbitraria de la libertad, así como la amenaza de ejecutar tales actos, tanto si se producen en el ámbito público como en el privado“.
No basta con que existan leyes para la protección de los derechos humanos de las mujeres, se requieren instituciones del estado eficientes en el cumplimiento de las mismas, funcionarios y funcionarias capacitadas y sensibilizadas para la ejecución de los procedimientos.
Pero más importante aún es la información creada, analizada e impartida por las mujeres desde su visión; de nada servirán leyes sin mujeres que las utilicen, para eso son necesarios espacios donde puedan discutir e informarse las políticas educativas que velen por el derecho de las niñas y niños a la información en temas de género, sexualidad y derechos humanos. La humanidad debe dar un gran salto, cambiar el paradigma.
Para construir una sociedad más justa se debe mirar la realidad no solamente desde la visión masculina y crear condiciones equitativas para el desarrollo de cada una.
Como lo demuestra la historia, solo la organización y lucha de las mujeres podrá seguir logrando estos objetivos. La construcción de una nueva masculinidad que no se sienta superior ni inferior, es una tarea pendiente de los hombres, mientras el feminismo crea caminos para que las mujeres sean dueñas de su destino y su palabra.
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