En poco más de una semana todo ha cambiado. La incertidumbre se siembra sin límites en un espacio-tiempo que no parece tener vicisitudes, el mundo entero pendiente de un virus que corretea por nuestro espacio vital. La pandemia del coronavirus lo está desdibujando todo.
Quienes decían que todo estaba bajo control les ha tocado bailar con la más fea; el confinamiento. Donald Trump.
Quien decía que el virus no entiende de fronteras, las cierra y centraliza su gestión de facto. Y con orden marcial a golpe de trompeta unisona. Pedro Sanchez.
Quienes abogaban por un mundo “neolibre” y acelerado, ahora piden rescates públicos millonarios para salvar la economía de todos, ya no sólo de los más ricos (keynesianismo). Banco Central Europeo, FMI, Reserva Federal, Bolsas.
Quienes han vacilado con las consecuencias de este virus caen en el más bajo de los descréditos; la ignorancia. Emanuel Macron, Giuseppe Conte, Boris Johnson y otra vez Donald Trump.
En el plano económico esta crisis ya pasa factura a todos los sectores productivos y financieros. Esta semana pasada se desplomaban las bolsas de Frankfurt, Wall street, Seul y Pekín.
El BCE lanzó un plan de emergencia de más de 750.000 euros para comprar bonos públicos y privados, y así asumir este parte de la deuda que generará la crisis.
La Unión Europea contemplará la posibilidad de aumentar la deuda de los estados para hacer frente también al más que seguro calado económico -quizás, sin querer, se simulará un decrecimiento económico-.
El Estado español inyecta 200.000 millones de euros para reflotar una economía local que va a sufrir y mucho, según todos los expertos.
Y cómo no, algunos, con más o menos oportunismo, se dedican a firmar ERTES y ERTOS a mansalva. A ver quién paga esto, y veremos si estos expedientes de regulación temporal no son una excusa para que muchos trabajadores no vuelvan a sus puestos de trabajo.
El panorama no es bueno, no nos debemos engañar. Y con todo esto la gestión sobre la pandemia del coronavirus sigue en España su trayectoria imparable que nos angustia día sí y día también.
No es buen consejero hablar mal en estos momentos de sufrimiento para todos, pero se debe poner en conocimiento público todo aquello que nos parece bien y mal. Cuando todo esto se calme se debe poder hablar de todo y estar atentos a todo lo que pueda ocurrir.
Ahora sólo podemos ayudar, aplaudir sin parar y estar bien nosotros, en casita, que es la mejor manera de sobrevivir, y ayudar a los médicos y enfermeros de este país.
Y es que para empezar, no se entiende el no confinamiento de Madrid si no es por motivos políticos.
España sigue albergando en sus miedos históricos (centralidad y control de la opinión pública como método para tapar de facto las diferencias substanciales entre territorios), sus incapacidades políticas por abordar la gestión de sus problemas de manera plural, (con sus mil y una contradicciones y broncas lógicamente).
El debate sobre la centralidad en la gestión del coronavirus es estéril y simplón. Esto no es una guerra contra un elemento intangible por ahora, si no la lucha por la supervivencia humana.
La lucha PSOE-PP por alardear sobre la unidad es una lucha ficticia basada en dominar sólo la opinión pública, es una lucha sin fin con métodos que rozan la inhumanidad y el ridículo.
Cerrar Madrid debería haber sido una primera medida que hubiera respetado la cohesión de todos nosotros. Ahora, todo son tensiones y luchas intestinas por ver quién gana en el relato.
En pleno debate ya no sólo local si no mundial sobre la soberanía de los estados, el COVID-19 se ha llevado por delante las fronteras y sus soberanías.
Puede profundizarse el autoritarismo como método de control político, basado en un falso proteccionismo (American first), ya que la no perspectiva de un futuro solido aumenta el miedo entre jóvenes y mayores.
La negación sin base científica se basa en una idea muy masculina del “yo lo sé porque yo soy fuerte“. Trump es su máximo representante, y quienes lo apoyan están tomando una senda peligrosa que pagarán las siguientes generaciones, sin duda.
Es ir demasiado lejos si pensamos que todo va a cambiar después de esta crisis. Como dice Daniel Innerarity en una entrevista en el Diari Ara de este pasado domingo; “esto no es el fin del mundo si no el fin de un mundo“.
Vivimos en momentos inciertos, esperemos que con esta crisis acabaremos con el cuñadismo, y que seamos más conscientes que todo es frágil, que nadie ni nada nos puede proteger más que la seguridad en nosotros mismos y los nuestros.
>>El miedo al coronavirus como venda frente a la profundización neoliberal<<
Porque si alguna cosa nos dice esta crisis sanitaria es que con el modelo neoliberal, de consumo extremo, de crecimiento sin fin, de hipercomunicación, sólo estamos hinchando una pelota que tiene límites, y los límites los debemos poner nosotros y no un suspuesto sistema-mundo irreal y fragil.
PD: la mezquindad del mensaje del rey Felipe VI y su gestión de sus dineritos de papá en tramas internacionales más que raras, son una mala noticia para la Casa Real, porque lo "real" es que no hablar claro y pedir perdón en momentos de ansiedad como estos se pagan caros.