Análisis de 100 años sin izquierdas en Andalucía
El resultado de las elecciones municipales y europeas en Andalucía ha sido bastante previsible, teniendo en cuenta que no se esperaban grandes variaciones de la tendencia de las recientes elecciones en abril y en diciembre. El PSOE sigue recuperando terreno perdido, pero también suben las derechas.
La totalidad de votos a las derechas suben ligeramente, como siempre, a costa del PP, que va perdiendo concejalías a un ritmo más o menos constante. En El Ejido (Almería), gran feudo del PP, su discurso xenófobo se lo ha puesto en bandeja al nuevo partido de la ultraderecha: 1 de cada 4 votantes se ha decantado por Vox.
Sin embargo, tampoco ha sido sorprendente que las expectativas de esta última formación han vuelto a quedar lejos del horizonte de la realidad. Las derechas volverán a gobernar en varias plazas, pero los tiempos del PP en solitario quedan lejos ya.
Actualmente la izquierda sigue perdiendo terreno en casi toda Andalucía. Granada seguramente acabará en otra coalición de derechas, y en Huelva el PSOE alcanza la mayoría absoluta. Almería se mantiene como estaba, Cádiz se consolida como el feudo de Kichi, rozando el gobierno en solitario, como principal excepción.
En las elecciones estatales del pasado mes de abril bajó la derecha, comparando con las elecciones al Parlamento Andaluz (con casi el 50% de los votos válidos presentados), pero no si lo comparamos con las estatales de 2016, mientras que en otras elecciones como las autonómicas, arrojan unos resultados muy parecidos.
Si bien la participación creció en estas elecciones, no lo hizo de una manera remarcable, y también subió el voto a la derecha. No hay, sigue sin haber, un proyecto que atraiga a la gente. El voto por obligación o el voto útil es también una espada de doble filo, un voto de castigo, que asesina el espíritu democrático.
La derecha se está apoltronando, ante la falta de un proyecto que ilusione al electorado andaluz. Y a nadie parece importarle demasiado, después de 40 años con esa actitud del PSOE-A. A nadie le importa, y quizás sea el momento de preguntarse si eso no refleja que las actitudes de la ultraderecha no divergen tanto de las que han llevando a cabo la formación que les precedió, si bien las formas sean diferentes.
Blas Infante y su carrera política
Blas Infante, hace 100 años este primero de junio, se presentó a las elecciones a las Cortes como candidato a diputado por la circunscripción de Gaucín (Málaga). Precisamente hace pocos días se descubrió un documento al respecto, que estuvo expuesto en el Archivo Histórico Provincial de Málaga, apoderando a dos vecinos, con su rúbrica. El documento es excepcional, dado que en esa época no eran tan habituales los documentos con firmas autógrafas.
Es la segunda vez que Infante se presenta a las elecciones por este distrito. La anterior fue en mayo de 1918. En ninguna de las dos ocasiones tuvo éxito, pese a que su carrera política fue fulgurante. El pueblo le quería, le seguía, ¿por qué no triunfó también Blas Infante como político?
El pueblo andaluz, la clase obrera del sur, se ha movido históricamente a nivel popular, en pequeños grupos más o menos interrelacionados. Se han registrado muchos más levantamientos populares que éxitos de la izquierda en las urnas. Aún en los momentos más álgidos del andalucismo, el electoralismo no ha sido un aspecto en el que haya habido un gran éxito.
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Nuevamente, Andalucía demuestra un carácter diferente, a veces difícil de entender sin un análisis mucho más en profundidad, que otros lugares. Pero, nuevamente, esto ha de achacarse, como mínimo en parte, a la problemática del reparto de la riqueza, a la manipulación a través de la educación en primer lugar, y posteriormente los medios de comunicación. Estas características distintivas hacen que las mismas fórmulas que dan resultados en otros lugares, en la tierra de Blas Infante no dieran los mismos frutos.
La democracia andaluza dentro del marco del régimen del 78
Andalucía actualmente carece de una profunda conciencia democrática, como sucede en otros lugares del Estado. Esto invisibiliza la fuerza del pueblo, que existe, pero a nivel electoralista parece dormida. Sencillamente, parece que toda la gente que sale a la calle a protestar por tantos abusos, a parar desahucios, a defender los derechos, o no asumen que el voto es una herramienta para ejercer poder y soberanía (o delegación de ella, hablando con propiedad), o la continua división de ideas no permite un asentamiento de un frente común.
