¿Qué es una mascarada? Pues nada menos que una “Fiesta o diversión donde los participantes llevan máscaras y disfraces. En carnaval eran representativas las mascaradas en las que unos personajes simbolizaban la fertilidad y otros representan las fuerzas del mal“.
Así mismo ha sido la cosa en este Ecuador que se derrumba por la infame receta que nos ha impuesto la feroz derecha neoliberal que gobierna tras una silla de ruedas.
Hoy en día, en medio de la pandemia que vive el mundo y que ha afectado en mayor grado a nuestro país, gracias al desmantelamiento del Estado a favor de la jauría hambrienta de la banca y el empresauriado, con el apoyo de la prensa corrupta, se organiza esta inmisericorde fiesta, la mascarada del COVID-19.
A ella asisten muy orondos y perfumados bien los sobacos, no solo los miembros del gobierno sino también otros siniestros personajes que, aunque disfrazados, se los reconoce a leguas, he aquí la lista de los fiesteros:
Muy emplumada y metida en su disfraz de cóndor, la María Paula Romo como princesa de los buitres. Entrando al ruedo haciendo el tradicional “paseíllo”. Le sigue embutido en su colorido y reluciente traje de monosabio el Juan Sebastián Roldán.
Vienen atrás, y tomados de la mano, una despampanante rubia con su banda de Miss COVID-19, quién se hizo la prueba, se aisló, se recuperó y hasta donó plasma de manera altruista para curar a otros, todo en solo CINCO DIAS, (nadie le cree y por cierto tampoco es rubia), la Alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri. A su lado y esperando la foto de rigor en su impecable disfraz de vicepresidente de grandes ojos y mirada de niño bien, el Otto.
Les siguen de cerca Jorge Wated en su lúgubre y terrorífico disfraz de sepulturero, Richard Martínez que ha venido sin disfraz, porque ya con su pinta de simio albino, para qué más, solo le bastó un letrerito en la solapa que dice “Deuda Sí, Sueldos NO”.
A su lado la nueva adquisición Luis Arturo Poveda, en su disfraz de “melón con bigote” pretende anonimato con un antifaz de “fuerza mayor”, pero todos lo reconocen por avalar los despidos masivos de trabajadores.
Un poco más atrás y vestida de seda –aunque ya sabemos el resultado de las que se visten de seda-, viene llegando Lady Diana la 10/20, más feliz que una perdiz de la mano de un abogado disfrazado de salonero borrachín (el disfraz es de salonero, lo de borracho es auténtico).
Al final del cortejo va llegando en un bizarro disfraz de sensei de las tortugas ninja, la rata mayor, el usurpador Celi, repartiendo a los invitados sendos informes que avalan las límpidas actuaciones de sus compinches, sin encontrar responsabilidad en los contratos de la fiesta, y de la entrega de los disfraces que “lucen” los invitados a la mascarada.
No se ve en la mascarada a Lenín Moreno, que al parecer sigue escondido, o mejor dicho no lo dejan salir de su jaula de faraday para que no siga esparciendo sus átomos nocivos.
Tampoco se ve a ningún ciudadano común. Menos de Guayaquil, ya que están ocupados buscando los cadáveres de sus difuntos o confinados para no contagiarse del COVID-19.
Otros presentes en la mascarada pero sin disfraz, ya que siendo lo que son no lo necesitan, son los banqueros, los empresaurios y la prensa corrupta, que aunque se disfracen ya todos sabemos cómo y quiénes son, ¿pero qué sería de una mascarada sin algo para comer y beber?
Así comienzan entonces los “periodistas pautados”, “los opinólogos” y “asesores”, todos ellos en sus elegantes disfraces de saloneros, en blanco y negro, con corbata de moño y caras de sinvergüenzas.
Algunitos ya “adelantados” por la pauta unos y por su dipsomanía otros a repartir entre los invitados deliciosos platos para su degustación, aquí el menú:
Canapés de impuestos en salsa de solidaridad, deliciosos tentempiés de baja de sueldos del presidente y sus ministros con un toque de “mejora de imagen”, que en realidad no alcanzaron a gustar.
Una entrada de flexibilización laboral servida con una caramelización de despidos sin indemnización, bañada en una salsa de acuerdos voluntarios.
Una ensalada de falta de insumos hospitalarios. Médicos y enfermeras contagiados, finamente servidos en una canasta de cartón crocante en forma de ataúd.
Finalmente el plato fuerte, consistente en una mezcla indiscriminada de ingredientes que no se pueden identificar, servidos en una bandeja que recuerda una fosa común.
Y el postre claro, no podía faltar un pastel de incompetencia, infamia y quemeimportismo cuya cereza en el tope representa el número real de muertos que pasan de los 2000 y cuya cifra real solo conoce Dios.
Las bebidas servidas fueron ponche de mentiritas con un “pinch” de plaquinol; acitromizina en las rocas y paracetamol con agua tónica, el cóctel de neumonía diversa no específica con gotas de aplanamiento de la curva, fue la mejor creación de la noche.
Y así el pueblo del Ecuador sigue confinado tratando de enterrar a sus muertos, de sobrevivir al virus, de rogar para que le paguen el sueldo (los que aun tienen empleo), y todos sufriendo en carne propia la mascarada de terror que Lenín Moreno ha organizado para terminar de joder al Ecuador.
Rafael, ¡vuelve pronto!
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