No hay que olvidar que Andalucía no siempre ha faltado a su deber con las urnas. Baste recordar el referéndum-trampa del año 1977, pero al pueblo andaluz se le ha enseñado una dura lección: lo que no se consiguió siquiera con una votación masiva, de las más multitudinarias que se recuerdan, se consiguió peleando en la calle.
Después de esto, los 40 años de monopolio del PSOE-A han acabado en gran medida con la ilusión democrática del pueblo trabajador andaluz. En una situación de única candidatura ganadora, la gente pierde la ilusión de que su voto cuente para algo, de que un cambio es posible. De ahí el índice de participación tan bajo, si miramos referencias históricas.
Aun cuando se ha ejercido en mayor medida, a causa de la irrupción de Vox, ha sido un voto fragmentado, disperso, poco contundente frente al nuevo, aunque menos llamativo, incremento de la extrema derecha. Actualmente existen multitud de candidaturas de izquierdas. En Sevilla y Málaga, por ejemplo, se han presentado 15 candidaturas, y en Granada 18 para el ayuntamiento.
El pueblo trabajador andaluz aún está herido por la respuesta que tuvo el Estado y, sobre todo, los partidos políticos, ante la inmensa movilización de diciembre del 1977. El PSA, esperanza andaluza de cambio en aquellos días, abrió las puertas a los partidos que, desde Madrid, se movilizaron en sus sedes en Andalucía, pusieron las bases para el Pacto de Antequera, volviéndose hacia la derecha española y dejando de lado lo que reclamaba el pueblo.
El día que un partido, uno solo, pueda devolver al pueblo la ilusión con que salieron a la calle aquel 4 de diciembre, Andalucía volverá a tener una conciencia democrática, la misma que el hasta ahora ininterrumpido gobierno de la falsa izquierda ha ido intoxicando día a día.
El perfil que necesita la izquierda para resurgir
Dejando de lado el debate sobre los nacionalismos y centrándonos en los hechos, lo cierto es que la gente, para votar con una mentalidad auténticamente democrática, necesita de opciones políticas que le representen, sobre todo la izquierda. Una auténtica cultura democrática debe nacer de la ilusión, aquella candidatura a la que se vote debe ser una en la que cada persona se vea reflejada.
Hoy por hoy, para que la clase trabajadora andaluza se sienta representada, la candidatura debe ser cultura andaluza, desde el habla hasta su actitud. Debe hacer sentir a las clases más bajas que están con ellas. No se trata de algo subjetivo, nos lo dice la historia. Las opciones estatales han causado mucho daño en Andalucía como para que se vuelva a creer en ellas fácilmente por parte de la clase trabajadora.
De ahí que Teresa Rodríguez haya encabezado uno de los picos más altos que ha vivido la izquierda en Andalucía en años, pero la gente tampoco vio con buenos ojos su paulatino acercamiento al centralismo. Se quiera o no, este auge surgió del choque con el poder del partido desde Madrid.
En Andalucía, la izquierda vio con buenos ojos que se enfrentase una opción por su tierra por encima de otras, por una causa. Que no se confunda con el enfrentamiento entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, eso es una pelea de egos por un controlar un cortijo.
La reconciliación de Teresa y el partido estatal ha resultado en una moderación del discurso, y en una centralización también del mismo. A menos propuestas específicas para Andalucía y más para España, dentro del marco de la sede en Andalucía, no se obtendrán más votos para su partido desde el sur. En la izquierda hay, sigue habiendo, después de décadas, un hueco que no se acaba de llenar.
El perfil que ha de crearse debe convencer a la gente de que es posible deshacer todo lo que se ha hecho desde los 80 hasta ahora. Que el reparto de la riqueza por fin será una realidad, que la educación será imparcial, que las personas de Andalucía ya no se van a sentir, ni las van a tratar, como pertenecientes a una segunda categoría, por debajo del resto. Y, por supuesto, esta última es una de las principales claves que la izquierda centralista no ha comprendido: respeto. Esto incluye no querer seguir cambiando a las personas, dejarles su habla, su cultura y sus señas de identidad no es lo que causa un conflicto con Madrid; negarlas sí.
Otro claro ejemplo de actitud contraria al pueblo lo tuvimos el año pasado: un candidato a gobernar el Parlamento Andaluz que se reúne con su líder de partido de Madrid para comer en un McDonald’s durante su visita a Andalucía, no puede esperar nada más crear más distancia con el pueblo. Pero la derecha seguirá votando a este tipo de candidaturas, porque es su cultura política. La izquierda no puede seguir una ruta parecida, tiene que congraciarse con el pueblo si quiera tener algo que hacer en partes del Estado que tienen estas características.